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tribuna
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Con más ayuda, Ucrania todavía puede recuperarse y ganar

Cada vez hay más funcionarios, incluso altos cargos, que en privado se muestran más cautelosos que Zelenski a la hora de definir qué es la victoria frente a Rusia

Garton Ash 31.05.24
Eva Vázquez
Timothy Garton Ash

Mientras contemplo un bosque de banderitas ucranias en el Maidán (la Plaza de la Independencia) de Kiev colocadas como recuerdo por familiares de los muertos en la guerra, se me acerca un fornido soldado ucranio con uniforme de combate. Pertenece a la 95ª Brigada de Asalto Aéreo, un cuerpo de élite, y lleva más de diez años luchando contra las agresiones rusas. “Cuando llegue el momento de brindar por la victoria”, me dice, “por favor, vierta su primera copa en el suelo, en memoria de los caídos”.

Me señala la vida de apariencia normal que nos rodea en la capital ucrania, con jóvenes que beben en agradables cafés, casi como si estuviéramos en París o Viena, y dice: “Cada día de paz aquí cuesta muchas vidas en el frente”. Pero se le atragantan las últimas palabras y se le llenan los ojos de lágrimas. “Perdón, perdón”, exclama, avergonzado por ese instante de debilidad. Luego vuelve a darme la mano con fuerza, agarra su mochila caqui y se aleja entre la muchedumbre de civiles como un fantasma salido de las trincheras de la Primera Guerra Mundial.

Los ánimos están muy bajos en Ucrania últimamente. Las víctimas no dejan de aumentar. En el cementerio militar de Lviv veo a viudas y madres afligidas, sentadas en silencio junto a las tumbas recién excavadas para sus seres queridos, con la cabeza inclinada y una condena de perpetuo sufrimiento grabada en el rostro. Los médicos calculan que al menos la mitad de la población padece estrés postraumático en uno u otro grado.

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Las fuerzas de Vladímir Putin avanzan poco a poco, aprovechando su ventaja numérica y la tardanza de Occidente en suministrar medios de defensa aérea y municiones suficientes. Han abierto un nuevo frente al norte de Járkov, que está más cerca de la frontera rusa que Londres de Oxford. Ahora existe el temor a que las tropas rusas consigan acercarse hasta poder alcanzar con la artillería la ciudad sitiada, que ya está sufriendo los ataques de misiles, drones y bombas planeadoras. Da la impresión de que el principal objetivo de Rusia es ampliar la línea del frente, que ahora tiene unos mil kilómetros; de esa manera, mientras Ucrania desvía tropas para defender Járkov, el ejército de Putin podría seguir avanzando en el Este y apoderarse de más zonas de las provincias de Donetsk y Lugansk, que él ya considera parte irreversible de la Federación Rusa. Un experto militar occidental afirma que este es “un momento peligroso” para Ucrania.

Un comandante de batallón, en activo desde los primeros días de la guerra, me dice que el estado de ánimo de los soldados “no es bueno”. “Creen”, añade el comandante Andriy, “que es hora de que vayan a luchar otros”. ¿Pero dónde están esos otros? La semana pasada entró en vigor una ley muy controvertida que baja la edad de reclutamiento obligatorio a 25 años, pero aquí no paro de escuchar historias de jóvenes ucranios que intentan evitarlo.

Los ataques aéreos rusos han destruido casi la mitad de la capacidad de producción energética del país. Incluso en verano, los cortes de electricidad son frecuentes. Un experto calcula que, con la capacidad actual, el próximo invierno muchos ucranios podrían sufrir cortes de electricidad de hasta 12 horas al día; y aquí los inviernos son terriblemente fríos.

Cada vez hay más enfado con Occidente porque no toma medidas suficientes, ni con la suficiente rapidez, para que el país pueda defenderse. Un ministro del Gobierno me ha dicho que “el pueblo ucranio nunca perdonará” al Congreso de Estados Unidos por el interminable retraso de la votación sobre el último paquete de ayuda. También hay un malestar persistente con el presidente Volodímir Zelenski, cuyo mandato habría terminado el lunes pasado si el país no estuviera bajo la ley marcial, y, sobre todo, con la Oficina del Presidente, dirigida por el poderoso Andrii Yermak. Diversas fuentes me han dicho que Zelenski, antigua estrella de la televisión, está obsesionado con los índices de popularidad, que están bajando poco a poco.

Curiosamente, una cosa que se le critica muchas veces a Zelenski es que siga alimentando unas esperanzas poco realistas de lograr la victoria total, es decir, la reconquista de todo el territorio soberano de Ucrania con arreglo a las fronteras de 1991, incluida Crimea. Hay funcionarios, incluso altos cargos, que en privado muestran más cautela a la hora de definir la victoria. “En público, apoyo lo que dice el presidente”, me dijo uno de ellos. “En privado, creo que debemos sobrevivir como un Estado occidental independiente que tiene posibilidades de desarrollo”. Y todos están verdaderamente preocupados por lo que haga Donald Trump si es reelegido presidente de Estados Unidos el 5 de noviembre.

La opinión pública, bajo la presión de las terribles cifras de bajas, el agotamiento, el trauma y la inquietante disminución de la ayuda occidental, ha cambiado ligeramente. A finales del año pasado, el Instituto Internacional de Sociología de Kiev realizó una encuesta en la que proponía dos opciones sobre lo que debería hacer Ucrania “si Occidente reduce sustancialmente la ayuda”. Una clara mayoría, el 58%, respondió que debería seguir luchando, incluso pese a “los riesgos para los territorios controlados por Ucrania”. Sin embargo, el 32% prefirió la segunda opción: “El cese de las hostilidades con firmes garantías de seguridad por parte de Occidente, pero posponiendo la liberación de los territorios [ocupados por Rusia] por tiempo indefinido”.

Hay que destacar que esto sería así solo en el caso de que disminuyera drásticamente la ayuda occidental y solo con serias garantías de seguridad. También resultaría crucial para el veredicto popular saber qué territorio se perdería. Una cosa es llegar a acuerdos sobre Crimea y las partes de Donbás ocupadas por Rusia desde 2014 y otra muy distinta sacrificar las grandes franjas de territorio ucranio que hay en medio, donde vivían y trabajaban alrededor de dos millones y medio de personas antes de la invasión. Cuanto más grandes fueran las concesiones territoriales, más firmes tendrían que ser las garantías inmediatas de Occidente en materia de seguridad y más creíble la perspectiva de adhesión a la UE y la OTAN en un futuro no lejano ni incierto. Pero, incluso en ese caso, muchos ucranios estarían furiosos con el Gobierno por negociar lo que considerarían una derrota y resentidos sin remedio con Occidente por obligarlos a aceptarla.

Ucrania está contra las cuerdas. Por seguir con la metáfora del boxeo, viene a la mente de inmediato el nuevo campeón mundial de los pesos pesados, el ucranio Oleksandr Usyk, que parecía haber quedado fuera de combate por la feroz arremetida del gigante Tyson Fury pero que se recuperó y acabó ganando a los puntos después de 12 brutales asaltos. Una ajustada victoria en 12 asaltos, en vez de un golpe definitivo en el quinto, es lo máximo a lo que puede aspirar ahora la patria de Usyk. La gran diferencia es que, a diferencia del boxeador, Ucrania no puede derrotar por sí sola a un rival mucho mayor. Necesita de inmediato que Occidente le proporcione una ayuda militar más abundante y audaz para poder poner contra las cuerdas a Putin Fury. Entonces, y solo entonces, Ucrania estará en condiciones de poder conseguir un resultado que para la mayoría de su propio pueblo sea una victoria y para la mayoría de los rusos una derrota. Ese debería ser también el objetivo de Occidente.

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