El ruido y las cosas
Si ambas partes quieren la investidura, se encontrará el redactado que las circunstancias requieran, donde no aparecerá por ninguna parte la palabra referéndum y la amnistía se vestirá con el atuendo adecuado
El largo proceso de la investidura nos está regalando una abrumadora literatura sobre la amnistía, que transita sin recato de lo jurídico a lo ideológico, de la política a la moral con incursiones en la teología patriótica (aquella que eleva la nación a lo sobrenatural). Un ruido que contamina el espacio informativo y con el que la derecha está purgando su resentimiento, desplazando incluso este domingo a sus tenores a Cataluña (Feijóo, Ayuso, Abascal) a luchar contra la amnistía como símbolo de un conflicto que amenaza la sagrada condición española. Una sobreactuación (impotencia de la mala política) que en el fondo premia al independentismo porque le atribuye un poder y una implantación de las que realmente no dispone ahora mismo. El escándalo contra el que Feijóo busca legitimarse como líder de la oposición se compadece poco con la realidad.
La sobrevaloración que ha alcanzado el independentismo en estas elecciones no es fruto de sus batallas. Es una inesperada ironía de la ley, en un momento en que el independentismo está dando resultados sensiblemente bajos. La norma que rige la adjudicación de los escaños, que discrimina el principio de proporcionalidad, es decir, el valor de cada voto, con la excusa de premiar a los territorios más despoblados, favoreciendo al voto conservador, ha tenido un efecto imprevisto en un régimen diseñado para el bipartidismo y que ha ido evolucionando hacia la fragmentación. El voto independentista, en un momento de confusión, se ha podido permitir tumbar a Feijóo y tiene en sus manos decidir si sigue Pedro Sánchez o volvemos a las urnas.
El independentismo se ha encontrado con la oportunidad de escoger. Y, por tanto, debe responder a una cuestión aparentemente simple: ¿qué le puede resultar más ventajoso, reelegir a Sánchez o volver a votar? Si atendemos a la transferencia de votos del independentismo hacia otros partidos el 23-J para evitar el tándem PP-Vox, cabría pensar que la repetición es lo que menos le conviene, porque el elector sabe jerarquizar las prioridades y ahora mismo la amenaza del autoritarismo posdemocrático inquieta más que la ilusión de la promesa independentista, que se ha ido desvaneciendo en la resaca de 2017. Caben otras interpretaciones. Por ejemplo, Junts puede pensar que tumbar a Sánchez le daría ventaja para sacar distancia al rival íntimo, Esquerra, que puede sentir el pánico de la soledad y buscar alivio en el carpetazo. Y ni siquiera puede descartarse que Pedro Sánchez, reconocido cazador de oportunidades, tenga una iluminación que le diga que la repetición electoral tendría premio.
Lo que se está decidiendo estos días no es tanto lo que me das como si voy o no voy, si atiendo a razones o dejo vía libre a las bajas pasiones. Todo el mundo sabe perfectamente los límites de lo que se puede dar. Que la promesa de un referéndum no estará en ningún acuerdo, en Cataluña es de dominio público. Y, de hecho, se ha pasado rápidamente de la enfática reclamación al eufemismo. Con la incorporación de la lengua catalana en el Parlamento y asumida en Europa, todo se centra en la amnistía. Es decir, en completar el proceso que ya se inició con los indultos: sacar el conflicto de la justicia, a la que lo llevó el presidente Rajoy después de haber sido incapaz en cinco años de resolverlo políticamente. Dar, aunque sea de modo implícito, una etapa por terminada y volver al terreno de la política, del que no se tenía que haber salido nunca, en un momento en que la larga resaca de 2017 ha hecho emerger el principio de realidad.
Con lo cual, los discursos fundamentalistas, la retórica de la España que se rompe, el desvarío de los que sin la menor conciencia de las relaciones de fuerzas siguen afirmando que hay que hacer efectiva la independencia ya y la indignación por la traición de Sánchez que agitan el PP y los señoritos del PSOE de los ochenta, son fundamentalmente ruido. Si las dos partes quieren la investidura, se encontrará el redactado formal que las circunstancias requieran, en el que la palabra referéndum no aparecerá por ninguna parte y la amnistía se vestirá con el atuendo adecuado. A nadie le gusta una derrota y Sánchez, estando ya al pie del atril, tiene todos los motivos para evitar la repetición. El independentismo —pulsiones irracionales aparte— tiene pocas razones para votar no. Y no es difícil imaginar que si Junts acabara rompiendo el acuerdo, el PSC entraría con clara ventaja en las próximas elecciones autonómicas catalanas. Puigdemont quiere regresar a Cataluña y ha visto una oportunidad. Y los sectores radicales que siguen reclamando que lo volverán a hacer son ahora mismo marginales. Si hay acuerdo, se vestirá con la pulcritud necesaria y si no lo hay, será porque la psicopatología de las pequeñas diferencias hace estragos entre socios. La amnistía debería ser entendida como un modo de sentar las bases para volver a enraonar, una bella palabra del catalán que invita al ejercicio compartido de la razón.
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