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La rivalidad del independentismo lastra el camino hacia la investidura de Pedro Sánchez

El movimiento de ERC y Junts para condicionar el voto a un compromiso con el referéndum necesita ser leída desde la competencia sin cuartel en Cataluña de los exsocios del Govern

Camilo S. Baquero
Salvador Illa, líder del PSC, mira al president de la Generalitat, Pere Aragonès, durante el debate en el Parlament este viernes.
Salvador Illa, líder del PSC, mira al president de la Generalitat, Pere Aragonès, durante el debate en el Parlament este viernes.kike rincón

Entre los factores que condicionan una eventual investidura del presidente en funciones, Pedro Sánchez, la enconada rivalidad partidista entre Esquerra y Junts entra en el apartado de las “amenazas” que comprometen el camino a la formación de un futuro Gobierno encabezado por el líder del PSOE. La resolución del Parlament aprobada este viernes en la que se condiciona el voto favorable de los partidos independentistas a que Sánchez dé pasos hacia la celebración de un referéndum, desencadenó el primer gran susto en la negociación, que hasta ahora giraba —si bien nunca de manera oficial— en torno a otro asunto políticamente espinoso: la amnistía a los encausados del procés independentista catalán. El coqueteo con la línea roja, para los socialistas, del referéndum llegaba en un momento en el que, con el reloj para el adelanto electoral ya puesto en el 27 de noviembre, se estrecha el margen para imprevistos y en la víspera, este domingo, del sexto aniversario del referéndum ilegal del 1-O.

La semana más tensa en la carrera por el pacto tuvo como momento neurálgico el martes. Era día grande a nivel político tanto en Madrid como en Barcelona. En el Congreso, los socialistas esperaban con ansia el discurso de Alberto Núñez Feijóo, el principio del fin del intento del popular para llegar a La Moncloa. Con el tiempo de cortesía al rival terminado, PSOE y Sumar entonces podían comenzar oficialmente las negociaciones para cerrar la mayoría progresista, tras semanas de contactos a varias bandas. La amnistía (el borrado oficial de los delitos) a los encausados por el procés centraba hasta entonces el debate político y jurídico, y Junts, la formación fundada por el expresident fugado en Bruselas Carles Puigdemont, acaparaba los focos al debutar como necesaria en la suma alternativa al PP.

En el entorno socialista incluso se aventuraban a agendar el debate de investidura de Sánchez entre los días 17 y 24 de octubre, adelantándose casi un mes al límite legal. El calendario, aceptaban, dependía del avance de la aprobación de la amnistía con ERC y Junts; y rondaba cierta sensación de que, si se dilataban las negociaciones a tantas bandas, se corrían riesgos innecesarios. Por ejemplo, que la complicada relación entre republicanos y postconvergentes en Cataluña tuviera una de sus explosiones cíclicas y contagiara lo que parecía una encarrilada negociación para la investidura.

La Moncloa había contemplado como una amenaza para sus planes la relación tóxica entre ERC y Junts. Y es precisamente esa pugna la que se exacerbó ese mismo martes, en la capital catalana, durante la primera sesión en el Parlament del Debate de Política General. En un movimiento inesperado, el president Pere Aragonès, al alimón coordinador nacional de ERC, sacudió el marco de las negociaciones. “En los próximos cuatro años se tiene que encontrar la fórmula para resolver el conflicto de soberanía con el Estado. Para mí esa es la condición que el independentismo ha de poner sobre la mesa”, propuso en su discurso.

El planteamiento de Aragonès no era nuevo, pues los dos partidos independentistas siempre han incluido la autodeterminación, junto con la amnistía, en el centro de las contrapartidas de la investidura. El anuncio tomó por sorpresa a Junts y a La Moncloa, que ya el día 5 respiró cuando Puigdemont, en una conferencia en Bruselas, no hizo un planteamiento tan cerrado. Tras semanas sin conseguir horadar el protagonismo de Junts en las negociaciones con Sánchez, el jefe del Govern conseguía a su partido hacerse sentir en el tablero.

Casi un año después de que los exsocios del Govern rompieran su coalición y los de Oriol Junqueras optaran por seguir en solitario pese a tener solo 33 de 135 diputados, Junts consideraba que el debate del Parlament era un buen momento para ajustar cuentas. La proximidad al sexto aniversario, este domingo, de la celebración del referéndum ilegal del 1-O ya caldeaba también el tono de los más soberanistas. “Cambio de rumbo o elecciones”, le espetó el neoconvergente Albert Batet a Aragonès, marcando el tono agrio que se impondría. Hace un año, justamente, los de Puigdemont esgrimían como una de las razones para el salir del Govern la negativa de ERC de tener unidad de acción en el Congreso. La misma que piden ahora los republicanos desde las elecciones municipales de mayo. “Sería una lástima que ahora hubiera cambiado su discurso en función de la aritmética de Madrid y no de la realidad de Cataluña”, añadió Batet.

Esquerra perdió el 64% de los puntos que sometió a votación en el debate y hasta tres textos hurgaron en la absoluta soledad del Govern en el Parlament. Pero ese desgaste doméstico quedaba mitigado a nivel global por la oferta del PSC de pactar los últimos presupuestos de la legislatura y la lectura en clave nacional de su propuesta para la investidura, en la línea de bloqueo en las negociaciones. Una sensación que se acrecentó cuando cada socio presentó por su lado un texto de propuesta de resolución insistiendo en la autodeterminación, aunque sin hacer el planteamiento de condicionar el voto a Sánchez.

Sin embargo, en el seno del independentismo sabían que, batallas domésticas aparte, no se podía dar una imagen de desunión respecto a la amnistía y la celebración de un referéndum al resto del Estado. In extremis, ERC y Junts transaccionaron un nuevo texto donde se moderaba, por ejemplo, el rol del Govern en las negociaciones con la investidura, pero sí se relacionaba el apoyo al avance del referéndum. Al PSC le había pasado algo similar: su anuncio de no respaldar ningún texto a favor de la amnistía chocaba fuera de Cataluña con el planteamiento incluso esbozado por Sánchez. El mensaje, en clave catalana, era que no se podía dar por hecho algo así en este momento.

Cuando el independentismo ha querido hacer saltar las cosas por los aires, lo ha hecho sin ahorrar contundencia. Incluso en otro Debate de Política General, el de 2016, el propio Puigdemont el que lanzó la famosa frase de “referéndum o referéndum”. ERC, en la mesa de diálogo con el Gobierno, siempre encontró fórmulas que pudieran transmitir a sus bases la idea de que la autodeterminación no caía de la mesa y que los socialistas pudieran leer como una no cesión en términos de soberanía. De ahí que causara sorpresa que se magnificara tanto una resolución que, efectivamente, es mandato del Parlament, pero sin alcances reales más allá de lo discursivo.

La directriz del PSOE de “cuidar mucho” tanto a ERC como a Junts, durante la negociación, alejando la posibilidad de choques como el sucedido, parece no haber logrado su objetivo. Fuentes de la dirección de los republicanos ven evidente que el Gobierno se ha montado en el carro de ceder el foco a Puigdemont y Junts y así amarrar al nuevo actor en la operación, más imprevisible y con menos experiencia tras una legislatura en que Junts se parapetó en el frentismo. La unidad del independentismo, de momento, se limita a dos resoluciones que reflejan más la greña interna que unidad de acción en un momento decisivo y con todos los riesgos de nuevos pisotones de manguera.

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Sobre la firma

Camilo S. Baquero
Reportero de la sección de Nacional, con la política catalana en el punto de mira. Antes de aterrizar en Barcelona había trabajado en diario El Tiempo (Bogotá). Estudió Comunicación Social - Periodismo en la Universidad de Antioquia y es exalumno de la Escuela UAM-EL PAÍS.

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