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INDEPENDENTISMO
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Ensueños y fantasías en Waterloo

Si no fuera posible el retorno triunfal como presidente, a Carles Puigdemont siempre le quedaría un regreso discreto y la retirada de la política

Lluís Bassets
Carles Puigdemont, en un acto de homenaje a Pau Casals en el sur de Francia.
Carles Puigdemont, en un acto de homenaje a Pau Casals en el sur de Francia.MASSIMILIANO MINOCRI

El regreso triunfal. La jornada histórica. Otra fecha, la cuarta, en la aventura catalana. Como Macià aquel 14 de abril del 31, tras el éxito republicano en las elecciones municipales. Como Companys, el 1 de marzo del 36, tras la victoria del Frente Popular, amnistiado de la condena a 30 años de cárcel por rebelión. Como Tarradellas, en octubre del 77, al regreso del exilio, reconocido como presidente catalán por el régimen monárquico preconstitucional.

Nadie lo quiere. Ni Junqueras ni Aragonès. Tampoco Illa. No lo quieren cuantos abrigan alguna esperanza de alcanzar la presidencia, que no son pocos, incluso dentro de Junts. Demasiado bello. Las siguientes elecciones serían un paseo. Otro desastre para Esquerra. Y una nueva oportunidad para mantener el órdago.

Difícil atisbar cómo se produciría. Sugestiva la insinuación de Abascal: “[La amnistía] es una agresión de la que el pueblo español tiene el deber y derecho de defenderse y lo hará. Después no vengan ustedes lloriqueando”. Un horizonte emocionante. El otoño de 2017 quedaría como un aperitivo. Habría que hacer bien o muy bien lo que entonces se hizo tan mal.

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La duda, como siempre, está en Cataluña, y sobre todo en Barcelona. Las mismas elites que hace años animaban al nacionalismo a echar por la calle de en medio, ahora quieren que PP y PSOE se entiendan para prescindir de Vox, pero también del independentismo, el catalán y el vasco. Preferían incluso que Junts pactara con Feijóo en vez de Sánchez. Habría garantía de irreversibilidad para lo que se consiguiera, mientras que ahora todo se lo pueden llevar por delante las siguientes elecciones. La bofetada a Esquerra, al PSC y a Sánchez sería gloriosa.

Hay una duda íntima. ¿No será el cuento de la lechera? Esos seis años fuera del país, encerrado en la Casa de la República, son para enloquecer y perder el sentido de la orientación. Waterloo es una extravagancia en la Europa de la pandemia, la guerra y la crisis migratoria. En ningún caso un problema político relevante. Si Sánchez no consigue la investidura ahora, se puede perder todo lo conseguido, que es mucho más de lo que se conoce, además de la lengua y el grupo parlamentario.

¿Pagar un precio? Eso sería no volver a hacerlo, claro, y decirlo bien claro. Queda descartado, aunque sea evidente la imposibilidad objetiva de un nuevo octubre independentista. Y no por los principios, sino por la dignidad, más personal que política. Para no tener que escuchar acusaciones de traición.

Arrestos para repetir no faltan, pero las condiciones, escasas ya en 2017, empeorarán en los próximos años. Si no fuera posible el retorno triunfal como presidente, siempre quedaría un regreso discreto y la retirada de la política. El trago más amargo es admitir que regresa imparable el catalanismo pragmático de toda la vida.

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Sobre la firma

Lluís Bassets
Escribe en EL PAÍS columnas y análisis sobre política, especialmente internacional. Ha escrito, entre otros, ‘El año de la Revolución' (Taurus), sobre las revueltas árabes, ‘La gran vergüenza. Ascenso y caída del mito de Jordi Pujol’ (Península) y un dietario pandémico y confinado con el título de ‘Les ciutats interiors’ (Galaxia Gutemberg).

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