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Así se rompe España de verdad

El país que tantas crisis ha resistido se romperá por esa esquina a la que, como las discotecas de los polígonos murcianos, nadie prestaba atención

El presidente de Murcia, Fernando López Miras (izquierda), y el alcalde de su capital, José Ballesta, el martes tras guardar un minuto de silencio en memoria de los fallecidos en el incendio de las discotecas.
El presidente de Murcia, Fernando López Miras (izquierda), y el alcalde de su capital, José Ballesta, el martes tras guardar un minuto de silencio en memoria de los fallecidos en el incendio de las discotecas.Javier Carrión (Europa Press)
Sergio del Molino

Cuando Antonio Navarro, concejal de Urbanismo de Murcia, dijo que era “imposible tener constancia de si un local está abierto o no, pese a tener la orden de cierre”, pretendía exculparse. Era una forma ceremonial de quitarse literalmente los muertos de encima. Sin embargo, la frase le cargó de culpa. Pocas veces se ha escuchado a un político atribuirse sin querer tantísima responsabilidad. Pudo haber dicho que era difícil tener constancia, y se habría entendido que la Administración está saturada, pero dijo imposible, adjetivo absoluto, y al decirlo, constató que su cargo y su institución eran del todo inútiles. Al Ayuntamiento le resultaba imposible saber si funcionaba un local que media población de Murcia conocía y que, al incendiarse, estaba lleno de personas que parecían bien informadas de que la discoteca estaba abierta.

¿Para qué sirve un Estado (un Ayuntamiento, como una comunidad autónoma o una Diputación, es parte del Estado) si este no sabe si se cumplen sus sanciones? Un Estado moderno y fuerte como el español puede capear crisis institucionales, intentos golpistas, boicots parlamentarios, corrupciones varias y declaraciones unilaterales de independencia, pero no puede sobrevivir a la falta de confianza.

Un Estado sirve para comernos tranquilamente cualquier alimento, porque sabemos que alguien se ha preocupado de que sus ingredientes coincidan con los declarados en la etiqueta. Un Estado sirve para que yo avance al ver el semáforo en verde, porque sé que está en rojo para los que vienen en la otra dirección. Un Estado sirve para que escriba esta columna sin miedo a que el techo se me caiga encima, porque el inmueble ha sido inspeccionado por técnicos acreditados. Un Estado sirve para dejarme tratar por los médicos del hospital, con la tranquilidad de que están capacitados. Un Estado sirve para que pueda dejar a mi hijo en la puerta del colegio sabiendo que lo cuidarán bien y le enseñarán cosas. Un Estado sirve, en fin, para acudir con mis amigos a una discoteca dando por supuesto que esta es legal y cumple la normativa contra incendios, porque los inspectores así lo han certificado.

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España ha demostrado ser un país resistente por arriba, pero si se descose por abajo, por las costuras de una Administración que, de pronto, se ve incapaz de cumplir sus funciones más elementales, no habrá goles de la selección, ni raquetazos de Nadal, ni dieta mediterránea, ni marca España que lo salven. El país que tantas crisis ha resistido se romperá por esa esquina a la que, como las discotecas de los polígonos murcianos, nadie prestaba atención.

Sobre la firma

Sergio del Molino
Es autor de los ensayos La España vacía y Contra la España vacía. Ha ganado los premios Ojo Crítico y Tigre Juan por La hora violeta (2013) y el Espasa por Lugares fuera de sitio (2018). Entre sus novelas destacan Un tal González (2022), La piel (2020) o Lo que a nadie le importa (2014). Su último libro es Los alemanes (Premio Alfaguara 2024).

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