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Mijaíl Gorbachov: “Que el futuro no se les escape”

El que fuera primer y único presidente de la URSS defiende la necesidad de consolidar la sociedad y de mantener la lucha por el desarme nuclear

Pilar Bonet
El expresidente de la URSS, Mijail Gorbachov, durante su visita a un puesto fronterizo en el muro de Berlín el 7 de noviembre de 2014.
El expresidente de la URSS, Mijail Gorbachov, durante su visita a un puesto fronterizo en el muro de Berlín el 7 de noviembre de 2014.Hannibal Hanschke (REUTERS)

El ex secretario general del Partido Comunista de aquel país desaparecido en 1991 recibe a EL PAÍS en la fundación bautizada con su nombre en Moscú. Cuando se siente bien, Gorbachov va dos o tres días por semana al trabajo. Hoy, un martes de fines de octubre, Mijaíl Serguéievich ha llegado a las once de la mañana y ya son más de las cuatro de la tarde. Durante la jornada le han acompañado sus fieles colaboradores, Pavel Palázhchenko, Karen Karaguesián, Olga Zdravomíslova. Con este pequeño equipo se ha reunido para programar actividades —entrevistas, artículos, visitas— con ocasión de los aniversarios en ciernes.

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La fundación es un lugar tranquilo, donde la actividad ha disminuido notablemente en los últimos años, en parte porque ha tenido que restringir los eventos patrocinados internacionalmente para evitar ser etiquetada como “agente extranjero” en virtud de la legislación promulgada durante la presidencia de Vladímir Putin. En la fundación no habrá este año ningún seminario o conferencia especial sobre la caída del muro de Berlín, el símbolo de la división entre el Este y el Oeste, cuya destrucción fue posible gracias al “nuevo pensamiento político” de Gorbachov y a su visión de la Casa Común Europea desde el Atlántico hasta Vladivostok.

El expresidente de la URSS tampoco irá a eventos internacionales, como ocurría en otros aniversarios señalados. Sus médicos no le recomiendan viajes y ya no están en este mundo aquellos veteranos con quienes compartía recuerdos, como el excanciller Helmut Kohl (1930-2017) o el que fuera ministro de Exteriores alemán, Hans Dietrich Genscher (1927-2016).

En cambio, la fundación sí celebrará en diciembre un seminario sobre la cumbre que mantuvieron Gorbachov y el presidente George Bush padre (también fallecido) el 2 y 3 de diciembre de 1989 en Malta. Allí, frente al puerto de La Valeta, a bordo del crucero Maksim Gorki, zarandeado por un mar encrespado, los dos dirigentes conversaron sobre las consecuencias que había traído consigo la caída del muro. Para entonces Bush ya se había hecho con una provisión de fragmentos de aquella construcción, que repartía entre unos y otros. “Subrayamos la cumbre de Malta, porque ese encuentro entre los presidentes de la URSS y EE UU marcó el final real de la Guerra Fría y además era soviético-norteamericano. Desde el punto de vista histórico, Malta es más importante que la caída del muro, porque si este acontecimiento marca una etapa hacia el fin de la Guerra Fría, Malta marca su final”, dice Zdravomíslova. Lo que queremos subrayar es la “desmilitarización” del pensamiento internacional, resume.

Gorbachov acaba de publicar Lo que hay en juego. El futuro del mundo global, basado en su experiencia como estadista. Mijaíl Serguéievich me firma uno de sus libros y hace que me fije en una foto suya. Le digo que prefiero la imagen que viene en la portada de la revista Diletant de divulgación histórica. Es un dibujo de un hombre atractivo, con un elegante sombrero algo ladeado sobre la frente.

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Gorbachov vive solo. Su hija, sus dos nietas y sus dos bisnietos viven en el extranjero. El expresidente lleva una camisa de franela a cuadros grises y azules. El carácter casero del atuendo hace que Elena Martínova, la secretaria, ponga reparos maternales a que le haga una fotografía. En un discreto segundo plano, junto al sillón en el que se sienta Gorbachov, hay un andador. “Perdona que no me levante”, dice al principio y al final de nuestro encuentro. “No camino, me arrastro”, añade, aludiendo a sus achaques. Su salud tiene altibajos. En los últimos tiempos ha perdido 20 kilos y se encuentra mejor, según dice, porque es más estricto con su régimen alimenticio.

Y ¿cómo consolidar la sociedad? prosigo. “No te dejes llevar por los viejos esquemas. Sé joven”, dice, dejando la incógnita en el aire. ¿Qué contenido práctico sitúa en el concepto de juventud?, inquiero. Gorbachov no contesta, sino que conmina a la interlocutora a buscar ella misma la respuesta y se pone a hacer preguntas.

¿Qué opinión tienes de Rusia?, espeta a bocajarro. “Contradictoria”. Hay “una buena Rusia y otra menos buena”, le digo. “La contradicción contiene esas dos cosas, lo que tiene de bueno y aquello de lo que debe liberarse”, comenta Gorbachov, filosóficamente.

En su época, caían los tabúes y se abrían todas las puertas…”, prosigo. “Y ahora todo se cierra”, sentencia Gorbachov sin esperar el final de la frase. “Lo abriremos de nuevo, lo abriremos”. “No le prestes atención”, recalca. “Dime un país donde todo esté bien y no haya que cambiar nada”, señala.

En la época de la perestroika había esperanza en que las cosas irían a mejor, se iniciaba un proceso de desarme, se incrementaba la libertad de expresión. Ahora todo parece ir en sentido contrario, vuelven a imponerse los tabúes y se liquidan los tratados de desarme firmados gracias al “nuevo pensamiento”, insisto. ¿Qué les diría Mijaíl Serguéievich a los jóvenes? “Les diría que el futuro es suyo y que deben hacer todo lo posible para que no se les escape. Pero ellos ya lo saben”. “No, no y no”, Mijaíl Serguéievich está en rotundo desacuerdo. El mundo no va hacia el suicidio o la destrucción, aunque de nuevo en el aire “se huele el autoritarismo”.

En la fundación de Gorbachov se conservan varios fragmentos del muro de Berlín. “Hubo una época en la que a todos les dio por regalarle a Gorbachov trozos de muro”, nos había dicho la pasada primavera la archivera, mostrándonos un pedazo de muro pintado con esmalte brillante y encerrado en una vitrina, como una escultura moderna. Otro de los fragmentos del muro, enorme y pesado, yacía como una losa sobre carpetas de papeles, en una estantería. “Tenemos tres trozos de muro inventariados”, dice Zdravomíslova tras recabar la información actualizada en el archivo, donde se guardan también los periódicos amarillentos de la glasnost, la transparencia informativa.

Gorbachov tiene 88 años, pero ya me invita a su 90 cumpleaños, “¿Vendrás? “Y a los 100 también”, le digo, y le comento que me hicieron reflexionar las canciones ucranias que cantó cuando cumplió 85 años. Son canciones que aprendió en su infancia de los campesinos de su pueblo de Privólnoye, en la provincia de Stávropol, en el norte del Cáucaso. Gorbachov heredó el gusto por la música de su madre, de origen ucranio. Esa fusión entre lo ruso y lo ucranio en la identidad forjada en su infancia es clave para entender no solo su vida, sino también su política, su deseo de conservar unida la URSS, ese país que se le fue de las manos. También es clave para entender sus opiniones sobre los conflictos actuales entre los dos países vecinos. Gorbachov me complace y me recita ahora unos versos ucranios y sigue luego con unos versos en ruso.

Entre las actividades en su agenda, Gorbachov mantuvo una entrevista con el expresidente de Polonia, Lech Walesa, que el 5 de noviembre vino acompañado del político alemán Christian Wulf y el embajador de la RFA con una carta de agradecimiento y reconocimiento del presidente alemán Franz Walter Steinmeier. Según la información publicada en la página de web de la fundación, Gorbachov subrayó especialmente “la necesidad de continuar la lucha por el desarme nuclear”. “Mientras tenga fuerza hablaré de esto en todas partes”, dijo el padre de la perestroika.

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Sobre la firma

Pilar Bonet
Es periodista y analista. Durante 34 años fue corresponsal de EL PAÍS en la URSS, Rusia y espacio postsoviético.

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