Secundino Hernández, artista sin etiquetas
Del barrio de Hortaleza al mundo. El artista madrileño, uno de los mejor valorados por la crítica y el mercado en España y con celebridades entre sus coleccionistas, prepara una gran exposición individual en Madrid que acercará su obra al gran público
![Secundino Hernández ante 'Confession' (2024), políptico que será su obra más reciente en la Sala Alcalá 31 de Madrid.](https://imagenes.elpais.com/resizer/v2/7BF3SIEL75FOBIQ5DM6QTYJRDI.jpg?auth=c021ef5887387f4474f00c4b64d862324b8055f9af34c620aa8348202588374f&width=414)
Lo que suele contarse sobre Secundino Hernández (Madrid, 49 años) tiene un poco de cuento de hadas y un mucho de lugar común. En 2013, Don y Mera Rubell, una de las parejas de coleccionistas de arte contemporáneo más poderosas del mundo, fundadores del Rubell Museum de Miami, compraron en Arco un cuadro enorme que él firmaba, y después fueron a su estudio y se llevaron varios más. Ese día, recuerda él mismo, salió “como en cinco telediarios”, y su madre lo llamó por teléfono llorando de emoción. Gracias a la varita mágica de los Rubell, en cuya colección hay piezas de Damien Hirst, Maurizio Cattelan, Anselm Kiefer, Llyn Foulkes o Kara Walker, el joven pintor del extrarradio de Madrid se había convertido en una estrella instantánea. El despegue en su cotización. Los artículos en prensa. Las llamadas y consejos. “En Alemania, un galerista me dijo: ‘Aprovecha ahora, porque vas a tener dos años de vender mucho y luego nada”, recuerda. Afortunadamente, la profecía no se cumplió.
![Hernández asegura disfrutar con su trabajo. “No me cuesta venir al estudio cada día, y sé que en eso soy un privilegiado”.](https://imagenes.elpais.com/resizer/v2/57LROSUPIRHARODJWKDWNCK6I4.jpg?auth=b21ded76cf3f99e1e771bcf090369b250625315defd99c9c8db1b9aa0d971ce9&width=414)
De esa narración suele omitirse que, en aquel momento, Secundino no era un donnadie, sino uno de los pintores españoles mejor considerados de su generación, y que ya estaba trabajando con seis galerías internacionales, entre ellas las muy prestigiosas Heinrich Ehrhardt (hoy, Ehrhardt Flórez, de Madrid), Krinzinger (Viena) y Grässlin (Fráncfort), que son algunas de las que hoy siguen comercializando su obra. Nada le llegó de la noche a la mañana, así que nada se desvaneció con idéntica rapidez. De hecho, puede considerarse que, 12 años después de aquello, está en su mejor momento.
Se espera que la retrospectiva Secundino Hernández en obras, que se inaugurará el 19 de febrero en la Sala Alcalá 31 de Madrid, ponga las cosas en su sitio. El cuadro más antiguo que allí se verá data de 1996, y el más reciente es un políptico recién terminado, de formato monumental (más de nueve metros y medio de largo), que recibirá a los espectadores en la entrada. Entre medias, unas 70 obras que resumen tres décadas de trabajo. El dibujo, la superficie pictórica, la forma y la figura humana son las cuatro secciones en las que se dividirá la exposición. “Resumen sus preocupaciones, las propias de un pintor, y se han mantenido a lo largo del tiempo”, apunta su comisario, Joaquín García. A Hernández se le ha vinculado a la pintura expresionista abstracta, lo que no deja de ser otro cliché que se desactiva ante su variedad de estilos y temas. Incluidos el retrato y el cuerpo humano, aunque nunca de manera obvia: “La gente necesita etiquetarte. Pero nunca me he preocupado de ser ni expresionista, ni abstracto ni figurativo. Mi obra debe ser consecuencia de mi pensamiento, y eso me da igual cómo se etiquete”.
![El pintor y sus asistentes trabajan en el piso superior del taller.](https://imagenes.elpais.com/resizer/v2/5JUUWILPGBDEZIIVNYHG77AW5U.jpg?auth=f10fae694380864fba01eb7db2c5fdddb17c24ea3abde220b64c60dd170a777e&width=414)
![Espacio de almacén del estudio.](https://imagenes.elpais.com/resizer/v2/ZHTUD72JO5BTDGDDELBXJBCULE.jpg?auth=044cc2c43ea73b3794eaa25cc82c9d15f7faa0bd083de1eb5d28150098912170&width=414)
En su enorme estudio, una nave industrial en las afueras de Coslada (Madrid), trabaja con sus ayudantes y con Joaquín García para terminar de seleccionar las obras de la muestra para la madrileña Sala Alcalá 31. Hace una pausa para sentarse junto al periodista en la mesa de la cocina, en el piso superior, donde en ocasiones se encierra para trabajar en solitario. Un entorno casi doméstico, apropiado para rememorar su trayectoria desde los inicios: “Es verdad que vengo del barrio de Hortaleza, a las afueras de Madrid, y que en mi familia nadie se dedicaba a esto”, confirma. “Mi madre era ama de casa y ayudaba en las tareas administrativas a mi padre, que tenía un taller mecánico”, continúa.
En los años ochenta, él era un niño de clase media trabajadora, algo hiperactivo, apuntado a clases extraescolares de pintura en la academia La Paleta, en Canillas, que todavía existe, y a la que hoy acude su hija. Tan obsesionado estaba con aquello que pedía como regalo a los Reyes Magos espátulas y aguarrás. Mientras, en el colegio las cosas no iban demasiado bien: “Yo era muy mal estudiante, de los que repiten curso, hasta que entré en la Universidad Complutense para estudiar Bellas Artes. Allí, de pronto, todo eran matrículas. Así que, aunque quizá mis padres no entendían lo que yo estaba haciendo, siempre lo respetaron y me apoyaron”.
Eran tiempos en los que las familias españolas aspiraban a que sus retoños estudiaran ciertas carreras universitarias y no otras: “Mis hermanos y yo fuimos la primera generación de la familia que fue a la Universidad, y fui muy consciente del lujo que era estudiar Bellas Artes. A otros compañeros con padres más ilustrados les conducían a Empresariales o Derecho, porque se suponía que solo así te podías colocar, y fueron muy desdichados. Yo jugué a la contra, sabiendo que sería un camino arduo”.
Cuando salió de la Facultad, se incorporó a una escena artística que ya conformaba un grupo —Joaquín García cita a Ana Laura Aláez, Carles Congost y Fernando Sánchez Castillo, entre otros creadores— centrado en lo conceptual y los medios audiovisuales, donde la pintura casi se observaba como una reliquia. Él persistió en lo suyo: “Yo tenía facilidad para pintar, aunque no era el medio más en boga. Me pesa que a veces no tenga demasiado respeto institucional porque se ve como menos vanguardista, cuando admite mucha experimentación”.
![Los retratos son parte de la obra de Hernández menos conocida, y por eso tendrán un lugar privilegiado en su nueva exposición.](https://imagenes.elpais.com/resizer/v2/SNJQZYEXYZGVTB7GR3ZYYMV2EU.jpg?auth=0f0c4ddfeb32f5eb2a80d97097f18cd068871c59fbcaec243aa5e4dc7d7ec72e&width=414)
![Dos de los ayudantes del estudio de Secundino Hernández colocan en la pared las piezas del artista para facilitar la toma de decisiones de la exposición.](https://imagenes.elpais.com/resizer/v2/Q42BG3CIX5GNVG3YO5PJKGD7NA.jpg?auth=889af34948be2c4bc6c6fb2a2de239a00422dbaf74d064a71968058c69567d32&width=414)
Decidió continuar su formación en el extranjero. Primero en Viena y después en Berlín, donde viviría entre 2007 y 2017. No lo tuvo fácil: “Me sentí solo, sobre todo los primeros años, que fueron durísimos. Me encontraba en una situación complicada, prácticamente de colchón en el suelo. Pero resistí, porque ni contemplaba dedicarme a otra cosa”. Dispuso de distintos estudios en los barrios berlineses de Mitte y Kreuzberg, mientras en España fichaba por el galerista Heinrich Ehrhardt, y obtenía el Premio Generación 2007 de la Obra Social de Caja Madrid y la beca de Creación Artística de la Comunidad de Madrid del año siguiente. Los coleccionistas empezaron a fijarse en él. Entre ellos han destacado los internacionales Friedrichs (en Bonn) y Timo Miettinen (en Helsinki y Berlín), y en España, Stefan Röpke y Noel Estrada, y los más jóvenes Alejandro Lázaro y Alejandra González, Premio al Coleccionismo de Arco en 2023. Además de celebridades que han adquirido ocasionalmente sus cuadros, como el exjugador de fútbol Luis Figo.
En cuanto a los Rubell, Secundino Hernández recibió la entrada en su colección con agradecimiento, aunque sin dejarse arrastrar por la euforia ambiental: “Fue muy importante porque tienen mucho peso, pero mi reacción fue como ‘bien, vale’, igual que si hubieran comprado Juanita y Juanito”. Sí destaca que la adquisición se produjera en Arco en lugar de en alguna de las ferias internacionales en las que ya estaba exponiendo: “Pudo haber sido en Miami, donde ellos viven, pero fue en Ifema, que además está cerca de mi barrio”. Un barrio del que no se ha alejado demasiado desde que volvió a España: “Sigo viviendo por Hortaleza, en Las Cárcavas, donde me he podido hacer una casa sencilla pero maravillosa. Aunque, antes que la casa, mi primera inversión fue este estudio. Vi en Coslada unas naves asumibles de precio, y aquí me quedé”.
Es consciente de que ese “aquí” lo coloca en una posición de privilegio. Suma 1.200 metros cuadrados de espacio útil, donde puede almacenar su obra, experimentar y disponer de un pequeño batallón de colaboradores. Aunque no siempre fuera así. “Mi primer estudio era un chamizo en casa de mis padres, y me he ido adaptando a los medios de cada momento”, afirma. “Y aquí empecé con una nave pequeñita, que creció hasta lo que tengo ahora”. También asume con normalidad que un hombre blanco europeo heterosexual no esté en la posición más popular en los tableros de la geopolítica del arte: “¿Que al parecer están de moda los artistas de origen africano? Pues me parece muy bien. Cada cosa tiene su momento. A nadie que tenga talento y que trabaje le van a quitar cuota de mercado por eso. De lo único que estoy en contra es de la mediocridad. Eso es lo que hay que combatir”.
La exposición de Alcalá 31 es importante para un pintor que ha recibido una acogida calurosa por parte del mercado, pero que, con algunas excepciones —como una muestra en el CAC Málaga en 2018—, no ha tenido tanta trayectoria institucional en España. La sala, en origen la sede del Banco Mercantil e Industrial, diseñada en 1935 por el arquitecto Antonio Palacios y cubierta con una impresionante bóveda de cañón, posee tanta personalidad que muchas veces compite con el arte de sus exposiciones. Pero eso también lo está gestionando: “El espacio es como es, así que haremos un recorrido sencillo, funcional. Queremos evitar la teatralidad para que el público se fije en la obra. Que el resto sea accesorio”, apunta.
En junio, Hernández inaugurará otra individual en el Museo de Arte Contemporáneo de Castilla y León, el Musac, comisariada por el director del centro, Álvaro Rodríguez Fominaya. Así que le espera cierto trajín este año: “Creo mucho en el trabajo, aunque hoy en día esté muy denostado. Si trabajas y te diriges hacia lo que quieres, es más probable que lo consigas. Las condiciones de partida no son iguales para todos, pero eso no impide hacer el esfuerzo”.
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