Don y Mera Rubell: “Queremos que el arte sea tan relevante para la gente como lo ha sido para nosotros”
La pareja dirige el Rubell Museum, en Miami, donde exhiben obras de importantes artistas como Damien Hirst, Maurizio Cattelan, Anselm Kiefer, Lynn Foulkes o Kara Walker
En una ciudad tan artísticamente pujante como Miami Don y Mera Rubell son la pareja que nadie debería omitir. Los dos encabezan el Rubell Museum, un edificio espléndido, con estructura de galpón, que reúne obras de artistas como Damien Hirst, Maurizio Cattelan, Anselm Kiefer, Lyn Foulkes, Kara Walker, c y James Marshall. Ubicado en el barrio de Allapattah, no demasiado lejos del centro, el museo –que ocupa seis antiguas construcciones industriales y que el estudio de arquitectura Selldorf gestó en dos años– alberga nada menos que 7.200 obras de 1.000 creadores y es en sí mismo un motivo inmejorable para comprobar por qué Miami, también como mercado, cada vez resulta más atractivo.
En ese contexto, esta pareja se siente como pez en el agua, consciente de que gran parte de su prestigio reside en un ojo arriesgado, agudo y sensible, caracterizado por un sentido de la oportunidad único, que le ha permitido detectar muy temprano el talento de artistas como Richard Prince y Jeff Koons, hoy figuras consagradas del arte contemporáneo.
Vestida de negro y con inherente sofisticación, Mera empieza la conversación como guía. Y la seguimos hacia donde indique, caminando por el museo, recorriendo y comprendiendo algunas de sus salas. Pero también su excepcional biblioteca, aprovechada por tantísimos estudiantes de Miami y estudiosos del arte, y las piezas que, como sorpresas de un laberinto interminable, llenan los ojos de ilusión. Es como si la inquietud que la pareja sintiera hacia el mundo la plasmara en el arte que colecciona e, inmediatamente, ese truco se trasladara al espectador como un torrente imparable.
Pareja de precursores
Nada que sorprenda: Don y Mera han sido responsables de la mítica muestra 30 Americans, que viajó alrededor del globo y estuvo encabezada por artistas afroamericanos en una época en que había que atreverse. Pero a su cualidad de precursores se une una preocupación constante: la de interesarse por el trabajo de artistas visuales contemporáneos, tanto mejor si son jóvenes.
Don y Mera llevan 54 años casados, empezaron a coleccionar juntos cuando vivían en Nueva York, se hicieron célebres en Winwood, y acaso lo único que los diferencie esencialmente sea el habla, que en ella se manifiesta con efusividad y en él -un eterno apasionado de la historia del coleccionismo, desde la Edad Media hasta nuestros días- fluye con parsimonia, como si hubiera pensado cada sílaba antes de verbalizarla. Pero este contraste no hace más que darle riqueza a una pareja que no ha perdido frescura.
Don, coloca las cosas en perspectiva: “De alguna manera, las salas de este museo no muestran solamente arte, sino que cuentan nuestra historia como coleccionistas. Los caminos que tomamos naturalmente se han modificado, pero nunca vendimos una obra, y hemos tenido influencias claras de las que también queremos dar cuenta”. Y agrega: “Si la gente intenta adivinar cuál es nuestro gusto, seguramente se equivoque de carril, porque en buena medida hemos intentado mantenernos abiertos al mundo cambiante al que se enfrentan los artistas contemporáneos. Lo que queremos es coleccionar obras que reflejen adecuadamente nuestro tiempo, más que adecuar nuestro paladar a lo que compramos, como quien colecciona cuadros de objetos que le agradan, como flores. Nuestro objetivo es comprometer al espectador con los artistas, porque queremos que el arte sea tan relevante para la audiencia como lo ha sido para nosotros”.
Así será todo el recorrido con Mera: cargado de las imágenes que arroja su mente, y también de las se disfrutan cuando, por ejemplo, el visitante se topa con una de las primeras obras clave de Koons. “Realmente creo que cada colección privada es una huella dactilar única que refleja el talento, las ambiciones y la historia de quienes la han creado. Si a la ecuación le añades la influencia de nuestro hijo Jason y, por supuesto, de una hija como Jennifer, que se dedica profesionalmente al arte, además de las inquietudes de una pareja que está junta hace 55 años, pues entonces ese carácter único, que puede gustar o no, se acentúa”.
Su esposo añade, con ironía: “Cada mal casamiento es igual, y cada buen casamiento es diferente. Sucede lo mismo con las colecciones: reflejan perfectamente a los coleccionistas como individuos. Es mucho más interesante coleccionar que ganar plata en la actividad a la que te hayas dedicado originalmente". "Coleccionamos a artistas jóvenes que comenzaron hace poco a mostrar su trabajo, y nos agrada conocerlos personalmente y establecer una relación que continúe en el tiempo. Por ello, la manera en que empezamos a coleccionar está relacionada con nuestra vida, con las limitaciones económicas que tuvimos al principio y con un camino que se fue haciendo de a poco, porque no poseíamos una gran casa cuyas paredes debiéramos llenar. Aquí no hubo premeditación ni búsqueda filantrópica, sino un interés genuino en obras originales de arte, algo que para nosotros ha sido y aún es mágico”, completa Mera.
Antes de terminar, detallará con precisión quirúrgica la variedad de formas en que el museo –cuyos responsables intentan, a través de una política de entradas subsidiadas, que nadie que realmente quiera conocerlo se lo pierda– trabaja en conjunto con las instituciones de educación pública, y dirá que para ellos es muy difícil pensar en el arte como elemento decorativo.
¿Qué piezas superarán la prueba del tiempo? “Hay un libro fantástico de tres tomos que rastrea el arte desde el siglo XIV hasta el siglo XVIII, y una de las conclusiones que se pueden sacar es que ninguna pieza mantiene su valor ni su interés a lo largo del tiempo, lo cual incluye a maestros como Rafael. El interés en esas obras para mí es más importante que el hecho de que superen la prueba del tiempo. Por ejemplo, ¿por qué actualmente la gente responde con entusiasmo a Modigliani de un modo en que no lo hacía cuando él estaba a vivo? No lo sabemos”, explica Don. “Me gusta hacer que artistas históricos y contemporáneos dialoguen. Egon Schiele es un consagrado que he vuelto a considerar porque un artista joven que me interesa lo rescató. La historia del arte tiene continuidad, y es imposible pensar que lo que hace un artista hoy no esté influenciado por lo que realizó un maestro hace cientos de años. Picasso decía que los buenos tomaban prestado, y que los grandes robaban. Pues bien: no es para cualquiera robar y lograr que, sin embargo, su arte sea único”, matiza Mera.
“Los artistas son muy inteligentes. Y es natural que sean ellos quienes rescaten a sus colegas, contagiando su interés por gente como Marcel Duchamp hacia nosotros”, concluye Don, quien ha acumulado junto a su esposa más millas que un astronauta y todos los días despunta un viejo vicio: jugar al tenis.
Babelia
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