Madrid domina el negocio del ‘coliving’ o “alojamiento flexible”, también conocido como apartahotel
La Comunidad alberga más de la mitad de las 10.000 camas operativas que actualmente funcionan bajo esta fórmula en toda España. La previsión, según los expertos en espacios inmobiliarios compartidos, es que en la región alcance las 16.000 a finales de 2025

—¿Quién vive aquí?
—Esto es el hogar del divorciado—, responde, sarcástica, Vanessa Martínez, de 44 años.
Vanessa cuenta su vida sentada en un gran salón de reuniones con vistas a un descampado en Rivas-VaciaMadrid. No está sola. A su alrededor cohabitan varias reuniones de negocios, como la de tres hombres de mediana edad y aspecto moderno que debaten acalorados sobre el futuro de una start-up. Por eso Vanessa habla en voz baja. “Necesitaba una solución rápida a mis problemas. Acababa de vivir una separación exprés y estaba desencajada. Sin muchas opciones para irme a vivir de forma tan repentina, acabé aquí”, recuerda la mujer. Al principio creyó que se había mudado a un hotel, pero pasados los dos meses que arrendó inicialmente empezó a pensar que este macroedificio podía ser su “casa”. Ahora sabe bien dónde vive. “Lo llaman coliving”, dice, aunque desde la empresa Be Casa prefieren denominarse como flexliving o “alojamiento flexible”. “Están por todas partes”, añade. Según la Asociación de Espacios Inmobiliarios Compartidos (Coword), en el año 2022 había en España 2.000 camas en infraestructuras de coliving o “alojamiento flexible”. En 2024, la cifra ha aumentado hasta las 10.000, de las cuales 6.000 están en la Comunidad de Madrid, la región con mayor oferta.
Esta construcción gigantesca con 847 apartamentos se levantó en el año 2022. La empresa Greystar —la propietaria— y el Ayuntamiento de Rivas llegaron a un acuerdo en vistas de la demanda creciente y la ubicaron en un solar a la entrada del municipio junto a un gran parque comercial. “Para que la gente lo entienda, esto es como vivir en una urbanización, pero con los servicios de un hotel”, explica Vanessa, que acaba de alcanzar los dos años. “Primero contraté un estudio, que costaba 860 euros al mes. Ahora me he mudado a un apartamento con dos dormitorios porque mi hija se ha venido conmigo. Pago algo más de 1.200 euros”, afirma. Respecto al precio, la mujer reconoce que “de entrada” es algo más caro que un alquiler ordinario en el municipio, que rondaría los 1.000 euros para un piso de dos habitaciones. “Puede que tenga menos espacio por el mismo precio. Sin embargo, te pones a echar cuentas y a mí, por los servicios que aquí se incluyen, me compensa”, declara. Entre estos “beneficios”, la mujer destaca, sobre todo, que es una tarifa que “no varía en función del consumo de cada mes”. “Todo está amueblado de serie, recibo una limpieza cada quince días, tengo piscina en verano, gimnasio en invierno y además puedo meter a mis dos perros, que tienen también su propio spa. A mí personalmente me ha ayudado en un momento de mi vida en el que lo que necesitaba era no añadir más preocupaciones. Aunque el mundo aquí dentro a veces es un poco extraño, si le digo ahora a mi hija que nos vamos se muere”, manifiesta.
El perfil de usuario, de acuerdo con la presidenta de Coword, Araceli Martín-Navarro, responde sobre todo a personas “sin grandes arraigos”, los denominados nómadas digitales. También se han incorporado otros algo “más convencionales” como estudiantes jóvenes que quieren vivir en una especie de residencia “profesionalizada”, personas separadas como Vanessa e incluso gente mayor que espera encontrar en estos enclaves revitalizar sus relaciones sociales cuando todavía se sienten independientes. “La proliferación de estos modelos responde a un cambio sociológico que ya está asentado en otros lugares como Estados Unidos, Reino Unido y otros países de Europa. Las personas, una vez ha implosionado el teletrabajo, no quieren atarse a un solo lugar. En España se ha potenciado tradicionalmente la compra, pero es un modelo que puede quedar obsoleto, la tendencia podría ser hacia el alquiler, pero tiene que ser sostenible y accesible. El coliving lo que pretende es aunar la intimidad de un hogar y los servicios de un hotel”, reflexiona Araceli. Los coliving o “alojamientos flexibles” como el de Rivas, que se encuentra al 90% de ocupación, operan bajo la licencia de apartahoteles, con la fórmula del denominado como “alquiler temporal”. Solo pueden ser habitados entre una noche y 12 meses. Después, habría que renovar el contrato y, por ende, los precios pueden modificarse. La novedad, en el caso de la Comunidad de Madrid, es que este tipo de estancias están saliendo del centro de la ciudad, donde se reutilizan ciertos edificios y se extienden ahora por zonas del extrarradio como San Sebastián de los Reyes o Valdebebas en calidad de obra nueva.

Ever Luis Blanco, de 34 años, aterrizó en mayo de 2024 en Madrid procedente de Colombia junto a su mujer, Eliana, de 36 años, y su hija, Eva, de 9 años. Llegó por una oferta de trabajo de una empresa tecnológica española de defensa, gobierno y seguridad que le ofrecía un contrato indefinido. Salió del aeropuerto en un taxi y apareció en Rivas-VaciaMadrid. “Me ubicaron aquí directamente”, señala. Más tarde intentó la vía de un alquiler convencional. “El problema son la cantidad de requisitos que nos piden al ser extranjeros. Por ejemplo, el mínimo de un mes trabajando para una empresa en España. Los trámites eran muy laboriosos. Aquí es solo venir y pagar. Después de 15 visitas a pisos decidimos desistir y quedarnos como estamos hasta nuevo aviso”, expone. Actualmente, ocupan uno de los alojamientos de dos dormitorios con mayores prestaciones a razón de 1.342 euros al mes.
El lujo se cuela en el coliving
Las paredes de pladur compartimentaron la casa, construida en 1957, para una nueva idea de negocio. El chalet, ubicado en la colonia las Magnolias del barrio de Chamartín, pasó hace tres años de cuatro habitaciones a 11. Su dueña se mudó por trabajo a Estados Unidos y desde allí buscó la alternativa más rentable para esta vivienda en una de las zonas con mayor poder adquisitivo del distrito. Primero fue un coworking. Después, y a la vista de la escalada de precios en el alquiler de habitaciones en Madrid, se transformó en coliving para “jóvenes de diversas nacionalidades con la mente abierta”, según reza su anuncio en Idealista. El precio por habitación, desde nueve hasta 15 metros cuadrados, oscila entre los 1.200 y los 2.200 euros.
El encargado de la supervisión del inmueble, Miguel Arimont, de 42 años, abre todas las puertas que aparecen a su paso con el teléfono móvil. “No hay llaves, todo es táctil”, indica. Miguel es el hermano de la propietaria. “La opción más rentable para el activo era alquilarla, y la mejor fórmula es hacerlo por habitaciones”, declara. En comparación con el resto de las habitaciones de alquiler en su misma calle —entre los 500 y los 1.000 euros— sus precios son considerablemente superiores. “Esto es alto standing”, manifiesta.




“Casi todos son estudiantes, nómadas tecnológicos y visitantes exclusivos que vienen a Madrid”, comenta. Según David de Gea, el agente inmobiliario de 28 años responsable de realizar las visitas, la mayoría de los inquilinos son los llamados first timers —jóvenes independizados por primera vez— a quienes los gastos se los sufragan, en gran medida, sus padres. “Son chavales que quieren salir ya de sus casas, pero no enfrentarse todavía a las responsabilidades que conlleva la vida adulta. Es un paso intermedio”, afirma. Durante el día hay una mujer que se encarga de lavar la ropa a los inquilinos y limpiar sus habitaciones.
En lo que antiguamente fue el garaje ahora está la cocina. Mónica, de 23 años, Marie, de 22, e Irene, de 23, conversan alrededor de la mesa. Ninguna quiere revelar sus apellidos ni aparecer en imágenes. Irene, la más activa —es diseñadora de interiores en locales de ocio nocturno—, explica mientras se hace un café que ella ha elegido este modo de vida porque quiere “comodidad”. “Estoy aquí por el servicio, porque nos limpian y hacen la ropa. Realmente compartes igual que en un piso de estudiantes, pero si quieres puedes no ver a nadie”, argumenta. “En mi caso estoy aquí porque ya no quiero vivir con mis padres”, expone Mónica, la inquilina del ático, la habitación más exclusiva y más cara. “Ellos viven también en Madrid, pero yo tenía la necesidad de marcharme y me encontraron esto. Al principio no me llevaba mucho con la gente, cada uno se encierra en su habitación con llave y hace su vida. Después el roce hace el cariño y creo haber hecho alguna amiga. Lo mejor, sin duda, al margen de ser un chalet espectacular”, opina, “es que solo tengo que pensar en mí”.
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