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Teixeira de Freitas: “Las paredes en blanco me ayudan a reflexionar”

La Ciudad Financiera de Boadilla del Monte exhibe una muestra de 300 obras del coleccionista portugués

Teixeira, durante la entrevista.
Teixeira, durante la entrevista.D.L.

Este fin de semana cierra en la Ciudad Financiera de Boadilla del Monte (Madrid) No habrá nunca una puerta. Estás adentro, fantástica muestra de más de 300 obras y 190 artistas contemporáneos que pertenece a la Coleção Teixeira de Freitas, donde fulguran Cildo Meireles, Jonathan Monk,  Jorge Macchi, Robert Breer, Armando Andrade Tudela, Alighiero Boetti, Esther Ferrer, Thomas Ruff, Jonathas de Andrade, Juan Araujo, Gabriel Sierra y Abraham Cruzvillegas.

Hay en la exposición pintura, dibujo, fotografía, vídeo y escultura. Y lo que también hay es un concepto: el del singular gusto con que Luiz Augusto Teixeira de Freitas creó una colección coherente y fascinante, que comenzó a finales de la década de los noventa con la adquisición en una subasta de prestigio de dos piezas de Howard Hodgkin y de Hans Hartung.

Teixeira de Freitas recibe en su casa, ubicada en uno de los barrios más bellos y antiguos de Lisboa. Ante el exceso de puntualidad, el anfitrión recibe riendo, aún mojado por la ducha.

Las paredes del departamento están vacías, llamativo para un coleccionista de élite que atesora unas 3.000 obras. “He aprovechado la presencia de mis favoritas en la muestra para pintar las paredes de blanco y reflexionar, porque además aquí no quiero colgar otras”, contesta.

Mocasines negros, pantalón beis claro y camisa celeste acompañan el pelo y la barba blanca de Luiz Augusto, quien desde el balcón de su casa observa el mundo con seguridad, sencillez y satisfacción detrás de los anteojos negros que recubren sus desvelos. Nunca antes el coleccionista había aceptado exhibir en una muestra el fruto completo de su deseo, pero ahora lo ha hecho con el comisariado de su hija Luiza, quien conoce perfectamente el corazón de este cazador solitario. 

“Soy ateo, pero colecciono Biblias de artistas. Y la más importante es la Biblia de Marcel Duchamp, un maravilloso catálogo razonado”, explica. Crítico con lo que considera una escandalosa “falta de regulación” en el mercado del arte y coleccionista heterodoxo -estima que el creador pierde pureza y autonomía si vive exclusivamente de su arte y que el coleccionista es secundario en relación al artista-, Teixeira reconoce que, si el blanco de sus paredes no existiera, lo que veríamos serían obras de artistas como Lynette Yiadom, Tauba Auerbach, Robert Kinmont y Marcel Broodthaers. Y añade: “El que no falla es Damián Ortega. Me sigue emocionando”.

El abogado, para quien el esnobismo es una extrañeza y la obsesión una presencia constante y asumida, ha donado una importante obra, precisamente de Ortega, al Museo Reina Sofía, y no duda al definir su colección como si fuera su vida misma: “Mis ideas, mis pensamientos, mis contradicciones, mis utopías, mis encuentros, mis desencuentros y mis pesadillas”.

Pero el agradecimiento por el espíritu respetuoso y sensible con que la exhibición de Boadilla del Monte ha sido montada no implica que Luiz vaya a abandonar su perfil bajo. “Ocurre que mostrar mi colección al público no es algo que me gustaría repetir. Esa satisfacción sucedió, o sea, el haber contado con la posibilidad de disfrutar aquellas obras dispuestas de ese modo, dialogando entre ellas y, como dice Herman Daled, de ‘tener la inmodesta visión de que el conjunto de todas ellas podría ser una obra de arte que me gustaría crear si tuviese la capacidad de ser artista”.

Claro que esta concesión de apertura al mundo en suelo español no es poca cosa en boca de una persona que también ha declarado: “Mi colección, para la cual fue muy importante el impulso inicial de Paulo Vieira, un amigo que coleccionaba antes que yo, y del curador Adriano Pedrosa, no es accesible, ni siquiera para mucha gente interesada en el arte. Sé que no atrae inmediatamente porque puede parecer demasiado conceptual, pero ese tipo de arte cada vez me interesa más. Sé que no soy representativo y que mi visión del mercado tampoco lo es".

Y añade para terminar: "Los artistas son objeto de especulación de mucha gente que les compra cuando todavía son muy jóvenes y que les exige mayor producción, lo que los lleva a que las colecciones se acerquen a ellos de manera poco genuina, para revender su trabajo poco más tarde. Este verdadero arte de shopping center es una tragedia y espero que el mercado tal como lo conocemos desaparezca de raíz, para que podamos comenzar de cero con autenticidad. Por eso, aunque suene presuntuoso o soñador, yo compro cosas que considero buenas para la humanidad y que siempre serán interesantes de ver”.

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