Secundino Hernández: “Lo único que te pertenece es llegar al estudio y ponerte”
El pintor, uno de los artistas jóvenes españoles con mayor proyección, es el autor de nuestra portada en papel
Un cartel de Rastro Reto luce en la fachada del edificio donde Secundino Hernández ha montado su segundo estudio en Coslada. Pero esto tiene poco de rastro y no parece exagerado afirmar que los retos profesionales se le dan muy bien a Hernández (Madrid, 1975), el artista joven español con mayor proyección internacional, cuya obra se disputan galeristas y coleccionistas. Nació el año que murió Franco, creció en el barrio de Hortaleza y su primer estudio en Coslada lo abrió hace 16 años en una nave pequeña. “Se ajustaba a las necesidades de un artista que empezaba, este espacio es más mid carreer”, dice socarrón, sentado en una sillita de guardería diseño de Alvar Aalto. A su lista de sus espacios de trabajo se suma Berlín, donde pasa la mitad del año.
Cindy Sherman o Jean-Michel Basquiat forman parte de la potente nómina de artistas cuya obra atesoran Don y Mera Rubell, y a la que se unió en 2013 Hernández. Quizá porque este es un dato insistentemente ligado a su nombre, le gusta recordar que antes de que la pareja adquiriera su obra, otros grandes coleccionistas le estaban apoyando. Ha expuesto a un ritmo constante desde aquella colectiva titulada Mano a mano en la que le emparejaron con Juan Navarro Baldeweg. Lleva más de una década con la galería Heinrich Ehrhardt en Madrid, una de las seis que hoy le representan en Europa. “He vivido siempre de la pintura. Y cuando no me daba, echaba horas en verano en el taller de paragolpes de mi padre”, dice Hernández, y subraya que es un establecimiento especializado. Matices y herramientas son dos puntos clave para este artista. Afable, terrenal, directo y con una inesperada timidez al hablar de sus ideas, parece tener claro que hoy el arte exige ser también un gestor. En su estudio trabajan seis personas. “De las mujeres se espera que sean madres, tengan carrera, sean superesposas…, y a los artistas, pintar, explicarse, conocer… Y al final lo único que te pertenece es venir al estudio y ponerte”. Él, normalmente, está en ello de 9.00 a 17.00.
Hernández fabrica los bastidores e inventa herramientas con la ayuda de su padre: puntas afiladas metálicas que ajusta a los tubos de pintura, pinzas para trabajar el despintado y una hidrolimpiadora, para tratar con agua a presión las telas. Su caja de herramientas no ha parado de crecer, le interesa investigar los procesos y que quede huella, convirtiendo la superficie en memoria. “Poder representar de forma genuina es algo muy complicado”.
Hay algo lúdico e inquieto en su aproximación al arte, en su trabajo sobre un espacio bidimensional que transforma en un aire por el que flotan figuras como el confeti que ha lanzado en la portada del 25º aniversario de Babelia. Las superficies desgastadas, como paredes desconchadas, apuntan a esa pintura “residual” de la que habla. Sus lienzos pueden quedar abultados y atiborrados como la paleta de un pintor o extrañamente exentos como una ventana emborronada con niebla, una transparencia opaca y flotante, un muro abandonado.
Prepara un viaje a Nueva York donde participará en la gala que la colección Hirshhorn dedica a los 30 nombres más destacados del arte actual y cuenta que anda metido en un serie de cuadros figurativos para una próxima exposición en Londres. “Las cosas”, dice antes de despedirse, “tienen que ser, no solo parecer”.
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