Los huevos vienen del súper
Me pregunto si hemos prestado la atención debida a las manifestaciones desesperadas de la gente del campo. Los productos de la agricultura y la ganadería llegan al súper o a la tienda de proximidad (cuando la hay) altamente cosificados. Son objetos, en fin. Mi nieto, al que vuelven loco las alitas de pollo fritas, no ha visto jamás un pollo entero. Ignora que esas extremidades crujientes, de las que da cuenta con un placer envidiable, pertenecieron a un animal que tuvo que nacer y al que fue preciso cuidar y alimentar hasta que alcanzó el tamaño preciso para convertirse en alimento. También hubo que someterlo a controles veterinarios al objeto de que llegara a nuestra mesa en perfectas condiciones de salubridad, desde luego, y con un sabor capaz de hacerlo atractivo a nuestros paladares.
Y quien habla de un pollo habla de un lomo de merluza o un pepino. Un tomate envasado deja de ser una fruta para devenir en una simple cosa comestible. Se dice con frecuencia que los niños urbanos creen que los huevos vienen de la nevera porque la cultura ha roto el eslabón que los unía a la gallina. Hay un conflicto entre el sector que produce, el que cosifica y el que vende. Un conflicto económico que va perdiendo, al parecer, el que produce y que resulta también, a ojos del consumidor, el más invisible: como si la realidad no fuera de los que la crean, sino de los que le ponen el lazo y la colocan en el escaparate. De las numerosas formas de ignorancia de las que somos víctimas, esta es sin duda una de las más escandalosas. ¿Dónde termina la nutrición y comienza la gastronomía?
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.