La fuerza de lo inerte
Los zapatos resisten, nos sobreviven, se rebelan, por eso siempre escribo acerca de ellos. Cuando Alejandro Velasco, el protagonista de Relato de un náufrago, de García Márquez, llegó a tierra y comenzó a contar su historia, los fabricantes del calzado que llevaba le propusieron hacer publicidad de él porque fue casi lo único de su atuendo que sobrevivió a la catástrofe. Y es que a los zapatos les gusta conservarse como testigos de los dramas de la historia. Si se fijan bien en la foto, verán un par de ellos entre los esqueletos. Ahí están, bocabajo, mostrando su suela de goma incorruptible, sus tacones, unidos con clavos a la base. En el Museo del Holocausto de Auschwitz hay una exhibición conmovedora de zapatos que pertenecieron a las víctimas de los nazis. Los hay de niños, de mujeres y de hombres adultos, pero también de ancianos. A los administradores de las cámaras de gas jamás se les pasó por la cabeza que objetos en apariencia inertes pudieran devenir en declarantes del horror. En el registro fósil, siempre se encuentran alpargatas, sandalias, botas y hasta zapatillas de las de andar por casa que resistieron la pudrición propia de los elementos orgánicos.
La foto se tomó el pasado mes de abril en una fosa del Barranco de Víznar, en Granada, donde todavía se intenta identificar los restos de los asesinados por el franquismo, a lo que el PP y Vox no dejan de oponerse. Convendría, transcurrido el tiempo, hacer una gran exposición de los zapatos que han ido apareciendo aquí y allá a lo largo de estos años porque la memoria histórica se encuentra a veces en los pies.
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