Hablemos de menopausia
Hay tantas menopausias como mujeres. Pero también existen denominadores comunes: casi todas se sienten desprotegidas. Reivindican más investigación, más información, más acompañamiento en la sanidad pública, en fin, más normalidad. Aitana Sánchez-Gijón, Elena Anaya, Edurne Pasaban y otras mujeres hablan de su experiencia
Te acercas a los 50. Estás más fuerte que nunca. Llena de energía. Con las ideas más claras. Tu trabajo va como un tiro. Las inseguridades que te han acompañado toda la vida se han ido haciendo pequeñas y, ahora que te empieza a dar igual lo que piensen los demás sobre ti, te preocupas mucho menos y te arriesgas mucho más. No estás segura del todo de saber lo que quieres, pero lo que no quieres lo tienes clarísimo. Quizá tus hijos ronden la veintena y empiece el proceso de independizarse, tú de ellos y ellos de ti. Puede ser raro, o difícil, pero también te ayuda a recuperar un eje, el tuyo propio.
Pero te acercas a los 50. Y también puedes notar cosas raras en tu cuerpo. Kilos nuevos que no hay forma humana de quitar de ahí. Engordas con cualquier cosa. Unos calores muy intensos, que llegan como si fueran una ola, te abrasan… y se van. A veces son tan fuertes que, si pasan por la noche, ya no puedes dormir después. Otras, sientes que tú sola podrías iluminar una ciudad entera con la energía que desprendes. No quieres saber nada de sexo. Tienes unos sangrados enloquecidos, como si fueran hemorragias, cada vez que te viene la regla… hasta que deja de venir. O desaparece unos meses y luego vuelve, y luego desaparece de nuevo.
La piel se te reseca. A veces sientes que empiezas a tener escamas, como los peces. Y no siempre recuerdas bien las cosas. Alguien te dice que eso se llama “niebla mental”. Pues muy bien. Tú lo que notas es que eres incapaz de concentrarte a pesar de que siempre has sido la más organizada y eficaz de la oficina y de tu grupo de amigas. Te enfadas, porque esa persona despistada no eres tú, nunca has sido tú. Te arrasa la mala leche. O la ansiedad. O la tristeza. Le pegas un grito a tus compañeros de trabajo, o a tu pareja, o a tu amiga del alma, sin venir a cuento. Lloras por cualquier cosa. Como si el síndrome premenstrual durara cada día del mes. Y, no sabes muy bien por qué, estás agotada.
Te acercas a los 50, y te pasan algunas de estas cosas. O muchas. O quizá ninguna, pero sabes que, en breve, en un año, o dos, o tres, un ginecólogo (o ginecóloga, que son mayoría) te dirá que ya no eres fértil y que tus ovarios han dejado de tener actividad. Dejarás de tener la menstruación. Y piensas en cómo será, en cómo te sentirás. Si te ocurrirá como a tu amiga Patricia, que tiene muchos síntomas y va de médico en médico buscando sin éxito que alguien la escuche y la atienda en condiciones. O como a María, que no nota absolutamente nada y que está pletórica y se siente mejor que nunca. A saber. Tú, desde luego, sabes más bien poco. Porque cuando vas al médico, no te informa bien. También piensas más allá de los síntomas físicos. Es un cambio de ciclo que te hace reflexionar sobre cómo quieres pasar los años que te quedan. ¿Estás en el trabajo que quieres? ¿Con la pareja con la que realmente quieres estar? ¿Vives la vida que quieres vivir?
Es probable que no hayas pensado mucho en ello hasta este momento. En el espejo ves la imagen de una mujer aún joven. Puede que hasta tengas niños pequeños. O adolescentes. La maternidad se ha retrasado y los 50 de ahora no son los de hace 30 o 40 años en casi ningún sentido. Pero a estos efectos da igual. La media de edad de la llegada de la menopausia para las mujeres españolas es de 50,5 años. Las hay precoces (antes de los 40), y mujeres que siguen menstruando con 59 años, pero no es lo habitual. En todo caso: siempre aparece. Y aún se vive muchas veces con vergüenza y rodeada de silencio.
Hemos entrevistado para este reportaje a una docena de mujeres entre los 48 y los 57 años. Entre ellas, caras conocidas como las actrices Elena Anaya, Aitana Sánchez-Gijón y Sílvia Abril, la periodista Mamen Mendizábal y la alpinista e ingeniera Edurne Pasaban. Otras, más anónimas. Entre ellas una empresaria, una piloto de avión, una profesora de inglés y una coordinadora de proyectos de intervención social. Los primeros párrafos están elaborados a través de sus relatos y a partir de ellos queremos responder a estas preguntas: ¿Cómo se vive la menopausia en 2024? ¿Cómo nos hace sentir? ¿Sigue siendo un tabú? ¿Y un estigma? ¿Se asocia a la vejez? ¿Tienen las mujeres la información y atención médica que necesitan para abordar este ciclo vital con calma y tranquilidad?
Muchas mujeres han declinado participar. Algunas, por pudor. Pero otras pensaban que podría afectar a sus carreras profesionales, que hablar de la menopausia puede ser un problema en ámbitos como la interpretación o la música. Y a algunas que aparecen en el reportaje las han regañado sus amigos o amigas: “¿Estás loca?”. “¿Cómo y por qué te expones a algo así?”. “No lo entiendo”.
Las que hablan lo han hecho precisamente por eso, porque no debería ser ninguna locura reflexionar conjuntamente sobre una etapa vital que nos va a llegar a todas; porque ser o no capaces de gestar un hijo no debería definirnos; porque nadie en 2024 siente que esté entrando en la vejez a los 50 años solo por haber dejado de menstruar; y porque quieren hablar y que se hable de ello. Y que la gente lo lea.
“No sabía nada de la menopausia hasta que apareció”
Hay un punto de coincidencia entre las mujeres entrevistadas: casi ninguna se preparó o se informó antes de tener la menopausia sobre ese momento. Es algo que, de repente, llega. Y a partir de entonces, cada una lidia con ello como puede. Los médicos hablan poco y las mujeres, antes de que les pase, por lo general también. Así que no entienden muchas veces qué está pasando en su cuerpo. Otro consenso: esta falta de información es nefasta y lo complica todo.
“Hay pocas cosas tan horribles y desempoderadoras como no entender lo que se cuece en tu cuerpo ni por qué razón”, escribe la obstetra Jen Gunter en su libro Manifiesto por la menopausia. “Se parece a emprender un descenso en canoa sin instrucciones y con una idea más o menos vaga de hacia dónde te diriges. Nadie te explica cómo llegar allí ni qué hacer para afrontar los obstáculos que encontrarás. La cultura del silencio que rodea a la menopausia es para echarse a llorar. Por lo visto, no hay nada tan ignominioso como una mujer que envejece”.
La periodista Mamen Mendizábal se enfrentó a una menopausia no esperada a los 47 años. Con una falta de información total: “Mi madre murió hace mucho tiempo y no tenía referencias. Yo pensaba que tenía aún muchos años por delante con la menstruación. No piensas en ello porque tampoco nadie te habla de ello. Las madres te guían en el comienzo de la edad fértil, cuando empiezas a tener la regla. Te hablan, te cuentan, buscan soluciones contigo. Pero ¿quién te habla de la menopausia? Yo lo hago ahora con la gente que trabaja conmigo para que sepan lo que es”.
Mendizábal y la actriz y humorista Sílvia Abril, cuando se les retiró la regla, llegaron a pensar que estaban embarazadas. “Cuando vi que era la menopausia, psicológicamente lo llevé mal”, relata Mendizábal. “Yo no había querido tener hijos, pero de forma voluntaria. A partir de ese momento, la libertad de elegir ya no existía. Pasé un proceso de duelo por la melancolía de lo que ya no puede ser. Fue duro. Si a eso le añades los cambios físicos que he tenido, los sofocos que me han impedido desarrollar mi trabajo con normalidad, mi vida con normalidad, cualquier cosa con normalidad, pues fue un proceso difícil”.
“Yo me rebelé”, admite Abril, de 53 años. “Ahora creo que estoy en el mejor momento de mi vida en lo personal y en lo laboral. Me siento más en paz, más valiente, más luchadora y más sabia que nunca…, pero no ha sido así desde el principio”. Cuenta que al principio no afrontó nada bien la menopausia. Había sido madre a los 41 años y quería volver a serlo. “A los 45 me resistí a aceptar que no iba a pasar. Fue un momento de mucha convulsión interna, de rabia contra la naturaleza. Pero fue también un aprendizaje, un proceso de aceptación. Ahora me siento muy bien y hablo abiertamente de la menopausia en las redes sociales, en mi libro [Pérdidas de risa, historias de una mujer imperfecta, HarperCollins], en mis monólogos y con mis amigos”.
Sobre la falta de información, un ejemplo muy gráfico. Patricia Fernández de Lis es la redactora jefa de Ciencia, Salud y Tecnología de EL PAÍS. Es alguien cuyo trabajo consiste, entre otras cosas, en leer constantemente publicaciones científicas y las últimas investigaciones médicas sobre cualquier asunto. A pesar de ello, sabía muy poco sobre el tema. Y empezó a transitar a ciegas por una menopausia complicada. “Lo viví de forma un poco traumática porque nadie me lo había contado y porque no entendía bien lo que me estaba pasando”, cuenta.
Tantas menopausias como mujeres
Los médicos y las protagonistas de este reportaje coinciden en algo esencial: hay tantas menopausias como mujeres. Pueden aparecer mil síntomas… o puede no aparecer ninguno. Se considera menopausia cuando una mujer lleva un año entero sin haber tenido la menstruación. Pero los síntomas pueden comenzar años antes, durante la época de transición, conocida como perimenopausia. Se puede sufrir una depresión, o una sintomatología fuerte si no se trata, o experimentar alivio y tranquilidad y casi euforia. Por eso muchas mujeres lamentan (e incluso se indignan) por los debates sobre si hay que medicalizar o no la menopausia, cuestionan los discursos que intentan establecer soluciones universales para algo que es muy personal, y se niegan a tener que dar explicaciones sobre si toman o no toman hormonas. Una vez más, también en esta etapa la mujer se sigue sintiendo juzgada. Al igual que tanto las mujeres que dan la teta a sus bebés como las que dan el biberón se sienten en algún momento cuestionadas por ello, durante la menopausia el discurso se traslada a si es adecuado tomar hormonas o no.
“Yo creo que está bien no considerarla una enfermedad”, opina Mendizábal. “No lo es. Pero es un cambio que te acompaña y que a veces te hace pasarlo realmente muy mal. ¿Quién eres tú para valorar si la persona de al lado necesita medicación? Yo conozco mujeres que no han tenido ni un síntoma y que no se reconocen en mi discurso. Me parece fantástico. Pero su experiencia no es la mía. Paso la menopausia por el filtro del feminismo para reivindicar la normalidad, y que deje de asociarse con la vejez o el final de una vida plena. Pero nada más. Ningún colectivo me representa. En esto me represento solo yo”.
Un artículo científico publicado en The Lancet alertaba a principios de marzo de los riesgos de una excesiva medicalización de la menopausia mientras sí reclamaba más información para las mujeres. El artículo encendió a algunas que, como Fernández de Lis, lo que han experimentado es lo contrario, y se generó un gran debate en las redes sociales. “Me pareció surrealista leer que había una excesiva medicalización cuando a mí en un año nadie me ha hecho caso”, lamenta la periodista. “Lo que deberían hacer las instituciones es crear unidades de atención integral a la salud de la mujer, facilitar el acceso a información, a tratamientos o a asistencia psicológica a las que lo necesitamos, y tener mucho cuidado con mensajes como este”. De hecho, una revisión científica publicada por la revista Cell en septiembre de 2023, que repasaba todo lo que se ha publicado sobre el tema, concluía que el 85% de las mujeres con síntomas de menopausia no recibe una terapia eficaz y resaltaba la importancia de profundizar en la investigación y acabar con las lagunas de conocimiento.
“Se ha invertido muchísimo más dinero en investigar la Viagra masculina que en investigar sobre la menopausia femenina”, protesta Mendizábal. “Ha sido fundamental para la ciencia y las farmacéuticas que el hombre pueda seguir teniendo erecciones, pero mucho menos que las mujeres tengan una vida normal durante cuatro o cinco décadas”. “Creo que falta mucha investigación sobre la salud de la mujer”, añade Natalia Muñoz, de 48 años, coordinadora de proyectos de intervención social. “Vale, quitemos la palabra enfermedad de la ecuación. Pero cuando decimos que estamos mal, no estamos locas. Igual que si tienes mal la rodilla te tratan, pues esto debería ser igual”.
“Llevo ocho años flipando en colores”
Para entender un poco mejor de qué estamos hablando cuando hablamos de sintomatología severa, lo mejor es escucharlas a ellas: Mamen Mendizábal, de 48 años: “A mí me daban a lo largo del día igual 20 ataques de calor y me ponía a sudar desde la coronilla hasta la punta del pie. Durante un minuto, me anulaba. Un día estaba en el notario firmando un documento y me quedé paralizada. Otro día, iba conduciendo y pensaba: tengo que parar con urgencia, no puedo seguir. He tenido que salir de entrevistas que estaba grabando para que me diera el aire porque no podía más. Y todo esto te altera psicológicamente, porque pierdes la confianza en ti misma. Te genera muchísima inseguridad y te provoca un estado de hipersensibilidad permanente. Todo te duele, todo te ofende, todo te altera. Pierdes la paciencia, el sentido del humor. Perdí el sueño también. Yo siempre he trabajado mucho, pero he dormido muy bien. De pronto empecé a no dormir nada, y eso altera tu vida entera”.
Patricia Fernández de Lis, de 51 años: “Me pasaba que de repente me veía repitiendo cosas que ya había dicho, o volviendo a editar un reportaje que ya había editado. En las reuniones del periódico, antes contaba los temas de memoria. Ahora me cuesta acordarme de muchos detalles. Son cosas que jamás me habían pasado. Empecé a no dormir nada, a tener unos sofocos horribles. De pronto, estaba en llamas y me quedaba sin aliento. Sentía dolor con las relaciones sexuales…, vamos, que me tocó todo. Por no decir que mi ginecóloga, cuando me contó que estaba ya en la menopausia, la frase que me dijo fue: ‘Ay, lo siento’. Como si fuera algo horrible. Y claro, eso también lo condiciona todo”.
Natalia Muñoz, de 48 años: “A los 40 empecé a tener unos desarreglos menstruales muy fuertes y muchísimas hemorragias. No sabía lo que era. Estaba entrando en una premenopausia muy difícil. Me sentía devastada. No dormía por los sofocos. Tenía taquicardias. Estaba agotada y sobrepasada. Era incapaz de concentrarme en el trabajo. A veces no me venían las palabras y pensé incluso que podía estar teniendo algún tipo de deterioro cognitivo. Pero no era nada de eso: era la menopausia”.
Mariló Cillanueva, profesora de inglés, de 51 años: “Yo llevo ocho años flipando en colores. Empecé a tener síntomas muy agudos de perimenopausia a los 42. Tenía reglas que duraban 15 días. Imagínate el desarreglo hormonal que supone eso. Luego llegaron los sofocos… y hasta hoy. Puedo estar hablando tranquilamente contigo y de repente empiezo a sudar, pero a sudar a lo loco, me empieza a sudar la cara y tengo que salir a la calle porque me muero. Puedo perfectamente acabar con la camiseta empapada del todo. Tengo muchas migrañas y muy fuertes. A mí la menopausia me ha paralizado a la hora de hacer muchas cosas. Y uno de los problemas es que no estás avisada”.
“Los sofoquitos son así, hay que aguantar”
¿Cómo se han sentido estas mujeres con estos síntomas? Perdidas. La sanidad pública no les ha ofrecido respuestas. Tampoco se han sentido escuchadas. Cuando iban al médico, se sucedían frases como estas: “Tendrás que aguantar”. “Es normal”. “Los sofoquitos son así”. “Es una fase”. “Ya se te pasará en algún momento”. “Tu mejor amigo es el abanico”. “¿Qué quieres? Tienes la menopausia”.
“Cuando llegué a la consulta de mi ginecólogo y le dije que me despertaba cuatro o cinco veces por la noche no solo empapada en sudor sino con un ataque de angustia, me respondió: ‘Es normal”, recuerda Mendizábal. “Pero ¿qué me estás contando?, yo no puedo vivir así. Cuando te falla tu ginecólogo, que al final es el especialista que recorre toda tu vida, es terrible porque solo te queda la pseudociencia o el herbolario. Me niego a normalizar una situación que a mujeres en edad laboral y con carreras en un momento álgido nos impide seguir adelante. ¿Cómo que ya se me pasarán los sofocos? ¿Cuándo? ¿En 20 años?”. Los sofocos, como todo lo relacionado con la menopausia, son muy variables en duración y en intensidad. Pueden durar meses, unos pocos años, o extenderse mucho en el tiempo. Sílvia Abril, por ejemplo, cuenta que su madre, de 77 años, los sigue padeciendo.
“Nadie te contextualiza”, añade Muñoz. “Vas encontrando información a trompicones. En la sanidad pública cada vez te atiende una ginecóloga distinta. La mayoría son muy jóvenes, y apenas te escuchan cuando les hablas de la menopausia. Solo una, de unos 50 años, me miró a los ojos y me preguntó cómo estaba. Me dijo una cosa muy importante: ‘La menopausia no es una patología, pero eso no significa que no vaya acompañada en ocasiones de una sintomatología muy dura para la que hay que buscar soluciones’. Pero luego esa médica maravillosa no me tocó más”.
Natalia Muñoz llora al recordar ese momento en el que se sintió escuchada. Y no ha sido la única. La vulnerabilidad extrema que sienten durante meses, o años, las mujeres con sintomatología complicada las deja a flor de piel.
La ministra de Sanidad, Mónica García, asegura ser consciente del problema y dice que desde su cartera se quiere impulsar, como primer paso, que el Observatorio de Mujer y Salud, que ya existe, aborde la menopausia: “Tenemos que hacer un trabajo de visibilización y conocimiento y poner el tema en la agenda”.
Ahora mismo, muchas mujeres no resuelven sus problemas médicos hasta que no pagan una consulta privada. Pero no todas pueden permitírselo. El factor económico es clave para que una mujer pueda abordar bien la menopausia. “Es una falta de responsabilidad del Estado con las mujeres increíble”, opina Mendizábal. “Hay una desigualdad sanitaria relacionada con el sexo que clama al cielo. En una sociedad envejecida como la española, vamos a ser una mayoría de mujeres con menopausia. Y que te aporten soluciones lo cambia todo, en lo físico y en lo emocional”.
El informe WHI que lo puso todo patas arriba
¿Qué soluciones hay? Muchas. Muchísimas, de hecho. Por eso resulta tan desconcertante que a tantas mujeres les cueste tanto encontrarlas. Silvia P. González es una ginecóloga especializada en menopausia y calidad de vida, miembro de la junta directiva de la Asociación Española para el Estudio de la Menopausia. No atiende embarazos, ni partos. Se dedica casi solo a esto y defiende la necesidad de abordarlo con naturalidad, pero con respuestas científicas.
¿Qué ha pasado? ¿Cómo hemos llegado hasta este momento en el que gran parte de los ginecólogos no saben nada sobre la menopausia ni pueden orientar a las mujeres en condiciones? La respuesta está en un informe científico del año 2002, el informe WHI (Women’s Health Initiative), que concluyó que la terapia hormonal sustitutiva aumentaba el riesgo de padecer cáncer y accidentes cardiovasculares como ictus e infartos. Ese documento lo cambió todo… hasta hoy. “A partir de ahí, las mujeres dejaron de pedirla y los médicos, de prescribirla”, explica González. “Pero ya desde el principio se vio que las conclusiones no eran correctas. Era un estudio hecho en EE UU, con estrógenos equinos y gestágenos sintéticos, con mujeres mayores de 60 años, entre ellas obesas, hipertensas, fumadoras…, es decir, nada que ver con la práctica que hacíamos en Europa. Pero dio igual. A partir de ahí, la terapia hormonal no solo se dejó de prescribir, sino que otro efecto fue que se cerraron muchas unidades de menopausia de los hospitales, se dejó de hablar sobre el tema en las universidades… Ese informe tuvo efectos muy perniciosos. Y la investigación se paró.
Han pasado ya 22 años, y desde entonces ha habido muchos estudios contrarrestando las conclusiones del WHI, pero con mucha menos difusión”. “Esto no quiere decir para nada que todo el mundo tenga que emplear hormonas”, prosigue González. “Cada mujer necesita un abordaje distinto. En algunos casos no estarán recomendadas por la razón médica que sea, en otros no serán necesarias… Lo que necesitan las mujeres es información y ser escuchadas, y luego decidir consensuadamente cuál es la mejor solución, si es que hace falta una. Hay tratamientos hormonales, no hormonales, fitoterapia cada vez más efectiva con evidencia científica, tratamientos con láser… Hay muchas, muchísimas opciones”. La doctora abre un armario lleno de suplementos para recuperar la libido, para la sequedad vaginal, para controlar el peso, para casi todo. “El problema es que cuando la medicina no se ocupa, llegan las redes con sus remedios caseros”, dice González. “Y eso sí que es peligroso. La gente a veces viene contando unas supuestas soluciones sin ningún fundamento que ha visto o escuchado en cualquier sitio”. González está dando charlas en empresas sobre la menopausia. Le hacen muchísimas preguntas. “Es interesante porque no solo van mujeres posmenopáusicas. También acuden jóvenes y varones, y está muy bien, porque así todo el mundo tiene información. Las más jóvenes saben lo que les va a pasar y los hombres entienden a sus parejas o a sus compañeras de trabajo”.
¿Sexo? No, gracias
Muchas mujeres coinciden en que la libido, de repente, puede caer hasta el subsuelo por muy fogosa que haya sido la persona hasta ese momento. La alpinista Edurne Pasaban, de 50 años, explica que fue lo que más le sorprendió a ella. “Nunca hubiera creído que me iba a pasar algo así, la verdad. Hay cosas difíciles de aceptar, como que ya no vas a ser una chavala de 28 años nunca más, o que ya no podrás ser madre. Pero con algo como la falta de ganas de mantener relaciones sexuales, directamente no sabes qué hacer. Ni tú, ni tu pareja. Te desconcierta”.
“Las mujeres en ocasiones ni son conscientes de que es algo que se puede tratar y de que no tienen por qué resignarse”, señala la ginecóloga Elena Carrillo de Albornoz, del Hospital Ruber Internacional, especialista en envejecimiento saludable. Y narra una conversación muy habitual en la consulta:
—¿Qué tal todo?
—Muy bien.
—¿Y las relaciones sexuales?
—Ah, no, ya no tengo. No tengo ganas y además me duele.
—Pero entonces no está todo muy bien, ¿no?
“Yo pregunto de forma más dirigida si hay problemas como sequedad vaginal, dolor al mantener relaciones sexuales o falta de libido porque son cuestiones que muchas veces quedan en el olvido”, explica Carrillo de Albornoz. “Todo el mundo te habla de los sofocos. De esto, no tanto. Y poder mantener relaciones sexuales placenteras y sin dolor es algo muy importante. Vamos a vivir muchos años con la menopausia, la esperanza de vida de la mujer en España es de 85 años; vivámoslos bien”.
El duelo psicológico… y el renacer
Edurne Pasaban cree que la sociedad aún identifica la menopausia con la vejez: “Y eso, cuando llegamos a esa etapa, nos hace mucho daño. Yo no me siento vieja en absoluto”.
La palabra no ayuda. “Menopausia” no suena bien. Te lleva a algo que acaba, la menstruación. Por eso hay quien defiende, como la doctora Louann Brizendine en La mujer renovada que se cambie la conversación, que se hable de transición y de renovación. La psicoanalista Araceli Fuentes se refiere también a la carga, al peso que tiene el término. “Quizás el envejecimiento del cuerpo se ha volcado demasiado en el término menopausia”, sugiere.
“Sientes que nadie te va a ver otra vez”, opina Irene Gómez, emprendedora y empresaria de 55 años, especializada en cultura empresarial y que organiza cursos sobre liderazgo femenino. “La sociedad da muchísima importancia a la belleza de la mujer, es lo que nos han enseñado. Y es incómodo enfrentarte al deterioro. Yo tengo amigas más jóvenes y me daba mucha vergüenza hablar de esto; es como si de repente, de un día para otro, te echaras 30 años encima. Tardé unos meses en poder compartirlo. Ahora lo hago, y con aparente naturalidad, pero es algo que me sigue revolviendo un poco. Mi cabeza lo ha aceptado y superado, pero mis tripas aún no han abrazado la menopausia”. Su visión, en todo caso, es optimista: “Me siento muy celebrada, en un momento en el que no dejas de recoger lo que has sembrado a lo largo de una vida”.
Ana Álvarez es comandante en una línea aérea. Se hizo piloto cuando apenas había mujeres que lo fueran. Tiene 57 años y desprende una fuerza increíble. Ella tampoco ha sufrido síntomas invalidantes, pero sí ha experimentado muchos cambios emocionales: “Creo que estaba un poco harta de mí misma y hay momentos definitorios en la vida, como en el fondo es este, que si estás atento te permiten parar y pensar lo que quieres y lo que no y empezar a ser libre aunque sea ya en la segunda mitad de tu vida”.
“Creo que la manera de abordarlo depende muchísimo del momento vital, emocional y laboral que estés viviendo”, reflexiona la actriz Aitana Sánchez-Gijón, de 55 años, que estos días actúa en el teatro Pavón de Madrid representando la obra La madre. “A mí me pilló separándome de mi pareja, del padre de mis hijos, rompiendo una estructura familiar de 22 años. Un cambio vital de una magnitud gigante, sin mucho tiempo para además pensar que estaba pasando la menopausia”.
Explica que el duelo lo pasó antes, a los 43, cuando se quedó embarazada y lo perdió. Ahí cerró la puerta a la maternidad. “Pero creo que la menopausia tiene otros efectos de los que se habla poco. Yo tengo la sensación de que me pude separar gracias a ella, te ayuda a no seguir manteniendo situaciones que ya no funcionan. Es como si necesitaras quitarte peso, lastres. Físicamente no he notado prácticamente nada, pero para mí sí es un cambio de ciclo radical. También mi fase de maternaje, con dos hijos de 20 y 23 años, ha llegado a su fin tal como era. Y está bien que así sea. Es el final de la época reproductiva. Cierras una puerta, pero abres otras. Yo me siento en un periodo de emancipación. Hago espectáculos con un nivel de exigencia física como no había hecho antes. También miras hacia la vejez que te espera, piensas en la soledad. Es importante llenarte cada vez más de ti misma y tener una buena red, sobre todo de mujeres con las que poder hablar”. La red, las amigas, es también algo que ha salido en casi todas las conversaciones.
“¿Por qué es tan importante seguir teniendo la regla o no?”, se pregunta Mendizábal. “¿Cuál es el problema de dejar de tenerla? ¿Por qué hay que sentirse orgulloso de tenerla? No puede ser algo definitorio de nuestra esencia. Yo estoy en el mejor momento de mi vida”. “A mí no me gusta la palabra ‘empoderada’ porque está en un registro que no me interesa”, dice Abril. “Pero es cierto que yo siento algo cada vez más parecido a eso. Una plenitud nueva con mi pareja, con el trabajo, con mi hija, con todo”.
La actriz Elena Anaya tuvo a sus dos hijos con 41 y con 45 años. Ella tiene ahora 48. Es una madre reciente. El retraso en la maternidad ha provocado que cada vez sea más habitual casi enlazar el posparto con la menopausia, con el remolino hormonal y mental que puede generar. “Encontrar el equilibrio entre estas dos etapas de la vida es uno de mis retos”, dice. Aún no entra en la definición canónica de menopausia (un año sin regla), pero tiene ya síntomas y está viviendo el proceso con normalidad. ”No hay que tenerle miedo a un ciclo de la vida, ni a envejecer”, defiende la actriz, en plena promoción de la serie Las largas sombras, de Disney+. “En otras culturas, las mujeres cuando llegan a esta etapa vital se convierten en referentes, en líderes. Yo veo a Patti Smith encima de un escenario y hace saltar y vibrar hasta a los árboles. Una matrona amiga mía me dijo: ‘La menopausia es sexy’. Y me parece una bonita manera de enfocarlo. La belleza no está únicamente en la juventud. A mí me encanta ver la belleza de mujeres que se hacen mayores y lo viven con serenidad y alegría. Me parece maravilloso cumplir años, hacerse mayor, poder mirar la vida con perspectiva, apreciarla como un regalo”.
Todas reivindican más investigación, más información, más acompañamiento en la sanidad pública, más normalidad. Para que los médicos estén más formados. Para que todas las mujeres puedan tener acceso a los nuevos tratamientos. Para que no sea un estigma. Las dos sesiones de fotos con Isabel Muñoz se convierten en un festival de risas y buen rollo. Abril no para de hacer chistes. “Aquí estamos las menopáusicas”, grita alguien.
Mariló Cillanueva, la profesora de inglés, cuenta que se subió hace poco a un taxi. La conductora era mujer. “Joder con la menopausia”, arrancó enseguida la taxista. Y empezó a hablar y no paró.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.