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Aitana Sánchez-Gijón: “Estoy mudando de piel”

La actriz, que empezó a actuar de niña, cumple 55 años y confiesa atravesar una sensible etapa personal y profesional tras la crianza de sus hijos y la separación de su pareja

Aitana Sánchez-Gijón
Aitana Sánchez-Gijón, actriz.bernardo perez
Luz Sánchez-Mellado

Nos conocimos hace 28 años, en 1995, un año redondo para la entrevistada, en el que presentaba las películas Un paseo por las nubes, Boca a boca y la serie de televisión La Regenta y se consagraba como una de las actrices más respetadas del país. Le muestro el resultado de aquella primera entrevista entre ambas: una portada de El País Semanal con una impresionante foto suya, de Jordi Socías, en la que aparece esplendorosa con un pañuelo a la cabeza anudado a la barbilla a la manera de las divas italianas. Sonríe. Claro que la recordaba. Ese año, esas obras, esa portada, significaron un antes y un después en su carrera.

¿Qué hay de nuevo, Aitana?

Pues hay una mujer que va a cumplir 55 años, que ha caminado mucho y sigue caminando en la vida y el oficio, que sigue teniendo vértigo y quiere ser mejor actriz cada día, no estoy satisfecha.

Entonces, a los 27 años, decía que empezaba a sentir el peso de la madurez. ¿Siempre fue tan precoz?

Sí, la verdad. Me da mucha ternura esa Aitana jovencita intentando dar imagen de cabeza bien amueblada. Me he pasado media vida intentando demostrar que era mejor actriz que chica mona.

Su amiga Maribel Verdú dice que ella, quizá, era la guapa del pueblo del grupo de actrices de su edad, pero que usted era la belleza chic.

Ay, Maribel. Ya me hubiera gustado ser más del pueblo en alguna ocasión. Esa cosa mía supuestamente chic ha sido un poco hándicap y un poco putada. Me quité esa presión hace 15 años, cuando empecé a tener una carrera teatral sólida. Ahí nació la segunda Aitana. En el teatro la belleza da igual.

¿El teatro le quitó la presión?

El teatro te da otra presión. En el escenario me siento en peligro de muerte: me quita la vida y me la da. Saca el bicho que llevo dentro. Yo, que parezco tan buena chica, tengo la venganza del teatro. Ahí me convierto en un bicho salvaje.

¿Lleva un alien dentro?

Absolutamente. En el cine no me ha dado tantas oportunidades de sacarlo a pasear. Otras actrices, qué se yo, Victoria Abril, una belleza increíble, puede hacer de duquesa y de merchera en El Lute. A mí no me han dejado tanto espectro: es algo que no depende de ti, sino de la mirada de los otros, Así que el teatro me resarce. Por eso, en cine, trato de elegir personajes que me permitan sacarlo.

En la película Que nadie duerma, hace de una productora teatral que le roba su historia a una taxista, Malena Alterio. ¿Es usted tan vampira?

Los creadores, aunque esté feo que me llame así a mí misma, somos un poco vampiros. Ahora mismo, aquí, tú me estás observando para reflejarme luego en la entrevista, y yo te estoy observando a ti, y al señor que se toma ese café ahí enfrente, inconscientemente, y todo eso se queda en el almacén de vivencias del que luego tiro en escena. Vivo de la observación. Por eso me gusta ponerme con la espalda a cubierto, para mirar sin ser mirada o, por lo menos, sabiendo quién mira.

Pero a usted la reconocen.

Sí, pero no te creas que tanto. Voy siempre en metro y, a veces, me dicen que me parezco mucho a una actriz. Yo les sigo la corriente y me callo.

¿Cuántas Aitanas se llaman así por usted?

Pues yo, como sabes, me llamo así por Aitana Alberti, la hija del poeta Rafael, que fue mi madrina. Pero sí, hasta entonces había muy pocas Aitanas en España, y ahora hay muchísimas, así que algo de culpa tendré de todo eso.

Sin embargo, su hija se llama Bruna.

Claro, porque ella es ella, no yo. Lo de poner tu nombre a los hijos lo veo una cosa rarísima. Es como si un hijo mío me hubiera salido ingeniero aeronáutico, que qué bien, pero hubiera sido exótico. Mi hija quiere ser actriz y yo estoy encantada porque no concibo una profesión más hermosa.

Hablando de hijos, ¿qué hay de nuevo en su vida de puertas adentro?

Pues también ha habido mudanzas. Hace tres años que me separé, mi hijo mayor se emancipó hace dos, con 20. Vivo mano a mano con mi hija, que tiene 19, casi como dos compañeras de piso y es, realmente, una etapa muy distinta. Incluso notas cómo las endorfinas del maternaje bajan, y con la menopausia, también, pero por otra parte también hay algo de ahora me toca a mí.

¿Como en la canción de Bebe? Según esas cuentas lleva ya un par de años volando sola.

Sí, pero aún estoy dando golpecitos en el nido. Aún no he completado el duelo que supone una separación después de 22 años de relación, por muy de acuerdo que haya sido la ruptura. Pensaba que el duelo era más corto y fácil. Estoy mudando de piel y siento que soy una crisálida en metamorfosis que aún no ha acabado de hacer la transformación completa.

¿Y le gusta esa tercera Aitana?

Bueno, me gustaría tener un poco más de paz interior que aún no tengo. Soy disfrutona, no de hacerme un ovillo en el sofá, entonces, no paro, y, a veces, me olvido de respirar. Me duele todo y me quedo rígida. He llegado a pensar que tengo fibromialgia, pero solo es ansiedad, mucha ansiedad.

Aitana Sánchez Gijón, en la biblioteca del Ateneo de Madrid.
Aitana Sánchez Gijón, en la biblioteca del Ateneo de Madrid. bernardo perez

Volvamos al teatro, y a su alien. ¿Qué se llevó puesto de actuar mano a mano con Mario Vargas Llosa?

Uf. Que te pase una cosa así es un privilegio. Él ganó el Nobel en medio de todo aquello. Tener a Mario a tu lado, de actor principiante, queriendo aprender tu oficio, con esa humildad y ese rejuvenecimiento que se le veía, cumpliendo un sueño, fue maravilloso. Ahora lo pienso y digo, joder, he tenido el cuajo de corregirle a un Nobel. Le montábamos unos numerazos... Pero él, disciplinado, venía el día siguiente con su texto mutilado si hacía falta.

Y usted, ¿se deja moldear por los directores?

Del todo: yo trabajo de dentro afuera, de afuera adentro, depende del director o directora que tengas delante. Me adapto y me divierte cambiar la forma de trabajar. Además, me he tenido que sacar las castañas del fuego sola muchas veces. Hay directores que no saben dirigir actores.

Ahí, ahí, haciendo amigos.

No digo todos, pero muchos, no tienen la sutileza ni la capacidad de dirigir actores, te lo habrán dicho cientos de actores.

No, pero igual porque son más diplomáticos. Y a usted, ¿le tienta dirigir?

No podría, no tengo ese talento, no tengo mirada, no siento la necesidad de contar historias. Yo solo soy un instrumento de los demás, por eso trato de embarcarme en proyectos que me remuevan, porque, como actriz, siento que estoy empezando cada día.

Algún fuerte tendrá...

La capacidad de riesgo, la confianza: confío mucho en los demás, soy muy disciplinada y aporto mucho. Parece que me estoy vendiendo, como Bette Davis: “Actriz de 55 años se ofrece...”, jajaja.

Y ahí fuera, ¿qué causas la remueven?

Me indigna y me altera muchísimo el tema de la censura cultural que estamos volviendo a sufrir. Me parece una estupidez muy peligrosa. Ahí me movilizo. También por el feminismo.

Tiene una carrera muy larga y empezó muy joven. ¿Ha sufrido acoso sexual?

Sí, digamos que no he tenido ningún episodio gravísimo ni violento, pero sí un goteíto fino.

¿Y cómo capeaba ese goteo?

Pues mal. Me ha pasado dos veces. Una vez, en un festival fuera, un director conocido me estuvo aporreando la puerta del hotel toda la noche y, al día siguiente, en el aeropuerto, me besó en la boca delante de todo el mundo, como para hacer ver: ‘me la follé’, como un trofeo. Y un actor francés, en Acapulco, me hizo exactamente lo mismo. Les tenía que haber dado un bofetón

¿Por qué no se lo pegó?

Pues por no ponerlos a ellos en evidencia, me parecía tan ridículo y tan infantil... Por eso me parece fabuloso el Se acabó de las futbolistas. No creo que a estas alturas me pase, pero si me pasara, le diría al tío baboso que está haciendo el gilipollas.

¿Por qué dice que ahora no le pasaría? ¿Se ha vuelto invisible?

El paso del tiempo sigue siendo más cruel con la mujeres, vamos ganando espacios, papeles, personajes interesantes, mujeres en la dirección y la producción, pero la cámara sigue prefiriendo jóvenes.

El hecho de que usted anuncie ahora mismo cremas de belleza es un dato esperanzador.

Sí, además nunca me he tocado la cara, ni me la voy a tocar. Me hago mis tratamientos, pero no voy a rellenarme ni a operarme. Hay también una especie de militancia en eso. Y no es fácil. No es nada fácil envejecer en pantalla por esa dictadura de las pieles eternamente lisas. Es una presión fuerte, pero nunca me lo he planteado como una posibilidad.

¿Por valentía o por miedo?

No sé si valentía. Me gusta la belleza del paso del tiempo. Me gusta la persona madura en la que me he convertido. Quiero ser una viejita, como Ángela [Molina], como Geraldine [Chaplin], como Charlotte [Rampling]. Ojalá parecerme a ellas. Me gustaría tener ese rostro que cuenta cosas.

'QUE NADIE DUERMA'

Es el título de la película, basada en el libro de Juan José Millás que Aitana Sánchez-Gijón (Roma, 55 años cumplidos hoy mismo, 5 de noviembre de 2023) estrena este mes junto a Malena Alterio. En ella, la actriz, que empezó a actuar a los ocho años, interpreta a una productora teatral que entabla amistad con una taxista, encarnada por Malena Alterio, a la que acaba robando la historia de su vida para escribir una función teatral. El teatro, confiesa Aitana en esta entrevista, es el espacio donde saca a pasear el genio interior que el cine le ha escatimado mostrar durante muchos años, deslumbrado, quizá por su belleza exterior. El año próximo, se meterá en la piel de 'La madre', de Florian Zeller, en el teatro, una función que, por el momento vital que atraviesa, la remueve especialmente. Las prácticas las lleva hechas de casa.

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Sobre la firma

Luz Sánchez-Mellado
Luz Sánchez-Mellado, reportera, entrevistadora y columnista, es licenciada en Periodismo por la Universidad Complutense y publica en EL PAÍS desde estudiante. Autora de ‘Ciudadano Cortés’ y ‘Estereotipas’ (Plaza y Janés), centra su interés en la trastienda de las tendencias sociales, culturales y políticas y el acercamiento a sus protagonistas.

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