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Crisis de la Covid-19
Tribuna
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Una buena nutrición, asunto público y arma esencial contra el coronavirus

Entre las medidas para afrontar la pandemia, los Gobiernos deben apuntalar el sistema alimentario para mitigar las consecuencias negativas sobre el comercio y los mercados de productos frescos

Un vendedora en la plaza de mercado Corabastos de Bogotá (Colombia). Comerciantes y cultivadores garantizan el abastecimiento alimentario durante la cuarentena
Un vendedora en la plaza de mercado Corabastos de Bogotá (Colombia). Comerciantes y cultivadores garantizan el abastecimiento alimentario durante la cuarentena hasta el próximo 26 de abril para evitar el coronavirus.Carlos Ortega / EFE

Entre las innumerables lecciones que nos deja –y nos dejará– la pandemia de la Covid-19 están la propia vulnerabilidad del ser humano, la fragilidad de nuestros sistemas de salud y la necesidad de una colaboración internacional mucho –pero mucho– más estrecha y coordinada. Pero me gustaría destacar un aspecto relacionado con la alimentación que se ha puesto de manifiesto en estas semanas.

Una buena alimentación es imprescindible para enfrentar mejor este tipo de enfermedades transmisibles y para que los enfermos se puedan recuperar en las mejores condiciones. La relación entre condición nutricional e inmunidad se ha demostrado ampliamente; y cada vez está más claro que una generación de obesos –como la que desgraciadamente estamos criando– será una generación de enfermos.

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Esa buena alimentación, necesaria para enfrentarse al virus, pasa obligatoriamente por el acceso a alimentos frescos, variados y nutritivos. Algo que, en medidas de confinamiento como las que estamos viendo en muchísimos países, es un gran desafío.

Por un lado, porque los alimentos envasados aparecen estos días como una opción más segura, más fácil de preparar y puede resultar más atractiva para los ciudadanos. Y por otro, porque las cadenas de distribución de los productos frescos se ven obviamente afectadas por las restricciones propias del distanciamiento social.

Un ejemplo claro de este impacto se refleja en los programas de alimentación escolar que tanto éxito han cosechado en decenas de países en todo el mundo. Al cerrar los colegios, millones de niños de entre los más vulnerables del planeta han dejado de acceder a los menús escolares. En algunas comunidades de países en desarrollo, estos almuerzos son la única comida que estos niños y adolescentes realizan a lo largo del día.

Se necesitan políticas públicas específicas que pongan el foco en una nutrición saludable y sostenible

Por eso quiero insistir en un mensaje: una buena nutrición, sobre todo de los niños, debe ser considerada, en las actuales circunstancias más que nunca, un asunto público y una responsabilidad del Estado.

Y de esa responsabilidad emanan dos deberes fundamentales: frenar el deterioro de las dietas en todo el mundo —tanto en los países ricos como en los pobres— y reforzar los circuitos cortos de producción y distribución de alimentos. Igual que se revigorizan las medidas de higiene o salud (como lavarse las manos), deben redoblarse los esfuerzos para que las personas confinadas en sus casas puedan llevar una dieta saludable. Y del mismo modo que se apoya a la industria para evitar el impacto económico de la pandemia, debe apuntalarse el sistema alimentario para mitigar las consecuencias negativas sobre el comercio y los mercados de alimentos.

Si los alimentos ultraprocesados ya eran enormemente populares en todo el mundo debido a su menor precio y al hecho de que son fáciles de encontrar, almacenar y preparar, con la pandemia, un deterioro de las cadenas de distribución de productos frescos conlleva el riesgo de que su consumo aumente. Presumiblemente, su precio subirá y será aún más difícil que los sectores más desfavorecidos de la población puedan acceder a ellos.

Por ello, se necesitan políticas públicas específicas que pongan el foco en una nutrición saludable y sostenible para todos, que excluyan el consumo de alimentos ultraprocesados y bebidas azucaradas y estimulen, por el contrario, la ingesta de alimentos frescos y de proximidad como frutas, verduras, legumbres, carne y pescado. Aquí pueden jugar un papel importante los alcaldes de las ciudades, donde vive la mayoría de la gente confinada.

Hay que apoyar a los agricultores familiares, los pequeños productores y el comercio local

Hay muchas opciones para poner orden en los mercados de alimentos al aire libre para que cumplan con las directivas de salud; y también para evitar la especulación en los precios de los productos alimentarios a través del monitoreo y la difusión de información.

Y por otro lado, es fundamental garantizar que los alimentos se transportan y distribuyen sin restricciones y siguiendo las normas internacionales de inocuidad alimentaria. Aunque, afortunadamente, aún no hemos visto interrupciones generalizadas en la cadena de suministro, hay que evitarlas a toda costa para que los más vulnerables no queden expuestos al riesgo de no poder comer lo suficiente y para eludir el pánico que produce ver estantes vacíos en los supermercados, como ha pasado con algunos medicamentos y productos sanitarios utilizados para la prevención (como geles hidroalcohólicos y mascarillas).

Ahora, cuando muchos lugares del mundo se preparan para la cosecha, es necesario apoyar a los agricultores familiares, los pequeños productores y el comercio local. No olvidemos que son ellos quienes producen la gran mayoría de la comida que llena nuestros platos de productos nutritivos para estar fuertes a la hora de enfrentarnos al virus.

En medio de la tormenta, necesitamos que los Gobiernos hagan esfuerzos claros para garantizar el funcionamiento de una cadena alimentaria que incluya a los productores de frescos, evite el pánico y garantice la distribución y el acceso de la población a alimentos diversos y nutritivos. Como se dice en España, lo necesitamos “como el comer”.

José Graziano da Silva ha sido director general de la FAO (2011-2019) y ministro extraordinario para la Seguridad Alimentaria en Brasil.

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