Cuando lavarse las manos no es tan fácil como parece
El coronavirus ha convertido este gesto en lo que ya era: imprescindible para la salud. Pero en el mundo, unos 3.000 millones de personas no disponen en su hogar de instalaciones, agua o jabón para hacerlo
La crisis sanitaria que vivimos nos ha recordado la importancia de algunas cosas: el valor de los cuidados, el temple de los profesionales del sistema de salud, el placer de los paseos callejeros... Y también, la del gesto cotidiano de lavarse las manos. Las frotamos con agua y jabón con más frecuencia que nunca, con la conciencia renovada de estar conjurando peligros, haciendo nuestra parte para contener la epidemia que nos amenaza. Y tenemos razón.
La higiene de manos correcta es la primera barrera de contención para el coronavirus, al igual que para muchos otros virus y enfermedades de contagio, y por eso es también la primera y principal recomendación de las autoridades sanitarias en todos los países. Sin embargo, cuando los ministros de salud de algunas zonas del mundo recomienden a sus ciudadanos lavarse las manos es probable que lo hagan sin demasiada convicción.
Según el Programa de Monitoreo Conjunto (JMP) de la Organización Mundial de la Salud y Unicef 3.000 millones de personas en el mundo no disponen de instalaciones para lavarse las manos con agua y jabón en su hogar. En África subsahariana, el 63% de las personas que viven en zonas urbanas no pueden hacerlo: no hay datos demasiado fiables sobre la situación en comunidades rurales, pero sin duda serán mucho peores.
La pandemia está alcanzando ya regiones marcadas por la pobreza, la desigualdad y la falta de recursos públicos: a pesar de las dificultades de registro, las cifras de casos en países como Sudáfrica o Senegal señalan claramente que África no se va a librar del dichoso virus. Y aunque los expertos mencionan múltiples factores que pueden influir en la evolución de la epidemia (la juventud de la población podría jugar a favor, por ejemplo), las dificultades para lavarse las manos adecuadamente eliminan una de las barreras clave para frenarla.
Los sistemas de salud en la mayoría de estos países son extremadamente débiles y, después de ver lo que esta crisis puede hacer con algunos de los mejores sistemas de salud del mundo, las perspectivas sobre su capacidad de respuesta y gestión no pueden ser muy halagüeñas. Algunos expertos sanitarios hablan ya de “bomba de tiempo”.
Según la OMS y UNICEF 3.000 millones de personas no disponen de instalaciones para lavarse las manos con agua y jabón en su hogar. En África Subsahariana el 63% de las personas que viven en zonas urbanas no pueden hacerlo.
Estas limitaciones se reflejan en indicadores sanitarios como el número de profesionales o de camas de UCI disponibles, pero también en aspectos tan básicos como la disponibilidad de agua segura en hospitales y centros de salud. Según los datos de la OMS y Unicef solo cuatro de cada 10 centros de salud en África Subsahariana cuenta con instalaciones para la higiene de manos, y menos de la mitad con desinfectantes para manos a base de alcohol.
Seguramente haya todavía tiempo para tomar medidas urgentes que palíen esta situación crítica. Pero cuando pase la emergencia habrá que repasar la lección de la importancia del agua, el saneamiento y la higiene adecuados para la salud. Hay que insistir en la necesidad de aumentar las inversiones para asegurar el ejercicio de este derecho humano —sí, lo es desde su reconocimiento en 2010, y eso implica que es una responsabilidad de los estados garantizarlo—, especialmente entre las personas y comunidades más vulnerables del planeta.
Esta crisis nos ha forzado a redescubrir nuestra vulnerabilidad, la de cada uno y la compartida, también la interdependencia y el valor de la cooperación para afrontar riesgos cuando las cosas se ponen feas de verdad. Es de esperar que el valor de estas viejas (algunos dirán: obvias) verdades nos fortalezca como sociedad, pero también deberíamos ser capaces de aplicarlas más allá de nuestras fronteras e interpretar sus consecuencias globales desde una perspectiva de solidaridad y justicia.
Y es que estamos juntos en esto. Amenazas compartidas tan serias como la Covid-19 nos recuerdan que los retos globales solo pueden afrontarse sumando los esfuerzos de todos, y que los derechos y la dignidad humana nos conectan a pesar de distancias y fronteras. Ojalá salgamos de esta crisis de salud global fortalecidos en la convicción de que poner las personas en el centro es la clave para aspirar a un futuro justo y sostenible, o incluso para aspirar simplemente a un futuro. Ya va siendo hora.
José Manuel Gómez Pérez es parte del equipo de ONGAWA.
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