Dinosaurios africanos en extinción
El 2017 se cierra con la desaparición pública de presidentes longevos, el atentado yihadista en Somalia, la hambruna y la esclavitud
El presente año se cierra con cambios sorprendentes en la arena política africana: la CEDEAO anuncia una moneda común, Marruecos regresa al seno de la Unión Africana y hace sus pinitos para entrar en la CEDEAO y hay imperios que parecían eternos y que han colapsado, como el de los Mugabe o los Dos Santos, mientras que regímentes de líderes políticos como Zuma o Kabila se desmoronan lentamente. Hambruna, migraciones, movimientos secesionistas y mercados de esclavos en Libia fueron parte de los titulares.
La extinción de los dinosaurios
El año político africano arrancaba con el desalojo pacífico de Yahya Jammeh del Gobierno de Gambia, gracias a una delicada combinación de intensa diplomacia y de amenaza militar que evitó que el país se hundiera en una ola de violencia. Le sustituyó Adama Barrow, líder de una coalición de partidos de la oposición que ganó las elecciones en diciembre de 2016. Jammeh partió al exilio en Guinea Ecuatorial.
Otros dos dinosaurios de la política africana, Eduardo dos Santos y Robert Mugabe, han desaparecido de la escena internacional este año. Dos Santos lo hizo por propia voluntad, tras 38 años en el poder en Angola y designando un sucesor, Joao Lourenço, que ganó las elecciones presidenciales en agosto de este año. A sus 74 años, Dos Santos obtuvo la inmunidad y la presidencia a perpetuidad del partido en el poder, el MPLA, siempre en el gobierno angoleño desde la independencia del país en 1975. El retiro dorado de Dos Santos se ha complicado en los últimos meses con decisiones de Lourenço que han sorprendido a propios y extraños: el exministro de Defensa de Dos Santos y teórico títere de una de las familias más poderosas del continente africano destituyó a Isabel, la primogénita del antiguo presidente, de la presidencia de la empresa nacional petrolífera y rescindió jugosos contratos de la comunicación gubernamental y la televisión pública a dos de sus hermanos.
Robert Mugabe cerró sus 37 años en el poder en Zimbabue de una manera más traumática. El enfrentamiento de su mujer, Grace, con su vicepresidente, Emmerson Mnangagwa, con motivo de su sucesión se saldó con un golpe de estado militar incruento que lo depuso en noviembre. Mugabe, de 93 años, firmó su condena al destituir a Mnangagwa. El ZANU-PF, su partido, también está en el poder desde la independencia del país en 1980. Deja Zimbabue sumido en una profunda crisis económica, con un 90% de desempleo y con la tercera parte de la población viviendo fuera del país debido a las dificultades para sobrevivir y al acceso a los víveres y a la moneda.
Turbulencias a la vista
Uganda es otro de los países cuya situación política se está deteriorando a finales de este mes, por la insistencia de su presidente, Yoweri Museveni, en presentarse a las elecciones en 2021. Museveni lograba hace unos días la aprobación de la enmienda constitucional que suprime el límite de edad para optar a la presidencia del país y que estaba fijado en los 75 años. A sus 73 años, ha logrado también ampliar de cinco a siete años su mandato, empezando por el actual, con lo que las elecciones se retrasan hasta 2023 y podría superar las cuatro décadas en el poder. Es presidente de Uganda desde 1986.
Togo es un país con presencia discreta en los medios y en cuyas calles bulle la disidencia política. Como Carlos Bajo explicaba en un artículo reciente, hace 12 años que Faure Gnassingbé Eyadéma ejerce de presidente y como Museveni, aspira a un tercer mandato. Como sucediera en Gabón con el clan Bongo, heredó el poder de su padre, Gnassingbé Eyadéma, que se había hecho con el control del país en 1967. Por lo tanto, este año se cumplió medio siglo de la dinastía al frente de Togo. La población togolesa lleva meses en la calle, pidiendo un cambio político. Las manifestaciones y la represión se suceden.
Somalia sufrió el peor atentado de su historia este año con un saldo de más de 500 víctimas
Otra dinastía en horas bajas es la de los Kabila. La República Democrática del Congo los tiene al frente desde 1997. Joseph Kabila llegó a la presidencia congoleña de la mano de Paul Kagame y la Segunda Guerra del Congo, tras el asesinato de su padre en 2001. Ganó, en teoría, la elecciones en 2006 y 2011. Debería haber convocado elecciones en 2016, pero el Gobierno pospuso sine die los comicios aduciendo problemas técnicos -falta de fondos e imposibilidad de actualizar el censo-. La oposición organiza protestas continuas ante el temor de que Kabila quiera perpetuarse en el poder en contra de lo que dice la Constitución del país, que le impide aspirar a un tercer mandato. “Ahora mismo tenemos focos de tensión y muertos por todos lados, desde el Kivu hasta Kasai, pasando por aquí, la capital”, aseguraba el activista Yves Makwambala en una entrevista con José Naranjo en Kinshasa. En teoría, la elección presidencial está fijada para el próximo 23 de diciembre y Kabila debe ceder el poder el 12 de enero de 2019.
En otra liga juega Burundi, también en crisis por el tercer mandato de su presidente desde hace dos años y donde se han suspendido, de nuevo, las conversaciones con la oposición. El país decidió abandonar el Tribunal Penal Internacional este año. Se prevé que las elecciones se celebren en 2020, pero la situación de tensión política y violencia no parece capaz de solucionarse sólo con las urnas.
Otro país en un equilibrio político delicado es Kenia. El presidente saliente Uhuru Kenyatta fue reelegido al frente del país con el 98,26% de los votos en octubre. Las elecciones se celebraron por orden judicial, tras la anulación de la votación de agosto por parte del Tribunal Supremo, y estuvieron marcadas por el boicot de la principal coalición opositora, liderada por Raila Odinga. Odinga, líder de la Súper Alianza Nacional (NASA), había denunciado fraude electoral en los comicios de agosto y solicitado la reforma de la Comisión Electoral antes de celebrar nuevas elecciones. Anta la falta de garantías, a inicios de octubre decidió retirar su candidatura y llamó a sus seguidores a no participar en el proceso, que calificó de "farsa", dejando así a Kenyatta sin rival.
Finalmente, Jacob Zuma se aferra al poder en Sudáfrica, tras sobrevivir a seis mociones de censura y múltiples escándalos de corrupción. El último lo vincula con los Gupta, una poderosa familia hindosudafricana que lo habría favorecido y habría enriquecido a su gobierno, además de infiltrarse en las instituciones sudafricanas.
Volvió la hambruna
El pasado septiembre la FAO daba una mala noticia al mundo: el hambre repuntó por primera vez en los últimos tres lustros. Hoy el 11% de la población está hambrienta, frente a casi el 15% de 2005. Hablamos de 11 de cada 100 personas del planeta, es decir, 815 millones de seres humanos. Por primera vez desde el año 2003, tenemos un alza de subalimentados en el mundo.
En 2015, la subalimentación afectaba a 200 millones de personas de África Negra. En 2016, hizo mella en un 12% más y la tendencia continúa: la mayoría de los hambrientos del mundo, 24 millones, son africanos subsaharianos. La hambruna ha hecho mella en especial, en estos últimos años, en Somalia, el noroeste de Nigeria o Sudán del Sury en el área del Sahel. Precisamente Yemen, Nigeria y Somalia rozaron este año la hambruna. En el último caso, la que habría sido la tercera en 25 años. Sudán del Sur no tuvo tanta suerte.
La ONU alertó en 2017 de que vivimos una de las situaciones mundiales más dramáticas desde el punto de vista humanitario de los últimos 70 años. La violencia, el hambre y el cambio climático forzaron a millones de personas a abandonar sus hogares y cruzar fronteras. En Uganda se asientan hoy más de un millón de refugiados llegados de Sudán del Sur, mientras que Boko Haram fuerza el desplazamiento de comunidades cada vez más amplias en Nigeria, la sequía provoca el éxodo en Somalia y las malas cosechas se ceban con Etiopía. La población africana es especialmente sensible a todos estos factores y los movimientos de población son permanentes, tanto dentro del continente como hacia Europa.
La violencia, el hambre y el cambio climático forzaron a millones de personas a abandonar sus hogares y cruzar fronteras
La violencia política e institucional también ha vivido un repunte en África, donde destaca la respuesta institucional desproporcionada al secesionismo en Biafra (Nigeria), Kasai (República Democrática del Congo), el Camerún anglófono (detención del escritor Patricde Nganang incluída) y Amhara y Oromia (Etiopía).
En otro orden de cosas, Somalia sufrió el peor atentado de su historia este año, con un saldo de más de 500 víctimas. El pasado 14 de octubre, dos vehículos bomba hicieron explosión con poco tiempo de diferencia en el centro de la capital somalí, Mogadiscio. Se responsabiliza del atentado a Al Shabab.
Cita en Abiyán
Las migraciones provocadas por esta inestabilidad y la necesidad de buscar oportunidades fueron uno de los puntos fuertes de la 5ª Cumbre Unión Europea-Unión Africana, que se celebró en Abiyán, la capital económica de Costa de Marfil, a finales de este año.
En la cumbre se formalizó el retorno de Marruecos a la Unión Africana, tras pasar 30 años fuera de ella. También se ratificó la vocación africana del país magrebí, que se postula para entrar en la CEDEAO. Fue, además, una oportunidad excepcional para que Emmanuel Macron desplegara su diplomacia africana, con una gira triunfal con escalas en Accra y Uagadugú y la inauguración del proyecto de metro abiyanés, financiado con un préstamo francés. Uno de los golpes de efecto más celebrados de Macron en este viaje fue el anuncio de que se desclasificará el dosier francés del asesinato del líder burkinés Thomas Sankara.
El fruto más publicitado de la cumbre fue la decisión de Naciones Unidas, la Unión Africana y la Unión Europea de montar un grupo conjunto de trabajo para “salvar y proteger vidas de migrantes y refugiados”, sobre todo en Libia, “acelerando el retorno voluntario asistido y el reasentamiento de los necesitados de protección”. Alemania, Francia y Marruecos fueron los primeros países en ofrecerse para repatriar a los migrantes varados en centros de detención libios, más de 40, en los que podría recluirse a entre 400.000 y 700.000 africanos.
Se anunciaron planes, inversiones y fondos millonarios (sobre todo 4.100 millones de euros de préstamos europeos) para frenar la huída de la juventud africana hacia Europa, pero las subastas de esclavos en Libia coparon todas las conversaciones y titulares, además de precipitar la toma de medidas de urgencia.
El franco CFA, la moneda heredada por el África francófona de los tiempos de la colonia, también fue objeto de debates. Macron garantizó que se podría negociar la salida de la divisa a los países que desearan abandonarla, aunque se mostró favorable a que se extendiera a más territorios y cambiara de nombre, sin cambiar de naturaleza. A finales de agosto, el activista francobeninés Kémi Séba quemó en público, en Dakar, un billete de 5.000 francos CFA. Arrestado y expulsado a Francia, se convirtió en una de las caras visibles de la protesta africana contra esta reminiscencia de los tiempos de la colonia. Las manifestaciones se han sucedido durante este año, que también ha sido testigo de la suspensión del exministro de Economía togolés Kako Nubukpo, de su cargo en la Organización Mundial de la Francofonía, a causa de su feroz crítica a esta moneda.
La CEDEAO anunció recientemente la adopción de una moneda común para la zona en el año 2020. Marruecos se sumaría a la iniciativa.
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