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Sin miedo a silbarle a Kabila

Dos nuevos movimientos ciudadanos encarnan la oposición al presidente de Congo y alertan de la violencia que amenaza al país si no se celebran elecciones

José Naranjo

El sol de Kinshasa es tan implacable que las rácanas sombras del mediodía son un bien muy preciado. Sorteando los coches que resoplan humo negro en los atascos, camuflado bajo la despistada apariencia de un universitario más, aparece Yves Makwambala. Miembro fundador y cabeza visible de los movimientos ciudadanos Filimbi y Lucha (acrónimo en francés de Lucha por el cambio), sus 17 meses en prisión por el delito de pedir que el presidente congoleño Joseph Kabila dejara el poder y se celebraran elecciones no parecen haberle pasado factura, salvo quizás alguna mirada inquieta sobre los hombros, alguna media sonrisa, alguna palabra entrecortada. El poder teme a estos chicos, su firmeza e independencia, su capacidad callejera, sus tuits, sus conexiones con el exterior. Por eso les encierra, una y otra vez.

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“Sólo la alternancia política pondrá fin a este ciclo repetitivo de violencia. Un cambio de régimen sería el mensaje más claro de que se puede llegar al poder por la vía de las urnas, algo que no ha ocurrido jamás en este país. Ese es nuestro sueño y nuestra aspiración”. Así, de entrada, este informático de 32 años pone los puntos sobre las íes. El encuentro se produce en la terraza de un hotel de Gombe, el barrio noble de Kinshasa, a salvo de oídos y miradas indiscretas. “Ahora mismo tenemos focos de tensión y muertos por todos lados, desde el Kivu hasta Kasai, pasando por aquí, la capital”, asegura.

El segundo mandato del presidente Joseph Kabila, hijo del asesinado Laurent Kabila y ganador en las elecciones de 2006 y 2011, expiró a finales del pasado año sin que se celebrasen elecciones. El Gobierno pospuso sine die los comicios aduciendo problemas técnicos - falta de fondos e imposibilidad de actualizar el censo-. La oposición se ha lanzado a protestar en varias ocasiones ante el temor de que Kabila quiera perpetuarse en el poder en contra de lo que dice la Constitución del país, que le impide aspirar a un tercer mandato. Y la incertidumbre y los nervios se notan en el aliento enrarecido de las conversaciones callejeras.

17 meses en prisión

Filimbi, que significa silbato en suahili, nació en Kinshasa en marzo de 2015 como un movimiento ciudadano hermano del senegalés Y’en a marre (Basta ya) y el burkinés Balai Citoyen (Escoba ciudadana). En el acto de su lanzamiento oficial, la policía irrumpió en la sala y detuvo a una treintena de personas. “Nosotros sólo estamos pidiendo que se celebren elecciones, pero el poder tiene miedo a que se produzca un escenario a la burkinesa en la RDC”, asegura en referencia a las revueltas populares que derrocaron a Blaise Compaoré en Uagadugú a finales de 2014. Entre los detenidos estaba el propio Makwambala.

“Al principio nos separaron. Fue horrible. Dormía en el suelo junto a otras 35 personas, apenas había espacio, estaba lleno de pulgas y cucarachas, todo muy sucio, nos daban un puñado de arroz al día”, recuerda. Dos semanas después, Makwambala pasó a compartir celda con Fred Bauma, activista de Lucha. Ambos se convirtieron en un símbolo y Amnistía Internacional inició una intensa campaña por su liberación. “Nos vigilábamos el uno al otro para que no decayeran los ánimos. Conseguimos que nos trajeran nuestros libros y leíamos sin parar, a Mandela, a Ghandi, a Lumumba”. Fueron liberados en agosto de 2016, 17 meses después.

“Al principio estaba asustado, pero me di cuenta de que no podía vivir con miedo. Tomo mis precauciones, varias personas saben mi itinerario diario y si no les llamo en un par de horas tratan de localizarme. Evito ir siempre por los mismos caminos y mis salidas están siempre programadas”, explica. Tras unas larguísimas negociaciones y la mediación de los obispos, Gobierno y oposición alcanzaron finalmente un acuerdo el 31 de diciembre pasado, que establecía un gobierno de unidad nacional con el objetivo de organizar unas elecciones sin Kabila como candidato en diciembre de este año.

“Sobre el papel es una salida positiva de la crisis sin violencia, pero el problema es que no se ha desarrollado, que está bloqueado. Kabila quiere seguir, todos los indicios lo muestran”, revela. Makwambala, informático de profesión, no se muestra muy optimista. “Temo que puede haber violencia, un pequeño gesto, una señal, y todo puede estallar. La tensión es enorme en Kinshasa, la violencia se extiende por Kasai y en Goma, el M23 pretende volver a las armas”. A su juicio, la lógica es simple: si el acuerdo entre Gobierno y oposición, colgado de un hilo, se rompe, todos vuelven a la casilla de salida, “se abre la puerta a la utilización de la violencia”.

Y entre grupos armados, oposición y Gobierno, la mayoría de los congoleños que se sienten “abandonados, cansados, en un país donde nada funciona, la corrupción es generalizada, los alimentos cada vez están más caros y el paro es elevadísimo. Los políticos están ahí por sus lentejas y no por el interés general, todos juegan al mismo juego, se pasan de un bando a otro sin despeinarse”. Sin embargo, el nacimiento de Filimbi y la tenacidad de Lucha muestran un despertar ciudadano. “Cada vez somos más los que queremos un cambio y que este se produzca de manera no violenta. Cuando hay desesperanza lo fácil es tirar piedras o coger un arma. Nosotros no queremos eso, pero si no hay elecciones habrá desobediencia civil”.

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Sobre la firma

José Naranjo
Colaborador de EL PAÍS en África occidental, reside en Senegal desde 2011. Ha cubierto la guerra de Malí, las epidemias de ébola en Guinea, Sierra Leona, Liberia y Congo, el terrorismo en el Sahel y las rutas migratorias africanas. Sus últimos libros son 'Los Invisibles de Kolda' (Península, 2009) y 'El río que desafía al desierto' (Azulia, 2019).

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