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Philip Lymbery: “Necesitamos reducir nuestro consumo de carne y lacteos”

El director general de Compassion in World Farming denuncia los efectos en el sufrimiento animal, la salud humana y el medio ambiente de la carne barata

Consuelo Bautista

La ganadería, de mano de la agricultura, hizo posible la civilización. Para que hoy su versión industrial —que cría cada año 70.000 millones de animales que consumen el tercio de los cereales y la mitad de los antibióticos del mundo— no lleve a la humanidad a lo que él califica como un “armagedón”, el británico Philip Lymbery (1965) tiene una propuesta. El animalista, que está al frente de la organización Compassion in World Farming (CIWF) desde 2005, aboga por una rebelión en la granja que devuelva al ganado a los pastos en consonancia con la naturaleza, sin jaulas ni químicos.

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Su libro La carne que comemos (Alianza Editorial) fue escrito tras un viaje de dos años por América, África y Asia para radiografiar el alto precio ambiental de la carne barata. La cita con Lymbery tiene lugar en Barcelona, donde ha recibido el Premio Respeto a los Animales de la Fundación CyO.

PREGUNTA. ¿Por qué comer carne se ha vuelto un problema moral?

RESPUESTA. La mayor parte de los animales que consumimos en el mundo están hacinados cruelmente en granjas industriales. Además, la carne barata es un alimento contaminante, que hace un uso muy intensivo del agua y la tierra, y es uno de los mayores responsables de la extinción de la vida en el planeta. Abandonar la ganadería industrial no puede ser una opción ética, sino que es un imperativo social.

“Las granjas emiten el 14,5% de los gases de efecto invernadero. Hay que reducir el consumo de carne y lácteos un 50% para 2050”

P. Su organización contribuyó a que, en 1997, la legislación europea reconociera a los animales como seres que sienten. ¿Cuál es el balance 20 años después?

R. Ese fue el objetivo del fundador de CIWF, Peter Roberts. Quería modificar el Tratado de Roma para eliminar a los animales de granja de la cruda categoría de producto agrícola. Eso estimuló reformas como prohibir en Europa las jaulas de gallinas y terneras. Pero, pese a algunas mejoras, la mayoría de estos seres siguen encerrados en granjas industriales.

P. ¿Qué ha distorsionado más nuestra visión del mundo animal, las granjas escuelas, los zoos o Disney?

R. Una de las cosas que ayudan a que los animales sigan encerrados en granjas industriales es que no hay que especificarlo en las etiquetas. El consumidor va al supermercado y tiene en su mente esa imagen idílica de las granjas escuela. Los granjeros industriales quieren que veamos a los animales como objetos inanimados o máquinas. Los animales de granja ven, oyen y experimentan el mundo mucho más de lo que nos atrevemos a reconocer. No son humanos ni debemos pretender que lo sean, pero son seres que sienten. La ciencia lo dice, pero los ganaderos industriales quieren ignorarlo.

P. ¿Qué le diría a quienes afirman que la agricultura y ganaderías ecológicas no son suficientes para alimentar a 6.000 millones de personas?

R. Algunos defienden que la ganadería industrial es eficiente, pero no hay nada eficiente en el hecho de que se malgaste una buena parte de los cultivos comestibles para alimentar al ganado industrial, en lugar de a personas. Los grandes productores alegan que es necesario duplicar las cifras para abastecer a 9.000 o 10.000 millones de personas en 2050. Pero el sistema actual, si no se malgastase, produce alimentos para más de 16.000 millones de personas. Desperdiciamos más de la mitad de la comida, y el mayor desperdicio del planeta se va en destinar parte del cultivo humano a la alimentación del ganado industrial. Se malgastan las proteínas y calorías de los cereales para convertirlas en carne, leche y huevos. Eso no es eficiencia, es una locura servida en el plato.

P. ¿El problema de la ganadería industrial se solucionará dejando el solomillo por las algas?

R.Las granjas emiten el 14,5% de los gases de efecto invernadero, más que aviones, trenes y coches juntos. Necesitamos reducir nuestro consumo de carne y lácteos un 50% en 2050 para evitar la catástrofe. Podremos hacerlo con otras fuentes proteicas, como la carne de laboratorio y alternativas basadas en las plantas. Una parcela de algas que cuadruplica el tamaño de Portugal puede producir proteínas para 10.000 millones de personas. No se trata de reemplazar una industria por otra. Necesitamos un acuerdo global para impulsar la agricultura regenerativa, rotacional, que restaure la fertilidad de los suelos, sin antibióticos, y que permita la vida del planeta. Con 9.000 o 10.000 millones de personas que se prevé que habitarán el planeta a mediados del siglo, se necesita un sistema regenerativo para hacer más en el futuro, no lo mismo, ni menos.

P. ¿Estaría a favor de una tercera vía agrícola, entre la perspectiva industrial y la tradicional?

R. La tecnología ayudará a tener un sistema regenerativo, pero me preocupa que el escenario de una tercera vía lo promuevan aquellos que no quieren el cambio. Modelos como la agricultura climáticamente inteligente o de precisión emplean la tecnología para usar químicos, pesticidas y fertilizantes sólo lo necesario. Un sistema regenerativo respetuoso con el medio ambiente no necesita químicos. La necesidad de usar químicos es falsa. El modo más eficiente de producir carne y lácteos es tener una vaca pastando en la ladera. El problema es que esa vaca no provee a una industria alimentaria, farmacéutica, agroquímica ni de transgénicos.

P. ¿Cómo lo está haciendo España?

R. Consideramos que es uno de los peores países en cuanto a granjas industriales. CIWF, que tendrá representantes pronto en el país, se une a la batalla de comunidades locales como Loporzano, un pequeño municipio oscense que se ha convertido en el centro de la resistencia española contra las granjas industriales para frenar el alto coste de la contaminación del agua y del aire y el sufrimiento de los animales confinados. España es uno de los países que más ocultan la situación de los animales, pero ahora la gente está siendo cada vez más consciente.

P. Aboga por la necesidad de una revolución del campo en el siglo XXI. En el pasado, esas revoluciones las motivó la escasez. ¿La próxima será por los excesos de nuestro tiempo?

R. Vivimos en un mundo de abundancia de alimentos, pero el relato dominante, el de la gran agricultura y de sus portavoces, dice que vivimos tiempos de escasez y debemos producir más para vender más, usar más químicos y productos farmacéuticos y transgénicos. Necesitamos una nueva revolución alimentaria basada en la justicia social para impedir el Farmageddon (el armagedón de las granjas). Si no paramos este sistema que enjaula a los animales, que lleva a la vida del planeta a la extinción, que expulsa a los insectos polinizadores del paisaje y acaba con los suelos fértiles, nuestros hijos sí vivirán la escasez.

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