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Una escuela a cuatro horas de casa

Para docenas de niños y niñas de la aldea de Hat Sa (Laos), frecuentar el colegio significa vivir alejados de sus padres durante el periodo lectivo

Gestos de asombro y miradas de curiosidad y desconfianza. Esta es la forma en que los estudiantes de la aldea de Hat Sa reciben a los voluntarios y cooperantes de las ONG. Pasadas algunas horas y superada la barrera lingüística, regalan una sonrisa que cautiva a todos.
Gestos de asombro y miradas de curiosidad y desconfianza. Esta es la forma en que los estudiantes de la aldea de Hat Sa reciben a los voluntarios y cooperantes de las ONG. Pasadas algunas horas y superada la barrera lingüística, regalan una sonrisa que cautiva a todos.Adriano José dos Santos

“¿Para qué estudiar, si no vas a trabajar en lo que has soñado? Yo tampoco he tenido nunca grandes aspiraciones profesionales. Cuando era niño imaginaba tener una vida simple, sin muchas responsabilidades y llena de aventuras”, recuerda Kao Phom, en frente a su bungaló, donde suele hospedar al personal de una ONGD. Después de haber masticado pacientemente una pequeña ración de arroz, pone sobre la mesa un termo con agua caliente. El fuerte y agradable olor que desprende de una de las bebidas por excelencia de su país, el café, parece haber despertado a todos para una charla antes de iniciar los trabajos de reforma de la casa que acogerá a docenas de estudiantes en la aldea de Hat Sa, provincia de Phongsaly, Laos.

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A sus 31 años, este guía de turismo vacacional siente, desde hace algunos meses, el peso de sostener a su familia. Una tarea con la que tampoco había soñado jamás y que afirma realizar con responsabilidad. Su fluido inglés contrasta mucho con el nivel de estudios de los demás habitantes de Hat Sa, donde vive con su mujer y su hija de 10 meses; un idioma que ha aprendido sobre la marcha y en contacto con los turistas en el pueblo de Muang Ngoi.

Con mucho esfuerzo y persistencia de sus padres, concluyó el instituto, como suele reiterar a lo largo de la conversación. Las puertas de cualquier universidad le parecían una entrada de difícil acceso, no sólo por el hecho de ser testigo del drama vivido por muchos de sus compañeros al no encontrar trabajo tras concluir el curso superior, sino también por no creer en el futuro desarrollo de un país pobre como Laos. “Pese a los consejos de mi padre, que trabajó durante muchos años como profesor en esta aldea, un curso universitario nunca ha estado en mis planes de futuro”, declara, mientras mira a su hija, atada por un pañuelo colorido a las espaldas de su mujer. En seguida, con la expresión de quien busca una solución a un problema, afirma: “Quiero que ella vaya a la escuela”.

Estudiar y dormir lejos de casa

La oportunidad que ha tenido Kao Phom de haber concluido el ciclo secundario y aprendido inglés para ganarse la vida no es la misma que la de docenas de estudiantes que, semanalmente, se esfuerzan para acceder a la única escuela primaria, localizada en Hat Sa. Una prueba de resistencia y voluntad, ya que el trayecto, de casi cuatro horas, sólo es posible hacerlo a pie por las zonas montañosas de la región.

Con una población de casi 200 habitantes, dependiente exclusivamente de la agricultura y de la pesca de subsistencia, Hat Sa ha adquirido cierta importancia en su entorno, gracias a la existencia de una escuela pública, un pequeño puesto médico y un suntuoso templo budista, hoy abandonado, que se destaca por sus colores rojos y dorados. Como suelen mencionar orgullosamente algunos de sus vecinos, la aldea es un referente de desarrollo para otras comunidades.

A pocos metros de este pequeño conjunto arquitectónico, una construcción en un enclave de densa vegetación, al margen del río Nam Ou, suele despertar la atención de quién navega por sus aguas. Con cuatro grandes habitaciones, dos coloridos baños externos y una diminuta placa solar, la casa de acogida destaca en medio a un aglomerado de 54 humildes viviendas, erguidas mayoritariamente de madera y bambú. En este espacio suelen convivir, durante el período lectivo, cerca de 30 niños y niñas, entre los 7 y 11 años.

La idea de construir la casa de acogida, en el año 2008, fue una opción encontrada por la ONGD alemana Die Bambusschule para dar soporte a los estudiantes de primaria de la región. “Antes del funcionamiento de la casa, los estudiantes de las aldeas vecinas estaban obligados a caminar entre tres y cuatro horas diarias para llegar a Hat Sa para estudiar”, recuerda Natalie Tacke, directora de la entidad en Laos.

Las obras de construcción de siete represas hidroeléctricas a lo largo del río Nam Ou preocupan a los moradores de la aldea de Hat Sa (Laos), donde se encuentra la única escuela primaria de la región

La iniciativa ha dado buenos resultados durante todos estos años, pero en determinadas ocasiones, la resistencia de algunos padres y madres en mandar a sus hijos a la escuela, hace que la ONGD realice otra tarea: además del mantenimiento de la casa, en muchos casos, se necesita realizar un trabajo de concienciación de las familias. No en vano, la actitud de oposición se debe a las dudas e inseguridad; de lunes a viernes, los estudiantes que no residen en Hat Sa se ven obligados a estar separados de sus familiares en una casa de acogida donde tienen que hacer su propia comida y dormir solos. Sin embargo, tras el paso de los años y pese a la temprana edad, muchos ya se acostumbraron a gestionar sus propias vidas lejos de sus padres.

El acceso a la escuela continua figurando entre las principales dificultades de muchos estudiantes en Laos, principalmente si estos pertenecen a uno de los grupos étnicos existentes. En un país donde el 63% de la población vive en las zonas rurales montañosas, proporcionarles educación no ha sido una de las tareas más fáciles para el gobierno y las diversas ONG que operan en varias regiones. A pesar de los avances positivos en las tasas de escolarización y alfabetización, el país, con tan sólo 6,8 millones de habitantes, aún camina lentamente hacia las metas de educación para el año 2015, según el PNUD.

En un contexto económico de ingreso mediano bajo como el de Laos, para seguir estudiando, después de concluir la escuela primaria en Hat Sa, se necesitan elevados recursos económicos para cubrir los gastos de desplazamiento y mantenimiento. Además, las facilidades de acceso a una escuela secundaria son escasas, debido a que el centro educacional más próximo está a cuatro horas en barco. Para los que no consiguen superar esta barrera no hay otra opción que la de seguir el camino ya establecido por sus padres; el trabajo en las plantaciones de arroz o en la pesca, una práctica extendida en casi todo el país entre los menores de edad.

De acuerdo con el Banco Mundial, en el año 2014 el PIB del país ha crecido un 7,5% respecto a 2013, por encima de sus vecinos como Vietnam, Tailandia, Camboya y China, pero esto no ha sido suficiente para beneficiar a todos de manera equitativa, incluso en el ámbito educativo.

Una escuela y una casa de acogida bajo la amenaza de un río

A pesar de las lluvias torrenciales que cayeron en los últimos días del mes de agosto, y del aumento del nivel de las aguas del río Nam Ou, es grande el movimiento de las embarcaciones transportando personas y mercancías enfrente de la aldea. Con más de 450 kilómetros de extensión, el río es una de las pocas vías de acceso a Hat Sa y tantas otras comunidades ubicadas en su lecho, así como una fuente casi inagotable de alimentación para quienes dependen de él.

Navegar por sus aguas es disfrutar de unos paisajes idílicos y enigmáticos que no caben en los ojos. Una belleza que, en diversos puntos, contrasta con puentes recién construidos, gigantescas barreras de piedra y cemento y carreteras por concluir, a menudo, despertando la curiosidad y suscitando dudas por parte de algunos habitantes sobre su verdadera finalidad. No en vano, este conjunto de obras viene siendo erguido por la empresa china Sinohydro y el gobierno de Laos para la generación de energía eléctrica.

El gigantesco proyecto tiene como objetivo la construcción de siete represas a lo largo del río. No obstante, a medida que avanzan las obras, aumentan las preocupaciones por el impacto socio-ambiental que todo esto causará. Según el informe de progreso, aportado por el Ministerio de Energía y Minas de Laos, durante la primera fase, docenas de aldeas y centenares de casas se verán afectadas. Desde entonces, las constantes inquietudes se hacen notar no solamente en los pocos habitantes de Hat Sa que están al tanto de la situación, sino también en International Rivers, una ONG estadounidense que viene acompañando el desarrollo de las obras y la situación de las comunidades vecinas a estas. En un informe, la entidad revela el drama vivido por muchas comunidades, principalmente por las limitadas informaciones recibidas sobre las consecuencias de las obras.

Las represas Nam Ou 5 y Nam Ou 6, próximas a la aldea, ya cuentan con más del 80% de sus obras finalizadas. “Por el impacto de estas, Hat Sa perderá aproximadamente 134 hectáreas de tierra para construcción de infraestructuras alrededor del área de esas represas, 1,4 hectáreas de campos de arroz, y 39 de plantaciones serán afectadas”, revela por e-mail Tanya Lee, miembro de la ONG. Sobre esto y otros temas relacionados, pese a las diversas tentativas de contacto, Sinohydro no se ha manifestado.

Sin darse cuenta del impacto que estas obras provocarán, los habitantes de las comunidades cerca de las represas siguen su vida igual que hace décadas. Aferrados a sus tradiciones y al duro trabajo en el campo, muchos olvidan que en la actualidad el tiempo está rigurosamente establecido por un calendario, pues no suelen distinguir los días laborales de los fines de semana. Pero para los estudiantes de Hat Sa, el inicio de las clases tiene día y hora señalados, un evento que no puede contar con la participación de los que viven en las aldeas vecinas; la casa que los acogerá aún no está totalmente reformada. Las dificultades para encontrar material de construcción y la precaria situación del transporte, retrasaron la finalización de las obras. “En pocos días ya tendremos de vuelta a los niños frecuentando su nueva casa”, garantiza Natalie Tacke, mientras revisa algunas facturas de los gastos.

En medio de estos pequeños acontecimientos, los comentarios sobre las consecuencias de las obras están al orden del día de un reducido grupo de vecinos de Hat Sa, entre ellos Kao Phom que, inmerso en un estado de incertidumbre y desconfianza, comenta: “No sabemos lo que va a suceder dentro de algunos años, pero estoy seguro de que la construcción de estas represas no traerá grandes beneficios para Laos, y principalmente para Hat Sa”. En seguida, augura: “Como el nivel del río suba mucho, todo quedará bajo agua, la aldea, los arrozales y por supuesto, la escuela y la casa de acogida”.

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