El fantasma de Stalin huye de Potsdam
El orgarnillo que entona la melodía de El tercer hombre en la calle principal de Potsdam luce una gran pegatina con la bandera tricolor alemana. "Somos un pueblo", reza. Una patrulla de la policía militar soviética, dirigida por un oficial con un mostacho que le confiere aspecto de cosaco zarista, se detiene un rato para escuchar la famosa música de la guerra fría.Junto a ellos, unos grandes carteles de la conservadora Alianza por Alemania parafrasean el lema oficial de la RDA (Nunca más fascismo) con un igualmente rotundo "Nunca más socialismo". Los militares viven en uno de los muchos cuarteles de la zona de Potsdam, punto clave de acceso a Berlín Oeste, con gran parte de los 365.000 soldados de la URSS en la RDA.
A pocos metros del organillero se encuentra el antiguo cuartel de la Stasi (policía política del régimen comunista), con sus grandes verjas externas e internas y las celdas en que fueron torturados demócratas hasta noviembre pasado. Hoy aloja a los partidos de la oposición.
Bajo un sol radiante y temperaturas andaluzas, Potsdam, la ciudad ribereña del río Havel, que por alejar la conferencia de agosto de 1945 de las cuatro potencias vencederas se convirtió en el símbolo de la división de Alemania, pasó una jornada de agitada calma en la víspera de las primeras elecciones libres en la RDA. El célebre huésped de esta histórica ciudad, Josif Stalin, las había prometido hace exactamente. 45 años.
Junto al arco de Brandeburgo de 1770, una de las puertas al barrio holandés, obreros vietnamitas, militares soviéticos y policías de la RDA se mezclan con la población y compiten con ella en asombro y muestras de admiración ante lo insólito.
La Toyota ha traído una exposición de automóviles, todos ellos inasequibles para los espectadores. Se conforman con pegatinas y carteles. "Todavía no son clientes, pero hay que ir preparándolos", dice uno de los aguerridos comerciantes de la firma japonesa.Tiempo de espías
En medio de la multitud, un vopo (policía popular) reconoce al periodista extranjero. "Nos conocimos en Altes Lager", señala. En aquel acuartelamiento, que las tropas soviéticas heredaron de la Wehrmacht, comenzó la retirada unilateral de los carros de combate soviéticos de Alemania Oriental hace menos de un año. Entonces, la Unión Soviética y el régimen de Erich Honecker aún escenificaron un gran acto conjunto de propa ganda. Hoy, el anciano Erich Ho necker vive refugiado en casa de un pastor protestante, y gran parte de sus colaboradores directos se encuentran en la cárcel. Las tropas soviéticas siguen omnipresentes en Potsdam, y en sus j ovencísimos soldados se adivina la increculidad ante los sucesos que se precipitan. Pasean por el majestuoso parque de Sanssouci del emperador Federico el Grande y ven grandes grupos de turistas occidentales. En las plazas observan cómo llegan los autobuses de Berlín Oeste repletos de alemanes orientales cargados de paquetes con artículos occidentales.
El puente Glienicke -paso exclusivo de militares de las cuatro potencias-, donde se realizaban los canjes de espías y disidentes, entre ellos el de Anatoli Scharanski, hace apenas un lustro, está hoy repleto de vendedores de recuerdos pangermanistas.
Muy cerca de allí reside un joven inconformista disidente. Hace unos años, este corresponsal no pudo contactar con él porque fue seguido constantemente durante dos días por tres miembros de la Stasi.
Harto de la persecución y del mal tiempo, el joven aceptó la oferta de realizar un reportaje en la isla de La Gomera, renunció a ver al informante y se dirigió a los policías para vengarse. "Me han estropeado la estancia, pero yo me voy ahora Canarias y ustedes se quedan aquí para siempre". La mala ventura no se cumplió, los Stasi ya pueden viajar a las islas.
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