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La militarización de la vida pública en Chile alcanza niveles grotescos

El general Pinochet ha construido un régimen inseparable de su presencia física

Antonio Caño

La presencia de Augusto Pinochet da a la dictadura chilena unas características que la hacen distinta a las de Argentina, Uruguay o Brasil, cuyo ejemplo no aparenta tener ninguna intención de seguir el general que ocupó el palacio de la Moneda el 11 de septiembre de 1973. Pinochet ha construido un régimen que no puede sobrevivir sin su persona, ha elaborado una Constitución que le garantiza la presidencia hasta 1989 y que le permite quedarse mientras tenga vida.

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"Si se queda hasta 1989, aquí terminamos todos esquizofrénicos", comenta una joven funcionaria, testigo de las mayores arbitrariedades y desatinos que se pueden imaginar en una labor de gobierno. Pinochet no tiene un programa político, ha llevado al país a la mayor depresión económica de toda América Latina y sólo se mantiene sobre la base de unas fuerzas armadas que le respaldan monolíticamente y que dirigen el país como si fuese un cuartel o un buque de guerra.La militarización de la vida pública alcanza niveles grotescos. Los presidentes de municipalidades (equivalentes a lo que serían las juntas de distrito de los ayuntamientos españoles), siempre comandantes o coroneles que no sirven para misiones de mayor calibre, cuentan con asesores de emergencia, también oficiales del Ejército o de la Marina, que se encargan de tener a la población de sus barrios lista para afrontar catástrofes naturales o políticas. "Lo peor es cuando se lo toman en serio", dice un vecino de una zona de clase media-alta de Santiago. A golpes de silbato, los administradores militares entrenan comandos y ensayan situaciones límites, patrullan el barrio y organizan concursos.

En este momento, los rectores de todas las universidades de Chile, excepto una, son militares, incluyendo al de la Universidad Católica. Los uniformados inauguran carreteras, dirigen hospitales, entregan los premios de miss Chile.

Toda esta actividad durante casi 12 años no les ha servido, sin embargo, para destacar por su fina inteligencia o capacidad de oratoria, y las hemerotecas chilenas están repletas de frases gloriosas que definen a los hombres que detentan el poder en ese país. Baste la explicación que el almirante José Toribio Merino, miembro de la Junta Militar, hizo de la Constitución de 1980: "La primera trascendencia que le veo a esta Constitución es que es trascendental, que el país va a decidir si es o no importante que cambiemos la Constitución del año 25, hay que considerar que han pasado políticamente 50 años, 55 años para ser exactos, de la última Constitución, y esta Constitución que está Chile por aprobar tiene una gracia que muy pocas Constituciones del mundo tienen, que no ha sido hecha solamente por, políticos. Ha habido dos criterios en la elaboración de esta Constitución: el criterio político, diríamos platónico-aristotélico en lo clásico griego, y en la otra parte el criterio absolutamente militar, que viene de Descartes, que llamaríamos cartesiano".

Por la fuerza

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La base ideológica de la represión se limita a la lucha contra el comunismo y a "hacer grande Chile aunque sea a la fuerza", como ha dicho uno de los personajes del régimen.Pero lo cierto es que esa grandeza, con la corta excepción de una mejora económica en 1980, se ha convertido en una situación económica pésima, con una tasa oficial de desempleo el año pasado del 25%. La economía chilena alcanzó su punto más bajo en 1983, cuando llegó al nivel de deuda externa por habitante más alto del mundo. La bancarrota generalizada de la industria nacional, que no encontraba apoyo en una banca privada endeudada en 7.000 millones de dólares, junto a la caída de los precios del cobre (del que Chile es el principal productor del mundo) en el mercado internacional, llevó al país a un espectacular retroceso económico.

En ese año el poder adquisitivo de los trabajadores se redujo en un 50%, y el desempleo oficial llegó a ser del 33%.

El año pasado se produjo una ligera recuperación que llevó la deuda externa total a los 18.400 millones de dólares, lo que supone 1.750 dólares per cápita. La inflación se ha mantenido en el 23% y, aunque el índice de desempleo ha descendido, ha aumentado el porcentaje de personas empleadas en la venta callejera y trabajos similares. Además, sólo menos del 7% de los parados cobra subsidio de desempleo, que oscila entre los 4.000 pesos (unas 6.000 pesetas) y los 10.000 (15.000 pesetas), según las distintas características.

Una familia chilena con dos niños necesita, según cálculos aproximados, entre 30.000 y 40.000 pesos para cubrir sus necesidades elementales, cantidad superior a la de muchos salarios. Si a esto sumamos la carga que supone la figura tradicional en Chile de los allegados (las personas sin trabajo, alimentadas y cobijadas por sus familiares), resulta una importante caída del nivel de vida en los tres últimos años.

Los sectores más humildes de la población sufren carencias alimenticias básicas, y la clase media ha visto reducir su poder adquisitivo de manera importante. El dueño de un taxi o el propietario de un bar encuentran dificultades para satisfacer todas sus necesidades, y los profesionales sufren muy especialmente los, efectos del desempleo.

Incremento de la delincuencia

Una de las manifestaciones de la depresión económica ha sido el incremento de la delincuencia, que, sin alcanzar los niveles europeos o de algunos otros países de América Latina, se ha convertido en un problema preocupante en los últimos meses, a pesar de los controles policiales y la vigencia del toque de queda para los vehículos entre las dos y las cinco de la madrugada.En estas circunstancias, la base social del régimen es muy débil, por no decir inexistente, y ya no calan en casi nadie las frases grandilocuentes de los gestores de la dictadura.

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