La inteligencia artificial choca con el derecho de autor: ¿está robando miles de creaciones protegidas?
Cada vez más artistas denuncian que la tecnología absorbe sin autorización sus obras para aprender a imitarlas, mientras la UE prepara un reglamento y hasta la ONU celebra su primera conferencia al respecto
El cerebro humano nunca para de pensar. En la compra, un plazo de trabajo, un amor. El día a día de todos. Pero de vez en cuando, en alguna cabeza, se enciende una bombilla única. Hace años, la mente de George R. R. Martin concibió una historia de dragones, hielo y traiciones capaz de hechizar a millones de lectores. La de Pepe Larraz perfecciona un estilo aplaudido y cotizado de dibujar viñetas. Y la de Kelly McKernan inventa y pinta mujeres rodeadas de atmósferas oníricas. Se llama idea, arte, talento. Es decir, cultura. Y se considera tan importante para la sociedad que se protege con una disciplina ad hoc: el derecho de autor. Para reconocer a sus dueños. Y evitar, en teoría, que otros individuos roben o copien. Pero, en la práctica, la propiedad intelectual afronta hoy una potencial amenaza colosal que el legislador de antaño ni pudo imaginar: la inteligencia artificial (IA).
Tanto que los tres artistas citados se han quejado —con denuncias públicas o en tribunales— de la sustracción masiva y no autorizada de su obra para que las máquinas se entrenen y sean capaces de imitarlos. Igual que el actor Stephen Fry compartió su indignado asombro ante un documental que empleaba su voz, con frases que él nunca había grabado. O Scarlett Johansson ha tomado acciones legales contra una aplicación que usó, sin pedirle permiso siquiera, su imagen y nombre para un anuncio. Resulta que el futuro, con sus oportunidades y sus nubarrones, ya está aquí: en uno de los pilares de la huelga de guionistas (finalizada) e intérpretes (aún en marcha) en Hollywood; en la primera conferencia de las Naciones Unidas sobre el impacto de la IA en el cine, celebrada hace dos semanas. Y en el reglamento de cumplimiento obligatorio para los Estados miembros que la UE prepara, con entrada en vigor prevista entre 2024 y 2025, para hacer más justa esta tecnología, incluido el ámbito creativo. Mientras, una pregunta sobrevuela cada vez más talleres, rodajes, parlamentos o despachos: ¿está la inteligencia artificial robándoles a los artistas sus obras?
La historia, de alguna manera, se repite. Antaño, la aparición de internet trajo como regalo para las artes decenas de millones de espectadores en todo el planeta y un mundo nuevo de oportunidades; pero, a la vez, al enemigo público número uno de las últimas décadas: la piratería. No se trata solo de cultura: los peligros para la privacidad, estabilidad o incluso salud de los ciudadanos parecen tales que el presidente de EE UU, Joe Biden, acaba de recurrir a una ley de los tiempos de la Guerra de Corea (1950-1953) para obligar a las tecnológicas a notificar al Gobierno cualquier avance que suponga un “riesgo grave para la seguridad nacional”. Los dilemas afectan desde la Casa Blanca y su trascendental día a día hasta la cotidianeidad de cualquier hogar, como el que planteó la guionista y actriz Berta Prieto en un artículo: ¿debería devolver una beca ganada gracias a esta tecnología? Asuntos inéditos tan solo ayer. Y ya recurrentes hoy. Tanto que preocupaciones y quejas en el ámbito del derecho de autor no paran de multiplicarse.
“No se puede calificar de robo. Los sistemas de IA generativa se nutren de textos e imágenes preexistentes para aprender a producir los suyos. Si están protegidos por derechos de propiedad intelectual, su uso puede requerir una autorización. Lo que denuncian los autores es que no la dieron”, explica José María Méndez, abogado de Baker McKenzie experto en el sector. Insiste, eso sí, en distinguir caso por caso, igual que David Fuentes Lahoz, letrado del departamento de Propiedad Intelectual e Industrial de Bird & Bird: “Lo correcto sería hablar de una potencial infracción de derechos de propiedad intelectual”. Y de un beneficio económico y comercial solo para las compañías propietarias de estos programas, sin que los artistas vean ni las migas. A lo que ambos expertos suman también otro riesgo posible: que las obras así generadas supongan un plagio.
De ahí que Iban García del Blanco, eurodiputado socialista implicado en la elaboración del reglamento de la UE, hable de “fraude de ley”. Aunque él mismo reconoce que es cuestión de interpretación. La directiva europea sobre copyright aprobada en 2019 permite la minería de datos y el uso de contenidos licenciados sin autorización para excepciones como la investigación y el desarrollo científico. García del Blanco denuncia que la IA generativa intenta ocultarse a menudo bajo este paraguas: “Estamos ante la explotación de derechos de titulares usando una norma que no estaba pensada para eso”. Tanto que sugiere que la Comisión Europea emita una aclaración oficial al respecto o, incluso, modifique el artículo en cuestión.
A la vez, la futura normativa continental quiere registrar a las IA generativas y obligarles a la máxima transparencia: qué usan, cuánto y cómo. Para que los creadores puedan reclamar su trozo del pastel, incluido el que ya les comieron. Bruselas también se plantea un aviso explícito que acompañe cualquier obra no creada por humanos, para distinguirlas y evitar deepfakes (modificaciones realizadas por la IA a partir de algún vídeo o imagen real) tan creíbles que el actor Keanu Reeves ya firma contratos donde veta que le realicen retoques digitales.
Hay, además, otro frente, quizás el más endiablado. Una vez entrenadas, las máquinas están listas para generar su propia oferta cultural. Y, por tanto, pelear justamente con esos artistas a los que han engullido. Sustraerles sus creaciones. Y, luego, su público. “Habrían podido utilizar millones de obras de dominio público, pero trabajan con las actuales. Es evidente que quieren competir en el mercado”, lo resume García del Blanco. Justo por eso el sindicato de guionistas de Hollywood consiguió que los estudios se comprometieran a limitar el rol de esta tecnología en la escritura de las películas. Y el parón de los intérpretes sigue exigiendo lo mismo. Aunque las empresas que quieran generar cultura a través de la IA también pueden encontrarse ante un problema específico, según el abogado Fuentes Lahoz: “Para calificar una creación como obra y, por tanto, hablar de derecho de autor, debe ser fruto de la intervención creativa de, al menos, una persona. Si dicha intervención proviniese sustancial o exclusivamente de un sistema de inteligencia artificial, difícilmente podría reconocerse la protección del derecho de autor. Y podría producirse la propagación de una suerte de creaciones que carecen de protección autoral. Pensemos en una compañía que decide invertir millones de euros en un sistema para crear canciones; estas podrían estar libres de derechos de autor y, por tanto, la empresa no tendría derecho a oponerse frente a usos no autorizados de esa música”.
“Hay algo que les falta de manera clamorosa a los textos generados por IA que es el alma que nace de deseos, esperanza, dolor, violencia. La máquina no tiene nada de eso, le puedes enseñar peor o mejor a simularlos”, sostiene el escritor Lorenzo Silva. Así que a él, y otros muchos narradores, no les preocupa tanto competir con obras creadas por la IA que consideran “vacías”, sino el uso de sus libros para entrenarla. El novelista Javier Sierra agrega: “Tal vez sea más fácil copiar novelas de un género que siga una estructura como los policiales o los romances, pero, en general, los libros escritos por IA provocarán desazón en sus lectores por la sensación de estar leyendo lo mismo de siempre”.
Suplantación de identidad, reemplazo profesional y precarización: los temores de otros sectores también sacuden a la cultura. Basta con ver la cantidad de campañas promocionales que ya se ahorran el encargo a un ilustrador, porque las máquinas dibujan gratis. Por si acaso, un movimiento entre fotógrafos está animando a toda la profesión a explicitar en cada imagen que prohíbe su uso para IA. Y cada vez más colectivos, de las artes plásticas a la entidad de gestión de derechos de autor del libro, Cedro, reclaman en voz alta compensaciones y justicia.
Aunque, en realidad, las artes siempre beben de influencias pasadas. Cualquier narrador recomienda leer mucho antes de afrontar la página en blanco. Y no hay cineasta o músico que no haya mirado y escuchado, antes de grabar. ¿No es entonces la IA un discípulo como cualquier otro? “Se trata de máquinas que imitan mediante reproducción masiva un determinado estilo, y pueden replicarlo por 10.000 millones en pocos instantes. Además, el futuro escritor que pretenda inspirarse en George R. R. Martin por lo menos habrá tenido que comprar sus libros”, responde García del Blanco. “O al menos pedirán permiso para hacerlo”, sostiene Silva, quien asegura que escritores jóvenes le han consultado para “rendir homenaje” a sus personajes en otras obras. “A nivel legal, un libro o una película no se protegen de la misma manera que otros bienes porque los consideramos diferentes. Nos parece aceptable que un autor se nutra de las obras de sus precursores para generar las suyas porque es la única manera en que la creatividad humana puede desarrollarse. La ausencia del elemento humano es lo que nos lleva a un razonamiento diferente con la IA. Esto no es óbice para que ya existan voces que aboguen por la protección de las obras generadas por IA a través de derechos de propiedad intelectual”, amplía el abogado José María Méndez.
Hay algo que les falta de manera clamorosa a los textos generados por IA que es el alma que nace de deseos, esperanza, dolor, violencia. La maquina no tiene nada de eso, le puedes enseñar peor o mejor a simularlos”Lorenzo Silva
¿La piratería también alimenta a la IA?
La IA generativa, que se viene desarrollando desde hace unos siete u ocho años, se alimenta con toda la información disponible en la web. A través del crawler (algoritmo usado para analizar el código de un sitio web en busca de informaciones), recoge desde las imágenes que sube un ilustrador a su página para promocionarse, hasta productos de dominio público. ”Se han alimentado de datos que estaban disponibles en internet, no los han robado ni han hackeado a ningún ordenador“, explica el investigador del Barcelona Supercomputing Center Jordi Torres.
¿Esto incluye también los datos colgados de forma ilegal? “No sabría decir si se revisa cada imagen o texto que se agrega a estas masivas bases de datos o si el uso que le quieren dar cumple con los términos de licencia de cada producto”, asegura Enzo Ferrante, doctor en Informática por la Université Paris-Saclay. Precisamente, en su denuncia George R.R. Martin reclamó que ChatGPT había obtenido su saga literaria Canción de hielo y fuego de bibliotecas ilegales online. EL PAÍS intentó comunicarse sin éxito con los desarrolladores de ChatGPT, OpenAI, y Stability —denunciado por Getty— para conocer el origen de la información con la que alimentan sus modelos.
No todo, eso sí, tienen por qué ser malas noticias. Por supuesto, la IA también ofrece un universo de posibilidades a todo el planeta, creadores incluidos. El propio García del Blanco es consciente: “Algunos historietistas me contaron que han dejado de perder tiempo en dibujar fondos repetitivos de viñetas para poder concentrarse en las partes creativas que les estimulan más y consideran esenciales. Lo mismo se puede aplicar desde el audiovisual hasta la música”. “En la historia de la humanidad, cuando ha surgido una herramienta nueva, nunca se ha desestimado”, afirma Torres.
Eso sí, aboga por su democratización a través de una legislación en la que participen todos. “Que no sean unos pocos que lo hagan por nosotros, tenemos que acercarnos, aprender de ello y no dejarlo en manos de unos cuantos políticos o ingenieros”, sentencia. García del Blanco coincide: “ La IA viene a echarnos una mano. Pero hay que establecer controles”. Se trata de ponderar bien cómo, y cuáles. Por suerte, el ser humano nunca deja de pensar.
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