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INTELIGENCIA ARTIFICIAL
Tribuna
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El ChatGPT gana la beca de creación

¿Debería devolver los 6.000 euros que he ganado para una investigación artística porque usé la inteligencia artificial para redactar el proyecto?

Berta Prieto (derecha) posa con Belén Barenys, creadoras y protagonistas de la serie 'Autodefensa'.
Berta Prieto (derecha) posa con Belén Barenys, creadoras y protagonistas de la serie 'Autodefensa'.

Querido lector, estoy hecha un lío. Este verano me presenté a una convocatoria de investigación artística de la Generalitat. El jueves pasado salieron los resultados y soy una de las ganadoras. La beca consiste en 6.000 euros, sé que no parece mucho, pero es más de lo que he llegado a acumular en mi cuenta bancaria.

Escribo para confesar que redacté toda la propuesta con el ChatGPT. Lo siento. Sé que todo el mundo lo hace, pero eso no justifica nada. Podría decir que la culpa es de la burocracia, que con tan poco tiempo no se puede redactar un dosier decente, que piden una cantidad absurda de documentación y que los criterios de evaluación son ridículos: feminismo, sostenibilidad, diversidad funcional. Así, escritos en fila, parecen un anuncio de TMB o el título de un festival de pensamiento joven del CCCB.

Podría encontrar mil excusas para justificar mi fraude, aceptar la beca y seguir adelante. Siempre odié a la niña repelente que tapaba el examen con el codo para que nadie le copiara, y me río del miedo de los mileniales a las inteligencias artificiales.

Me considero una persona con valores, preocupada por la cultura y el pensamiento crítico. Dicho así, sueno como los criterios de evaluación de una beca, pero es verdad. Siento que todas las palabras que un día hicimos nuestras han perdido el sentido, y ahora no sabemos cómo explicarnos para no sonar como la friqui moralista de la clase.

Creo que debería renunciar a la beca. No es solo por una cuestión de principios. También lo pienso porque demasiado a menudo me lleno la boca de lo absurdo que me parece hablar de arte en términos morales. Critico vehementemente la precariedad artística que nos obliga a blanquear nuestro discurso; a seudopolitizarlo con un lenguaje llano para que encaje en una industria con la actitud de unos padres demasiado mayores, cansados y miedicas a quien tienes que engañar para salir de fiesta.

Y tú, querido lector, estarás pensando que con este discurso seguro que tengo entre manos un proyecto superinteresante. Pues no. Hace días que lo leo y lo releo y de lo último que tengo ganas es de ponerme a trabajar en él. No queda ni rastro de las primeras ideas, de esa chispa que un día me pareció motivo más que suficiente para buscar “Convocatorias de investigación artística” en Google y aprender a utilizar el ChatGPT. Estaba convencida de que, si le hacía cuatro retoques a mi proyecto, el mundo lo querría tanto como yo. Pero, ¡oh!, sorpresa, las operaciones estéticas son adictivas y encajar en la norma todavía más. Y, en el fondo, supongo que es lo mismo. El caso es que yo quería hacer un proyecto artístico y ahora tengo un esplai.

Le explico todo este lío a una amiga y decide citar a Cristina Morales ―genial, la que faltaba―: “Nuestras ideas y su modo de llevarlas a cabo sufren sistemáticos intentos de violación por nuestros editores (...). A veces nos libramos tras un forcejeo quedando nosotras y nuestros textos magullados”.

Ya basta de autocompasión, me digo, renuncia a la beca y empieza de nuevo. Pasa del fantasma de tendencias, censuras y algoritmos que sobrevuela la industria artística de nuestro país y busca nuevas palabras que representen aquello en lo que seguimos creyendo pero ya no sabemos cómo nombrar.

Pero 6.000 son mucho más de lo que he llegado nunca a acumular, y si yo no los acepto, siempre habrá otra dispuesta a tatuarse en la frente: feminismo, sostenibilidad y diversidad funcional… y eso me revienta.

Qué opinas, querido lector, ¿debería devolver la beca?

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