Camino a los Goya 2022: “La pregunta que más me han hecho este año ha sido: ‘¿Cuándo estará tu película en Netflix?”
Los directores Fernando León (’El buen patrón’), Icíar Bollaín (’Maixabel’), Clara Roquet (’Libertad’) y Jonás Trueba (’Quién lo impide’) reflexionan sobre el futuro de las salas, la verdad y la mentira y la imagen que el cine actual ofrece de España
Miércoles por la mañana. El encuentro virtual se pone en marcha. Desde Edimburgo, su lugar de residencia, entra Icíar Bollaín (Madrid, 54 años): su película Maixabel ha logrado 14 candidaturas a los premios Goya, entre ellas las de mejor dirección y mejor guion original, coescrito por Isa Campo. De repente, recuerda que el año pasado, en este encuentro que realiza EL PAÍS desde hace casi 15, y que ya en 2021 tuvo que celebrarse en la distancia, entró desde la cocina de la casa en la que vivió durante el rodaje de su filme en San Sebastián. “¡Es verdad! ¡Cómo pasa el tiempo! Se ha ido volando desde La boda de Rosa hasta Maixabel”.
Al momento aparecen Clara Roquet (Malla, Barcelona, 32 años), desde Barcelona, y Jonás Trueba, desde Madrid. La primera es la directora debutante del año: con Libertad ha participado en la Semana de la Crítica en Cannes y ha alcanzado seis candidaturas a los galardones de la Academia española de cine. Trueba (Madrid, 40 años) ha estrenado el gran documental de la temporada: Quién lo impide, 220 minutos divididos en tres capítulos que nada tienen que ver en estilo y forma, aunque están protagonizados por los mismos quinceañeros madrileños, y sirven como radiografía de la adolescencia actual. Solo ha obtenido la candidatura al mejor documental, porque este formato sigue sin romper un encasillamiento al que le someten los académicos, para enfado de muchos otros cineastas, y que parecía que había agrietado en 2021 El año del descubrimiento. Falsas esperanzas.
El último en acceder al zoom, también desde su casa, es Fernando León (Madrid, 53 años), director de la sátira El buen patrón, la película del récord —muy a pesar de su creador, que no cree en las competencias fílmicas “al estilo Juegos Olímpicos”—, con 20 candidaturas a los Goya (ocho de ellas, en apartados interpretativos) que se entregarán el próximo sábado por la noche en Valencia. En su 36ª edición la gala viaja por quinta vez fuera de Madrid, y esta vez hay una razón feliz: con ella se cierran los festejos del centenario del nacimiento de Luis García Berlanga. El cuarteto se conoce, pero nunca habían charlado en comandita, y al final los cuatro acaban confesando que necesitan más conversaciones largas como esta, entre creadores que reflexionan sobre lo divino y lo humano, sobre lo cinematográfico y lo social.
Pregunta. Con sus películas, un espectador se puede hacer una muy buena composición de cómo es España, especialmente en lo social.
Fernando León. Es una de las cosas que más me gustan de los Goya de este año. Son películas que definen lo que hemos sido y lo que somos. Componen un mosaico necesario. Y no solo estas cuatro, sino casi todas las candidatas y bastantes de las que se han quedado fuera. Madres paralelas habla de la memoria histórica, pero veo a Icíar ahí y su filme también indaga en la memoria histórica, de algo terrible, por la muerte, y bello, por la reconciliación, que pasó en España.
Icíar Bollaín. El cine es testigo de su tiempo, aunque este año, más. En esta edición siento que el cine se ha descentralizado, y sus protagonistas también se han diversificado. Nos hemos ido a los barrios a contar cosas de allí. Y eso lo disfruto. Está bien huir de un cine unidireccional.
Clara Roquet. Es que eso es muy sano. O que haya voces nuevas que venimos de sitios muy diversos. Así se abren las historias. Celebrémoslo.
Jonás Trueba. El cine es más variado de lo que parece, o de lo que la foto de los Goya retrata. En este siglo XXI nuestro cine se ha ensanchado, aumentando en géneros, creadores y hasta en maneras de hacerlo y distribuirlo. Eso no se visibiliza tanto en los premios y en los festivales. Nosotros solo representamos cuatro capas y hay muchas más.
P. En sus cuatro películas se reflexiona sobre la verdad y la mentira, se retrata a sus protagonistas y se indaga en cómo quieren ser vistos: cómo son y cómo quieren ser contemplados... algo que se da mucho en la España actual con las redes sociales.
J. T. Bueno, es que los cineastas, en el fondo, encaramos esa tesitura cada uno a nuestra manera: ¿cómo aprehendes la realidad? En mi caso, he hecho un documental híbrido que me gusta definir como una película, y ya está. Y desde luego responde a cómo quieren ser vistos los jóvenes actuales. El cine es una forma de relacionarte con tu entorno, con la vida. Y los filmes sirven para entendernos... Hoy más que nunca son un tipo de consuelo.
C. R. Porque el cine es poner la cámara ante alguien, y ese gesto conlleva una pregunta fuerte sobre el punto de vista y la identidad. La propia narrativa de Libertad me demandó mucho. Tuve que variar la voz protagonista y a la vez reconstruirme yo honestamente alrededor de esa historia.
I. B. Es cierto que mostramos personajes que luchan por sacudirse la etiqueta que les ha caído encima. Mientras hablabais, pensaba que en todas mis películas se refleja esa pelea. Es una cosa natural de la vida, ¿no? En estos últimos años se ha multiplicado ese aprisionamiento, con una sociedad más polarizada y asfixiante.
F. L. Es una pregunta muy pertinente. Y que nos pasa a todos. Tiene mucho que ver con nuestros temores y deseos cuando escribes una historia. Sin querer escribes personajes que quieres ser o que temes ser. En mis películas puedo decir exactamente qué papeles proyectan ambos sentimientos. Santa [el protagonista de Los lunes al sol] no soy yo, que soy más gris; pero Blanco [protagonista de El buen patrón] sí nace de temores, de en lo que te puedes convertir cuando tienes poder si no te vigilas en cualquier ámbito de la vida.
J. T. Eso sí, sufrimos el imperio de la banalización de la imagen. Y darle la vuelta a eso es la esencia actual del oficio de cineasta.
F. L. Claro, porque en realidad esto de los Goya como competición me chirría. Esto de competir entre películas es una chorrada. En los Juegos Olímpicos es sencillo: quien más salta, gana. Pero en nuestro caso no es así.
J. T. Es que para la gente de la calle los Goyas se han convertido en una vara de medir. Y lo que no está no existe, y lo que está sale catapultado. Con los premios, que son necesarios para que haya visibilización, contribuimos a su vez a una falsa imagen de glamur y fiesta.
Los directores charlan entre ellos, intercambian historias sobre el momento exacto en que nacieron sus películas y cómo las desarrollaron (”Dándoles espacio”, apunta León) antes de encarar una cruda realidad que sobrepasa el hecho artístico: la huida del público adulto español de las salas de cine.
I. B. En mi caso, Maixabel ha sido un milagro. Con el tema que toca, jamás pensé que la verían más de medio millón de espectadores. Me asusta la tendencia y me planteo: ¿seguimos haciendo cine para salas? Esa cuestión la estoy afrontando en mi siguiente proyecto: ¿película o miniserie? No tengo la respuesta, pero sí creo que se mantiene un gusto por historias de hora y media o de dos horas.
J. T. Icíar, que Fernando y tú, cuyos trabajos he visto en salas, sigáis haciendo cine es importante. Sois un ejemplo, justo este año vuestras películas han ido bien en taquilla. Almodóvar dijo hace un tiempo: “Si todo el mundo hace series, ¿quién rodará las películas?”. Y es verdad, y esa es mi aspiración humilde. Cada vez tengo más claro que trabajaré para las salas, y que no podemos sucumbir a esa tentación económica de hacer solo contenido audiovisual para plataformas. Me da miedo, pena, hay que morir matando, apostar por películas que apoyen a las salas de cine, que lo están pasando fatal. Doy más valor que nunca al gesto de salir de casa e ir al cine... Es un gesto casi revolucionario en estos tiempos para comodones. Le otorgas una confianza muy grande a una película comprando su entrada y sentándote a verla. Y ya no hablo de la experiencia en sí, que ya lo sabemos.
F. L. Lo has contado fenomenal, Jonás, es que ese público hoy parece la vanguardia. No quiero romantizar ese empeño por filmar para salas, aunque quiero seguir en él. Y diría que las salas le dan vida extra a los filmes, que en las plataformas, en cambio, cada título acaba pronto sepultado por más contenidos. Hay un placer en hacerlas para salas, por supuesto un esfuerzo brutal, y un placer en verlas allí.
C. R. Presenté mi película en Montpellier y hubo un par de visionados para adolescentes. Me preocupé porque fueran obligados, formaba parte de un programa de los institutos. Y no, se generó un debate increíble. Esos adolescentes seguirán yendo a las salas porque hay una labor previa pedagógica. Estaría bien adoptarla en España. La pregunta que más me han hecho este año ha sido: “¿Cuándo estará tu película en Netflix?”. Me parece preocupante, ya que me la hacía gente joven, mis primas. Falta amor por las salas.
P. ¿Qué películas echan de menos en los Goya?
C. R. Hay muchas pero desde luego Espíritu sagrado, de Chema García Ibarra, y Seis días corrientes, de Neus Ballús.
I. B. De las que he podido ver, esas dos desde luego.
J. T. Esas dos y otras como Karen, de María Pérez Sanz. Este año ha sido muy difícil ver algunas por su rápido paso por la cartelera.
I. B. Perdona que te interrumpa, es que me ha emocionado lo que has dicho antes de las salas. Cuando me llamen los productores, recordaré tus palabras, o les diré que hablen contigo. Hay mucha presión de que, cuando estrenes en un cine, allí no haya nadie.
F. L. Es que en las plataformas tampoco sabemos si hya alguien viendo la película. Se esconden en los algoritmos.
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