Incierta eurozona
Ante las predicciones más pesimistas es preferible abandonar el derrotismo y rearmarse con acciones concretas
A la alerta por el estancamiento alemán (crecimiento cero del PIB en el segundo trimestre) se le acaban de unir los resultados de la encuesta a los gerentes de compras de las empresas (PMI), que auguran una inminente recesión en los dos principales países de la eurozona, Francia y Alemania. Ambos datos han desencadenado un aluvión de pronósticos negativos sobre el crecimiento de los 19 países con el euro como moneda única, formulados por distintos institutos privados, aunque no todavía por gobiernos o entidades oficiales. Algunos de ellos prevén una bajada temporal del PIB de la eurozona en una horquilla indeterminada de entre el 2% y el 4%. Sería en principio suficiente para esterilizar las previsiones de verano de la Comisión Europea, que apuntaban en julio un alza del PIB del 2,6% (del 2,7% en toda la UE y del 4% en España). En caso de acertar, el revés se comería casi enteramente, en el mejor de los casos, la expansión económica de este ejercicio. En el peor, abriría paso a una fase recesiva.
Los malos pronósticos entroncan con algunos nubarrones de la realidad. A la ralentización franco-alemana se le añade el peor dato histórico de la inflación reciente (8,9% en julio), con sus correlatos de inhibición inversora, prudencia en ciertos consumos y percepción más pesimista de la coyuntura, aupada por las pérdidas de poder adquisitivo de salarios y ahorro.
A todo ello no es ajeno el malestar por el impacto de la guerra en Ucrania, transcurridos ya seis meses. También inciden los efectos del cambio climático en un agosto marcado por la sequía, que dificulta la navegación fluvial en la Europa húmeda, encareciendo aún más los suministros, y aumenta a su vez el precio de la producción hidroeléctrica (la avanzadilla de las renovables), retroalimentando la inflación. Parecida consecuencia tiene el abaratamiento del euro, producto sobre todo de la revalorización artificial del dólar a un ritmo mucho más abrupto que el previsto: al estar los precios de los carburantes marcados en dólares, su importación por los europeos se encarece también por motivos monetarios.
Pero las profecías sobre la probabilidad de una recesión, y sobre todo las más dramáticas, que la configuran como un retroceso económico de fondo, en vez de una inflexión meramente técnica (dos trimestres seguidos con menor crecimiento al del anterior), no constituyen certeza. Otros datos más positivos contradicen el pesimismo de los pronósticos señalados, y entre ellos, el del empleo o la moderación de las alzas salariales (en torno al 2%), que cortocircuitan una eclosión irreversible de los precios globales. También figura aquí el inicio del descenso del coste de las materias primas, tanto de los carburantes (en una cuarta parte) como del hierro, el cobre y otros materiales. No es desdeñable tampoco el esfuerzo de la UE en la acumulación de reservas de gas para el invierno: los depósitos alcanzan el 76% de cobertura, muy cerca del 80% fijado para el 1 de noviembre, mientras está siendo buena la aceptación de los planes nacionales de ahorro energético en toda la UE (con excepciones atípicas, como la oposición conservadora en España).
No hay que resignarse, sino rearmarse frente a las predicciones a través de acciones concretas que refuercen las ya emprendidas. Eso debería permitir acelerar la ruta decidida hacia la implantación de las energías renovables, modular con extrema prudencia el endurecimiento de la política monetaria e impulsar un nuevo esfuerzo fiscal coordinado entre los 27. Por ese lado, coadyuvaría decididamente la aceleración del gravamen del 15% a las multinacionales para despejar una parte del sombrío paisaje.
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