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La sequía desploma la generación hidroeléctrica hasta su nivel más bajo en tres décadas

En lo que va de año, los saltos de agua convencionales aportan la mitad de energía que en 2021. Las centrales de ciclo combinado, obligadas a quemar más gas para compensar esa merma

En la imagen la iglesia románica del pantano de Sau (Barcelona)  el 12 de agosto.
En la imagen la iglesia románica del pantano de Sau (Barcelona) el 12 de agosto.David Borrat (EFE)

Los tentáculos de la sequía son casi infinitos. Más allá del obvio impacto sobre la fauna, la flora y los cultivos, la ausencia prolongada de precipitaciones y el bajo nivel de los embalses también tienen una clarísima derivada energética: la generación hidroeléctrica se ha hundido hasta mínimos de tres décadas en España y amenaza con agravar la crisis europea de precios energéticos.

Los embalses de España están en estos momentos al 37,9% de su capacidad. Hace falta retroceder hasta 1995 para encontrar una situación tan mala a estas alturas. Pero esta coyuntura —con unos niveles de llenado de los pantanos muy por debajo de lo normal— se arrastra desde mucho antes del verano, lo que ha supuesto que algunas cuencas del país, como la del Guadalquivir, arrastren importantes restricciones al regadío ya y, en algunas zonas, problemas en el abastecimiento urbano. Además, menos agua embalsada significa, también, una menor capacidad de utilización de los saltos: entre el 1 de enero y el 15 de agosto, la producción de electricidad de estas centrales fue de menos de 11.400 gigavatios hora (GWh), la cifra más baja desde 1992 y la mitad que la media para esa fracción del año desde entonces. A estas alturas de agosto, el año pasado las centrales hidroeléctricas habían generado casi 22.600 GWh, prácticamente el doble que ahora.

La brutal caída en la aportación de la hidráulica (-49,6% interanual, según los datos de Red Eléctrica de España) y, en mucha menor medida, las de la solar térmica (-8%) y la eólica (-0,8%), arrastran consigo al conjunto de la generación renovable, que no logra compensar el notable impulso de la solar fotovoltaica (+37%) y cae más de un 8% desde principios de año. Todo, a pesar del sustancial crecimiento de la capacidad instalada. Y en una matriz eléctrica como la española, en la que los ciclos combinados son casi siempre los encargados de cubrir la brecha entre la generación no gestionable —la renovable— y la demanda, el descenso en la producción hidroeléctrica se traduce irremediablemente en un aumento en la generación con gas natural, con un coste económico mayor y un incremento en las emisiones de gases de efecto invernadero.

Golpe sobre los precios

El impacto sobre los precios será especialmente sustancial a partir del otoño, cuando la generación de electricidad con agua aumenta y marca el precio marginal (el que fija el coste de la luz para todas las fuentes que vierten en el mercado). “En los meses de verano ningún año se produce mucho con agua y las tecnologías que marcan el precio marginal son otras. Desde octubre, en cambio, sí afectará”, augura el analista energético Ignacio Gistau.

El tope al gas, el mecanismo que los gobiernos de España y Portugal han sacado adelante con el visto bueno de Bruselas y que fija un techo máximo de precio en este combustible para la generación de electricidad, permite reducir sustancialmente ese futuro impacto. Pero el amortiguador es solo parcial: donde sí se notará, y no poco, es en la compensación que lleva aparejada el mecanismo. Cuanta más electricidad se produce con gas, mayor es ese ajuste, que también abonan los consumidores.

“A corto plazo nos viene particularmente mal porque nos obliga a generar más con gas, que es el colchón para cubrir la demanda. El tope nos protege en una cierta medida, pero no dejaremos de pagar el sobrecoste de las centrales térmicas utilizadas”, apunta Luis Atienza, expresidente de REE. Agosto es un mes de consumo bajo, por las vacaciones, pero a partir de septiembre, “si no ha llovido antes, la compensación va a crecer y se puede comer gran parte del beneficio del tope al gas”, sintetiza Gistau. “Y el problema que puede haber es que los ciclos combinados no puedan cubrir todo el hueco que deja la hidroeléctrica, lo que obligaría a tirar de cogeneración, más costosa y que ahora está prácticamente parada”.

Los bombeos, al margen

La sequía no afecta de una manera simétrica a toda la generación hidroeléctrica. Las centrales reversibles, o de bombeo, aquellas que se valen de un circuito cerrado para turbinar el agua y obtener electricidad, quedan prácticamente al margen: salvo por las pérdidas derivadas de la evaporación, en su caso el recurso es infinito una vez que han conseguido llenar sus instalaciones. Esa realidad se refleja en las cifras: frente al descenso de generación de la hidroeléctrica clásica, la turbinación crece casi un 15%.

“El bombeo no consume recurso hídrico y va a ser una pieza fundamental en los sistemas eléctricos del futuro. Aporta tanto flexibilidad como almacenamiento de energía y, si se potencia, podría permitir sustituir lo que periodos de sequía más prolongados te van a quitar en las grandes centrales hidroeléctricas”, apunta Atienza. “Deberíamos hacer un gran plan para impulsarlo, estableciendo el esquema retributivo que permita una recuperación de la inversión con certidumbre. Cuanta más eólica y solar haya en el sistema, más vamos a necesitarla”.

El expresidente de REE introduce, además, una segunda reflexión de medio y largo plazo: “En un entorno futuro de menor disponibilidad de agua, será fundamental aprovechar los picos de generación renovable para desalar. La electricidad va a ser muy barata en las horas de mucho sol y/o mucho viento, y podremos utilizar esos momentos para almacenar agua destinada a consumo humano, regadío o generación hidroeléctrica; eso nos permitirá tanto resolver los problemas de disponibilidad de agua en las zonas más secas como dar una flexibilidad adicional al sistema eléctrico”.

Fenómeno europeo

El zarandeo de la sequía sobre el sector eléctrico no es un elemento únicamente español. En países menos acostumbrados a fases prolongadas de escasez de agua, como Francia o Alemania, este fenómeno está haciendo estragos. En el primer caso, el mayor impacto es el que están sufriendo las centrales atómicas, que necesitan agua para sus procesos de refrigeración. “Hay un precedente, en 2000 o 2001, cuando la sequía afectó mucho a la nuclear francesa. Pero, a diferencia de ahora, fue un periodo mucho más corto”, apostilla Gistau.

En Alemania, el problema es otro. Con el cauce de los ríos Rin y Elba —sus dos principales vías fluviales— en mínimos, las barcazas que transportan petróleo y, sobre todo, carbón, lo están teniendo mucho más difícil para alcanzar su destino. En algunos casos, los armadores se están viendo forzados a hacer el trasiego en buques de menor calado, que sí pueden navegar en estas condiciones. Este cambio obligado encarece los fletes y, por tanto, también el precio de ambas materias primas energéticas.

Futuro más complicado

¿Y qué nos espera en el futuro? El IPCC, el panel internacional de científicos que sienta las bases del conocimiento científico sobre el cambio climático, advierte de que “los riesgos en la disponibilidad física de agua” seguirán aumentando a medio y largo plazo en todas las regiones. Y, cuanto mayor sea el calentamiento que se alcance (en estos momentos, la temperatura media del planeta es 1,1 grados Celsius mayor respecto a los niveles preindustriales), mayores serán esos riesgos. Debido a la reducción de los glaciares y de la nieve en el planeta, los científicos pronostican una disminución de “la disponibilidad de agua para la agricultura, la energía hidroeléctrica y los asentamientos humanos”. Y como consecuencia de los cambios en las precipitaciones y esa menor disponibilidad de agua se producirá una reducción de la productividad en el sector alimentario y energético.

Eso son las tendencias globales, pero cuando se baja al detalle para la región mediterránea, la situación se complica aún más. “En el sur de Europa, más de un tercio de la población estará expuesta a la escasez de agua si se llega a los dos grados” de calentamiento, expone el IPCC. Si se alcanzan los tres grados, el riesgo se duplicará y se esperan “pérdidas económicas significativas en sectores dependientes del agua y la energía”. Por cada grado de aumento, en el Mediterráneo se prevé una reducción del 4% de las lluvias.

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