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La obsesión de Trump con los aranceles detona una crisis mundial

La guerra comercial iniciada por Estados Unidos es un golpe a la globalización que amenaza con sumir a la economía en una recesión global y a redefinir el orden geopolítico

Donald Trump mira la portada del periódico The NY Post a su llegada al campo de golf de Jupiter (Florida), este sábado.Foto: Alex Brandon (AP) | Vídeo: EPV
Miguel Jiménez

El mundo se derrumba y Donald Trump juega al golf. El viernes, un teórico día laborable, mientras las Bolsas del mundo se hundían, el presidente de Estados Unidos acudió temprano a su club de golf de West Palm Beach y pasó allí la mayor parte del día. El largo fin de semana del mandatario llegó tras declarar la guerra comercial al mundo con los aranceles más altos en al menos un siglo. El órdago de Trump tiene implicaciones profundas difíciles de anticipar por completo, pues simultáneamente pone patas arriba el orden económico global y supone un nuevo manotazo en el tablero geopolítico. Al tiempo, y al menos de momento, es una ruina. Billones de dólares de riqueza se han evaporado en un par de días y un mundo ya más pobre afronta el riesgo de una recesión global.

Trump es un fervoroso creyente en la supuestas bondades de los aranceles, “la palabra más bonita del diccionario”, y lleva cuatro décadas obsesionado con que los demás países “estafan” a Estados Unidos. Lo recordó el miércoles en la Rosaleda de la Casa Blanca. “Si miras mis viejos discursos cuando era joven y muy guapo, estaba en un programa de televisión, hablando de cómo nos estaban estafando estos países. Quiero decir, nada cambia mucho. Lo único que cambia son los países, pero nada cambia realmente. Por eso es un gran honor poder hacer esto por fin”, dijo mientras subía los aranceles.

“Lo único que cambia son los países”. En la década de 1980, sus tiempos de promotor inmobiliario, pese a que su negocio no se veía afectado por el comercio, estaba obsesionado con Japón. “Si vas a Japón e intentas vender algo, olvídalo, Oprah. Simplemente olvídalo. Es casi imposible. Vienen aquí, venden sus coches, sus videograbadoras, y arrasan con nuestras empresas”, decía en 1988 en una entrevista con Oprah Winfrey en la que también reclamaba que Kuwait pagase a Estados Unidos el 25% de su petróleo por facilitarle seguridad (como ahora con Ucrania con sus minerales). El tono de otras intervenciones de la época sobre Kuwait recuerda al que empleó con el presidente ucranio, Volodímir Zelenski, en la Casa Blanca.

Winfrey le preguntó si se presentaría alguna vez a presidente y Trump contestó que no se veía con ganas para ello: “Probablemente no, pero si me canso de ver lo que está pasando con este país y, si se pusiera tan mal, nunca querría descartarlo del todo”.

Trump se presentó a presidente y ganó las elecciones en 2016. Llegó a la Casa Blanca a hombros de los perdedores de la globalización, los trabajadores industriales blancos de los Estados del llamado Cinturón del Óxido, que se han quedado descolgados de la prosperidad de un país que es una historia de éxito en lo económico, en gran medida gracias a esa globalización. Las cinco mayores compañías del mundo por valor en Bolsa son gigantes tecnológicos globales estadounidenses. De las 25 primeras, 22 son de Estados Unidos. La primera japonesa, Toyota, está en el puesto 54º. La primera china, Tencent, en el 16º. La primera europea, SAP, en el 29º.

Donald Trump, el miércoles en la Casa Blanca al anunciar los aranceles.

Trump dejó claro el miércoles que mantiene ese resentimiento de hace cuatro décadas, del que no pudo desquitarse del todo en su primer mandato. “Este es uno de los días más importantes en la historia de Estados Unidos”, proclamó en la Rosaleda de la Casa Blanca. “Es nuestra declaración de independencia económica”, sostuvo. “Durante años, los trabajadores estadounidenses se vieron obligados a quedarse al margen mientras otras naciones se enriquecían y se hacían poderosas, en gran parte a nuestra costa. Ahora nos toca prosperar a nosotros”, añadió el presidente de la primera potencia mundial, el país más próspero del mundo, el más envidiado económicamente. Su éxito de las últimas décadas se ha asentado sobre la integración económica mundial, pero Trump sostiene que Estados Unidos ha sido “saqueado, robado, violado y expoliado”.

El presidente decretó sus aranceles universales (un mínimo del 10%) y sus mal llamados aranceles recíprocos, con castigos mayores a sus socios comerciales, que se sumaban a anteriores impuestos a la importación sectoriales. Diferentes estimaciones sitúan el nuevo tipo medio efectivo de las importaciones estadounidenses entre el 20% y el 25%, superando la cota de la ominosa Ley Arancelaria Smoot-Hawley de 1930, que desencadenó una guerra comercial global y profundizó la Gran Depresión, retrasando el reloj de la historia hasta 1909 o, conceptualmente, hasta el mercantilismo de los siglos XV a XVIII. La economía mundial está mucho más integrada que hace un siglo; las cadenas de suministros son globales y el peso del comercio exterior en las economías es mucho mayor, de modo que los riesgos son enormes.

Kelly Ann Shaw trabaja en el bufete Hogan Lovells y el jueves decía en Washington que había facturado más horas que en toda su vida: “No soy muy aficionada a los deportes, pero es como la Super Bowl de todos los abogados especializados en comercio”. “Esta es la mayor acción comercial de nuestra vida, y es realmente muy difícil exagerar las consecuencias. Lo otro que diré, y se lo he dicho a todos mis clientes, es que veo esto como una oferta inicial de la administración Trump. Creo que estos aranceles cambiarán con el tiempo”, argumentó en la Brookings Institution.

Trump parecía dar la razón a Shaw esa noche a bordo del Air Force One cuando se mostraba dispuesto a negociar: “Todos los países nos llaman. Esa es la belleza de lo que hacemos”, indicó, antes de admitir que había margen para un acuerdo: “Bueno, depende. Si alguien nos dice que nos va a dar algo fenomenal, siempre y cuando nos den algo que sea bueno. (...) “Los aranceles nos dan un gran poder de negociación”, dijo.

A la mañana siguiente, sin embargo, Trump vino a decir lo contrario: “Para los muchos inversores que vienen a Estados Unidos e invierten cantidades masivas de dinero, mis políticas nunca cambiarán, ¡Es un gran momento para hacerse rico, más rico que nunca!”, escribió en Truth, su red social, mientras la Bolsa sufría su mayor desplome desde la pandemia. Al rato, sin embargo, volvía a dar a entender que estaba abierto a negociar: “Acabo de tener una llamada muy productiva con To Lam, secretario general del Partido Comunista de Vietnam, quien me ha dicho que Vietnam quiere reducir sus aranceles a CERO si consiguen llegar a un acuerdo con Estados Unidos. Le he dado las gracias en nombre de nuestro país y le he dicho que espero una reunión en un futuro próximo”, tuiteó.

No es fácil aclararse. “A veces, la mejor estrategia en una negociación es convencer a la otra parte de que estás loco”, tuiteaba el financiero e inversor Bill Ackman, declarado trumpista, tratando de ver lógica en los movimientos erráticos de Trump. “La mejor manera de maximizar el precio que recibe por un activo único y muy deseable es decir que no está a la venta. El corolario en una negociación es decir que no se está dispuesto a negociar”, argumentó. “Mi consejo para los líderes extranjeros es que, si aún no se han puesto en contacto con el presidente Trump, deben hacerlo de inmediato. Trump es, en esencia, un negociador que ve el mundo como una serie de transacciones”, argumentaba. “Espero que Trump recompense a los que lleguen pronto a un acuerdo con tratos más justos que los que esperen a sentarse a la mesa de negociaciones. Los países que respondan con aranceles adicionales sobre nuestros productos serán severamente castigados. La zanahoria y el palo a lo grande, al estilo Big Boy”, añadió.

Esa misma tesis sostenía Eric Trump, hijo del presidente. “No me gustaría ser el último país que intenta negociar un acuerdo comercial con Trump. El primero en negociar ganará, el último perderá sin lugar a dudas. He visto esta película toda mi vida...”, tuiteó.

Cambios de opinión

Desde los primeros aranceles de quita y pon a México y Canadá, Trump ha mostrado que puede cambiar de opinión si le rinden pleitesía. Tras dar una prórroga a sus dos vecinos, el presidente dijo que se disponía a hablar con Xi Jinping, aparentemente para retirarle también los aranceles, pero esa conversación nunca se produjo. Esta semana, el secretario de Comercio, Howard Lutnick, insistía en que si China quería que le retirasen el arancel adicional del 20%, bastaba con que llamase a Trump para comprometerse a parar la producción y exportación de precursores químicos del fentanilo. Y el presidente se mostraba dispuesto a rebajar el 34% de aranceles recíprocos a cambio de un acuerdo para vender TikTok en Estados Unidos que parecía muy avanzado.

China, sin embargo, mantuvo el pulso, bloqueó el acuerdo con TikTok y respodió con sus propios aranceles del 34%, alimentando la ira de Trump. “China ha jugado mal. Entró en pánico. ¡Lo único que no pueden permitirse!”, escribió en mayúsculas. Pero Trump no le ha declarado la guerra comercial solo a China, sino a todo el mundo, incluidos sus aliados. “Uno piensa que la Unión Europea es muy amigable. Nos estafan. Es muy triste decirlo. Es muy patético”, dijo al anunciar que pondría un impuesto del 20% a sus importaciones. El republicano anunció que subiría los aranceles para los países que tomasen represalias, así que ahora tiene el dilema de qué hacer con China.

Contenedores en las terminales del puerto de Kwai Chung, en Hong Kong.

La respuesta de Pekín aceleró el desplome de las Bolsas y la preocupación por una guerra comercial a gran escala que provoque una recesión no solo en Estados Unidos, sino generalizada. Kristalina Georgieva, directora gerente del Fondo Monetario Internacional (FMI), publicó la tarde del viernes un inusual comunicado de advertencia. “Todavía estamos evaluando las implicaciones macroeconómicas de las medidas arancelarias anunciadas, pero es evidente que representan un riesgo significativo para las perspectivas mundiales en un momento de crecimiento lento. Es importante evitar medidas que puedan perjudicar aún más a la economía mundial. Hacemos un llamamiento a Estados Unidos y a sus socios comerciales para que trabajen de forma constructiva para resolver las tensiones comerciales y reducir la incertidumbre”, señaló.

“Si el arancel del 25% se aplica en su totalidad rápidamente y se mantiene en gran medida, y los socios comerciales de Estados Unidos toman represalias de manera similar, las economías de Estados Unidos y del mundo no sufrirán una depresión, pero sí recesiones graves”, opina Mark Zandi, economista jefe de Moody’s. Olu Sonola, director de análisis de Estados Unidos de Fitch, coincide: “Esto cambia las reglas del juego. No solo para la economía de Estados Unidos, sino para la economía mundial. Es probable que muchos países acaben en recesión. Se pueden tirar por la ventana la mayoría de las previsiones si estos tipos arancelarios se mantiene durante un periodo prolongado”. JPMorgan, el mayor banco de Estados Unidos, tiene ya la recesión en Estados Unidos como escenario central y concede también una probabilidad del 60% a una recesión global.

Jerome Powell, presidente de la Reserva Federal, también advirtió de que los aranceles tendrán efectos “significativamente mayores” que los esperados, que se traducirán en menor crecimiento y mayor inflación. Es un diagnóstico compartido. “Una de las mayores preguntas es cuál es la tolerancia al dolor de Trump, es decir, cuánto tiempo se mantendrá con los aranceles y cuál podría ser el catalizador para un giro”, opina Libby Cantrill, directora de Políticas Públicas de Estados Unidos en PIMCO. “Está claro que la suposición de que Trump sería muy sensible a cualquier caída de la Bolsa no se ha mantenido. Al mismo tiempo, ciertamente no es del todo impermeable a una caída del mercado, ni tampoco al sentimiento público, un rechazo importante en el Congreso o las preocupaciones sobre una recesión. Por lo tanto, es probable que haya un límite en cuanto al dolor que él y su Administración están dispuestos a soportar para reequilibrar la economía, pero aún está por ver cuándo o cómo será eso. Por ahora, debemos asumir que su tolerancia al dolor es bastante alta y que los aranceles se mantendrán durante un tiempo. Trump 2.0 ha sido maximalista en casi todos los sentidos, y la política comercial no es una excepción”, argumenta.

Críticas republicanas

Las críticas se han hecho sentir incluso en el seno del Partido Republicano. El senador Ted Cruz, que suele ser un firme partidario del presidente Donald Trump, dio la voz de alarma en su podcast este viernes sobre los “enormes riesgos” que implican para la economía de Estados Unidos, que hacen a los republicanos vulnerables a un “baño de sangre” en las elecciones legislativas del próximo año.

Por su parte, Elon Musk, aliado cercano al presidente, vino a hacer una enmienda a la totalidad de los aranceles a la Unión Europea. “Espero que se esté de acuerdo en que tanto Europa como Estados Unidos deberían pasar, en mi opinión, a una situación de arancel cero, creando así una zona de libre comercio entre Europa y Norteamérica”, dijo el hombre más rico del mundo este sábado en una videoconferencia en un congreso en Florencia de la Liga, partido de la coalición de gobierno italiana.

La guerra comercial, además, unida a la agresiva posición de Trump con respecto a Ucrania, Groeenlandia y Canadá, supone un realineamiento geopolítico. El éxito estadounidense desde la II Guerra Mundial se ha cimentado en parte en su prestigio de socio fiable y en una alianza trastlántica que vertebraba el mundo occidental y el sistema multilateral. “Parece que no hay orden en el desorden”, se lamentaba este jueves la presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, mientras el presidente de Francia, Emmanuel Macron, pedía a las empresas francesas no invertir en Estados Unidos. El ministro de Asuntos Exteriores de Noruega, Espen Barth Eide, se enfrentó esta semana al secretario de Estado de Estados Unidos, Marco Rubio, en una reunión de la OTAN que Washington estaba incumpliendo el Artículo 2 del Tratado, que dice que los aliados deben evitar los conflictos económicos. Mientras, Dimitri Medvedev, expresidente de Rusia, celebraba los aranceles: “Seguiremos el consejo de Lao Tse y nos sentaremos junto al río, esperando a que el cuerpo del enemigo flote. El cadáver en descomposición de la economía de la Unión Europea”. La vicepresidenta de la Comisión Europea, Teresa Ribera, abogaba este viernes en Washington por mantener la “cabeza fría” en una respuesta que, sugería, podría poner en la diana los lucrativos servicios estadounidenses, en los que tiene superávit comercial.

Con aranceles desorbitados a países como Vietnam o Camboya, Trump golpea también a los países en que se ha apoyado para reducir su dependencia de China. Y Pekín ve el conflicto como una oportunidad de presentarse como el defensor del libre comercio y reforzar lazos con otros países. Trump, eso sí, ha dejado al margen de los aranceles recíprocos a Canadá y México, acaso consciente de que los necesita. En general, la hasta ahora indiscutible primacía económica de Estados Unidos, imán de inversiones e innovaciones que han impulsado su productividad, y del dólar como divisa de referencia, pueden quedar debilitados.

Japón, otro tradicional aliado asiático, ha recibido aranceles del 24%. Hay quienes señalan que la animadversión de Trump frente al país en la década de 1980 se vio acentuada cuando un coleccionista japonés se impuso al magnate en una subasta en Nueva York por el piano que tocaba Sam en el bar de Rick en Casablanca.

De la arbitrariedad a la corrupción

Mary E. Lovely, del Instituto Peterson, objeta el planteamiento en sí de las negociaciones. “Creo que el hecho de que los gobiernos vayan a venir a conversar es bastante problemático. Somos un país que se rige por la ley, no por los tratos”, argumenta, señalando que los acuerdos pueden depender no tanto de lo que sea mejor para Estados Unidos como de lo que sea mejor para la Administración Trump y apuntando, como ejemplo, a contratos con Starlink, de Elon Musk. “La política comercial arbitraria abre vías para la corrupción”, indicaba esta semana en un acto de la Brookings Institution en Washington.

Y hay quienes cuestionan incluso su legalidad, como Jeremy Horpedahl, del Instituto Cato: “Estados Unidos parece estar violando casi todos los acuerdos comerciales que ha firmado, incluidos los negociados por Trump durante su primer mandato. A nivel nacional, es probable que las acciones de Trump vayan mucho más allá del poder del presidente para imponer aranceles, que proviene de una estrecha delegación de la autoridad constitucional exclusiva del Congreso para establecer tipos impositivos”. Ya hay una demanda presentada ante los tribunales por Simplified, una empresa de Florida.

Los aranceles de Trump son la mayor subida de impuestos decretada nunca por un presidente de Estados Unidos. Su equipo apunta que espera recaudar entre 300.000 y 600.000 millones de dólares anuales. Esa promesa de altos ingresos despejaría el camino para las rebajas fiscales que Trump quiere que el Congreso prorrogue y amplíe. El objetivo recaudatorio entra en conflicto, sin embargo, con el que se esgrime como propósito principal del muro arancelario levantado por Estados Unidos: la reindustrialización del país.

Trabajadores de ensamblaje de Stellantis salen de la planta de estampado de Chrysler en Warren (Michigan).

La tesis trumpista es que el proteccionismo, el abandono de décadas de una supuestamente errónea adopción del libre comercio, desatará una oleada de inversiones industriales que generen empleo. Se trataría de hacer sacrificios a corto plazo a cambio de una recompensa a largo plazo. Gregory Daco, economista jefe de EY, niega la mayor: “A largo plazo, estimamos que la economía de Estados Unidos estaría entre las economías más afectadas por los aranceles recíprocos, con un impacto que se espera que sea una pérdida del 0,7 % del PIB real, con un valor de alrededor de 200 000 millones de dólares anuales”, sostiene. “Dado que las empresas tendrán menos capacidad para acceder a los insumos mejores o más baratos, la innovación se verá limitada. Los recursos nacionales se desvían hacia sectores nacionales menos productivos y las cadenas de suministro mundiales se vuelven menos eficientes, lo que ralentizará el crecimiento de la productividad”.

El anterior presidente, Joe Biden, también adoptó una política económica nacionalista, pero en su caso con incentivos a las inversiones en sectores de alto valor añadido, como los microprocesadores o las energías renovables, inversiones en infraestructuras y algunas restricciones a aranceles selectivos y restricciones. El enfoque de Trump, resentido por los empleos industriales perdidos frente a China o México, es opuesto, basado en una concepción de la economía mundial como un juego de suma cero. De la zanahoria, al palo.

No está claro que tenga éxito (ni sentido) cierto grado de relocalización. “Soy lo suficientemente mayor como para recordar la fabricación en Rhode Island, donde nací”, decía esta semana Mary E. Lovely, que es profesora emérita de la Universidad de Syracuse. “Hacíamos mucho caucho espumado. Hacíamos gomas elásticas. Hacíamos bisutería. Y luego, después de haber pasado la mayor parte de mi vida en Syracuse, hacíamos cestas de lavandería Rubber Maid. Eran cosas que pagaban salarios muy bajos y que otros países se llevaban fácilmente porque podían hacerlas trabajadores realmente poco cualificados. Entonces, ¿qué es una estrategia sostenible? Cuando la gente dice que quiere que la fabricación se haga en Estados Unidos, piensa en alta tecnología, buenos empleos, empleos sostenibles, atención sanitaria. Estas son cosas que los trabajadores estadounidenses quieren, merecen y necesitan. ¿Cuál es la estrategia aquí? ¿Vamos a por cosas que fabrica Vietnam?”, argumentaba.

James Knightley, economista jefe internacional de ING en Nueva York, estima que las relocalizaciones se centrarán en sectores de alto valor añadido, que representan entre el 10% y el 15% de las importaciones de Estados Unidos, una economía en la que, por otro lado, los servicios tienen un peso de más del 75%. Estados Unidos es más rico que nunca, pero su economía se ha transformado en el último medio siglo. El empleo manufacturero se ha reducido y algunas zonas industriales han sufrido con dureza la globalización mientras se exacerbaban las desigualdades.

“Como todas las aranceles, una gran parte de estos nuevos gravámenes serán pagados por los consumidores y las empresas estadounidenses en forma de precios más altos”, argumenta Horpedahl. “El objetivo declarado de Trump es ayudar a los trabajadores estadounidenses, pero hará lo contrario. Y no conducirá a un renacimiento de la industria manufacturera estadounidense, ya que Estados Unidos sigue produciendo, según la mayoría de las medidas, cantidades casi récord de productos manufacturados. Solo que no necesitamos tantos trabajadores para producir esa cantidad, gracias a las enormes ganancias en eficiencia (una gran parte de la razón por la que somos tan ricos hoy en día)”, añade.

El mundo se derrumba y la Casa Blanca difundió este sábado una declaración: “El presidente ganó hoy su enfrentamiento de segunda ronda del Campeonato de Clubes Senior [de golf] en Jupiter, Florida, y avanza a la Ronda de Campeonato de mañana. La CNN, mientras, rescataba las innumerable veces que Trump criticó a Barack Obama por jugar al golf, incluida una en que decía: “Yo voy a trabajar por vosotros, no voy a tener tiempo de jugar al golf”.








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Sobre la firma

Miguel Jiménez
Corresponsal jefe de EL PAÍS en Estados Unidos. Ha desarrollado su carrera en EL PAÍS, donde ha sido redactor jefe de Economía y Negocios, subdirector y director adjunto y en el diario económico Cinco Días, del que fue director.
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