Inflación en la cesta de la compra: lenguado a 46 euros en el barrio rico; sin pescadería en el humilde
La inflación en Barcelona: en Tres Torres compran menos y se han marchado antes a las segundas residencias; en Ciutat Meridiana solo sobreviven tres paradas y el bar
Con la inflación interanual superando los dos dígitos en España y acercándose peligrosamente al 10% en Cataluña (un 9,7% en junio, según los datos publicados el miércoles), vale la pena acercarse a dos mercados municipales de Barcelona. A ver cómo viven la subida de precios en un barrio que suele estar en lo alto de la lista de los más ricos de la ciudad (Tres Torres, en Sarrià Sant Gervasi) y otro con rentas que llevan años descolgadas por la franja baja (Ciutat Meridiana, Nou Barris). Técnicamente los dos barrios están en la zona alta: por encima de la Diagonal el primero, con edificios a cuatro vientos y puerta para el servicio; en lo alto de Nou Barris el segundo, en el extremo norte de la periferia. En Tres Torres sales del mercado y por la calle bajan varios taxis; el bus para llegar a Ciutat Meridiana, tristemente conocido por los desahucios, tarda 18 minutos en pasar por el centro.
La primera sorpresa es el poco ambiente que hay en los dos: en Tres Torres, cuentan los tenderos, los vecinos se han marchado antes que nunca a las segundas residencias (o terceras, porque muchos tienen en la costa, playa; y en la montaña, esquí), apuntan. Aunque a mayor renta, menor sacudida, la inflación también les afecta y si pueden teletrabajar, se ahorran campamentos y casals de los niños. Tener a la prole entretenida en julio, pagando, cuesta una fortuna en cualquier barrio de la ciudad. En el mercado de Ciutat Meridiana, solo sobreviven tres paradas (dos de carne y embutidos y una de fruta y verdura) y el bar. La otra docena están cerradas: la gente se jubila y no hay relevo en un barrio donde la competencia de supermercados como el Consum en lo alto, el Mercadona de Montcada o un Bon Área en la parte baja han hecho estragos.
¿Y los precios? 46 euros el kilo de lenguado en Tres Torres. Hasta 160 euros la gamba. Salmón o merluza, a 26. “Precios de Navidad, o más”, resoplan Sònia y Xavi en la pescadería. “Sufrimos. Todo es un 40% más caro por el precio del gasoil de los barcos. La gente ha dejado de comprar pescado o compran menos, y nunca se habían ido tan pronto de vacaciones”, explican. “También están asustados, algunos tienen empresas y encadenan crisis, venimos de la pandemia”, recuerdan. “La inflación afecta a todo el mundo, a cada uno en sus gastos y aquí tienen muchos. Por ejemplo, aquí utilizan mucho el coche”, dice Laura, en la carnicería. Asegura, con todo, que “el filete se sigue vendiendo”. Pero menos. También muchos de sus clientes se han marchado ya de la ciudad, coincide. Otro comerciante apunta, sin querer ser identificado: “Los que tienen dinero se quitan de lo básico para no perder estatus. Algunas internas nos cuentan que les han bajado el sueldo, te lo juro”, dice. En Tres Torres es habitual que sea el servicio quien recoge los pedidos.
En la frutería, Miriam despacha y cuenta que ha notado mucho la inflación: “Compran distinto; antes cargaban para una semana y ahora del día”. “Ahora lo valoro todo más, no tiro nada. El melón es un lujo. Donde me dejaba 40 euros ahora me dejo 60″, apunta Patricia, una clienta, que confirma que sus amigas se han marchado al apartamento con los niños. Conxa, jubilada, afirma que su monedero nota las subidas, pero reconoce que tiene el privilegio de “poder seguir comprando de todo”. “Menos pescado. Comía mucho y ahora no, me da rabia”, reconoce. “Este barrio es muy caro, pero acomodado. No quiero ni pensar cómo afrontan estas subidas en otras zonas, se lo deben mirar todo con lupa”, dice.
A seis kilómetros en línea recta, en el mercado de Ciutat Meridiana, responde Mari, de la carnicería: “Este es un barrio donde mucha gente tiene pagas. Ahora no se dan caprichos, pero te equivocarías si pensaras que no comen bien. La gente que no tiene dinero se lo gasta en comer bien y no en chuminadas”. “Yo vendo más lomo ibérico que blanco”, sentencia. “Aquí hay mucha gente que limpia en casa de señoras que comen peor que nosotros. Digo señoras y no sé por qué, porque señoras, somos todas. ¿Verdad Juli?”, pregunta a una clienta. Y Juli responde que sí con la cabeza: “Prefiero poco y bueno, que mucho y malo”.
En Ciutat Meridiana ya no hay pescadería. Se jubilaron y no ha habido relevo. Había pescadería en un Condis próximo. “Pero desde que se lo han quedado unos paquistaníes, ya no venden ni embutido al corte ni pescado”. Ondina es la dueña de la otra charcutería. Resume así de qué va la cosa: “Aquí la clientela es fija. Siguen comprando, aunque igual menos. Yo jamón tengo de todos los precios, y el que más vendo es ibérico y bellota. Aquí no se llevarán jamón barato. El día que no llegan, irán al supermercado a comprarlo, tienen su orgullo”. Y otro apunte: “El queso. Eso sí es un buen termómetro. Es un capricho y a la que la cosa se tuerce, se deja de vender”, ilustra Ondina, que se queja de que ella también sufre la inflación. Ha pasado de pagar 150 euros de electricidad a 540 euros. “Y comprenderás que no puedo apagar las neveras”, lamenta.
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