La madre como musa y como superheroína
El libro ‘Mom’, del fotógrafo estadounidense Charlie Engman, analiza las a menudo complejas relaciones entre los hijos y sus progenitoras
La madre disfrazada de superhéroe, de hombre, de payaso. Fotografiada mientras duerme en las posturas menos agraciadas. Con los pechos caídos, exhibiendo una vejez que la devora. La madre en postura fetal. El fotógrafo estadounidense Charlie Engman (1987) creció en Chicago y se graduó en la Universidad de Oxford. En 2009, mucho antes de colaborar para grandes firmas como Vivienne Westwood, Hermès, Kenzo, Nike o Stella McCartney, empezó a fotografiar a su madre porque necesitaba practicar. También porque la madre siempre es una figura de escrutinio, camaleónica, que nunca se llega a comprender. Más de una década después, la sigue retratando.
Las más de 500 fotos que conforman el catálogo de su primer monográfico, Mom (Edition Patrick Frey, 2022), que ahora se reedita por segunda vez, muestran la fantasía mezclada con la realidad en una suerte de caleidoscopio que nos conduce a nuestra propia historia personal. ¿Quién es la madre realmente? El libro muestra cómo los hijos adulteran la realidad, distorsionándola a veces para mejor, en muchos casos para peor. En cada retrato, la madre es una mujer distinta. Cambia la ropa, el pelo, la mirada y el paisaje. En cada personaje hay algo de ella y algo de disfraz. “He aprendido muchas lecciones sobre cómo las relaciones interpersonales pueden depender del contexto o del escenario en el que te encuentres”, explicaba Charlie Engman en una entrevista a The Fashion Studies Journal. La madre de Engman, que antes de asistir a una sesión de fotos trata de prepararse yendo a una clase de gaga (la clase de danza libre creada por el coreógrafo israelí Ohad Naharin), describe los días de sesiones de fotos como los más felices de su vida.
El catálogo también incluye extractos literarios, como el ensayo de la escritora Rachel Cusk sobre su propia maternidad: “Mi identidad como madre se elevó más allá del límite de sí misma e inundó el mundo que me rodeaba. Estaba en todas partes y en ninguna, menos en el cuerpo que otros consideraban mío. Y, sin embargo, hubo una ganancia tangible de poder incluso cuando mi imagen se rompió y se alejó de mí. Era un tiempo para ser, no para parecer”. La prolífica artista Miranda July entrevista a la protagonista del libro, Kathleen McCain Engman, madre de Engman, quien puntualiza sin pudor: “Mi familia entiende que no estoy siempre entera o que no estoy en mi mejor momento”.
Engman publica una colección salvaje por lo íntima. En algunos fotogramas, su madre, de 71 años, aparece desnuda, sin abrigo ni amparo: no teme exponerse y mira desafiante a la cámara. Esa forma de mirar a su hijo y a los desconocidos sin miedo sobrecoge. Pareciera que no le importara jugar porque sabe quién es. ¿Lo sabe su hijo?
Este es el año de, entre otras autoras, el debut literario de dos de ellas, Violeta Gil con Llego con tres heridas (editorial Caballo de Troya) y Sara Torres con Lo que hay (Reservoir Books). Se reedita también El comensal, de Gabriela Ybarra (Literatura Random House), aprovechando el estreno de su adaptación en cines de la mano de la directora y guionista Ángeles González-Sinde. Los tres libros abordan el gran tema existencial que nos compete: la relación con la madre y la aceptación de la pérdida de un progenitor. Con la entrega del Premio Nobel a Annie Ernaux se reconoce el valor de la literatura que va ligada a la memoria, a la experiencia. La escritura de la revelación y la intimidad como contraposición a la ficción. Porque ¿para qué huir? Y ¿adónde?
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