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Siguiendo la Vía Francígena entre los paisajes y la gastronomía de su tramo por Italia

En el año 990, Sigerico dejó escritas sus 80 etapas, casi 2.000 kilómetros, hasta llegar a Roma. Convertida hoy en una histórica ruta de peregrinación, su itinerario italiano permite conocer algunos de los pueblos más bonitos del país y disfrutar de lo mejor de su cocina

Vista de San Gimignano Toscana
Vista de San Gimignano, pueblo medieval de la región italiana de la Toscana famoso por sus torres.Freeartist (Getty Images/iStockphoto)

Es posible que este camino jamás tenga un final perfectamente definido, pero lo que siempre tuvo es un principio: inalterado e inflexible. Este se remonta al año 990 cuando Sigerico, nuevo obispo de Canterbury, inició su viaje de vuelta a casa dejando atrás la ciudad eterna, y anotando en su diario, por petición del Papa, las 80 etapas de su itinerario. Así, cuando años después encontraron aquel boceto que dejó por escrito Sigerico (famoso en toda Europa durante la Edad Media), la ruta que iba de Roma a la francesa Calais se convirtió en la matriz de la famosa Vía Francígena. Un recorrido que ha pervivido durante siglos gracias a los miles de peregrinos que, partiendo de Francia, alcanzan la capital italiana, corazón del cristianismo. Los más ávidos de viaje, en lugar de pararse ahí prosiguen hasta Brindisi para embarcarse hacia el Santo Sepulcro. Cual templarios modernos.

Con el paso del tiempo, se convirtió en un recorrido que trascendía la devoción y la espiritualidad para llegar a ser también lugar de paso para soldados, mercaderes, políticos y ejércitos enteros. Un canal de comunicación que incidió positivamente en el crecimiento económico y civil de una Europa que quería abandonar su viejo régimen feudal y mirar al futuro con nuevos y osados comerciantes. Por eso hoy, la Francígena con etapa en los Estados Pontificios es un itinerario de casi 2.000 kilómetros, con 80 etapas recorridas en 79 días, como sucediera otrora con Sigerico. Bien es cierto que no se trata de un trazado bien definido sino más bien agreste, con bosques impenetrables, la aparición de animales de todo tipo y las trazas de los últimos bandidos que circundaron por allí antes de la Unificación de Italia en 1860.

De Lucca a Roma

De la británica localidad de Canterbury a Roma, la Francígena toca cinco Estados, 16 regiones y más de 600 pueblos. Atraviesa el condado de Kent, en el Reino Unido, pero también las zonas de Borgoña —entre otras— en Francia y algunos cantones suizos. Por supuesto, en Italia pasa por el Valle de Aosta, Piamonte, Lombardía, Emilia-Romaña, Liguria, Toscana… Y el Lazio.

Tramo de la Vía Francígena cerca de la localidad de Orio, en la región itaiana de Lombardía.
Tramo de la Vía Francígena cerca de la localidad de Orio, en la región itaiana de Lombardía. De Simone Lorenzo / AGF (AGF/Universal Images Group via G)

Es, quizás, el italiano el trazado más sugestivo: comprende mil kilómetros del paso de San Bernardo a Roma, y está dividido en casi 50 etapas. De todo esto, 415 kilómetros son los que distan Lucca de la capital, y se necesitan 18 etapas para hacerlo. Es, probablemente, la punta del diamante de la ruta porque en ella se concentran algunos de los escenarios más impactantes del mundo: parques naturales, oasis, termas, pueblos como San Miniato, San Gimignano con sus torres… Además, Monteriggioni, Siena con la Piazza del Campo o Amiata, donde tuvo lugar la ascensión mística del profeta David Lazzaretti, más conocido como el Cristo dell’Amiata. No hay que olvidar la localidad de Viterbo y su influjo papal que aún pervive, y que lo hará eternamente. Allí la unidad de medida sigue siendo el siglo.

Crepúsculo en el pueblo de Miniato, en la Toscana.
Crepúsculo en el pueblo de Miniato, en la Toscana. Gary Yeowell (Getty Images)

Y no hay fin. Restos etruscos, historias de güelfos y gibelinos, del Palio y de Pinocho, de Dante y las termas dell’Acqua Bullicante (citadas en su Infierno), San Quirico d’Orcia, lagos como el de Bolsena, vinos y carne, la reserva natural de Monte Rufeno, las necrópolis de Tarquinia y las plazas barrocas. Como información añadida y práctica, siempre tan necesaria para el excursionista: más del 50% de los caminos son sin asfaltar, mientras que el 42% están pavimentados. El máximo desnivel en subida es de un kilómetro (San Quirico d’Orcia-Radiocofani), mientras que la meta más pequeña es Ponte d’Arbia, que cuenta con una población de menos de 500 habitantes.

Recetas de peregrino

A pie, a caballo o en bicicleta (a lo largo de la Francígena se corre parte de la famosa Eroica, la carrera de ciclismo de época), el recorrido es tan histórico como el Camino de Santiago. Un vergel de elementos y culturas, cruce de historias, paisajes, personajes y gastronomía. De fauna y flora. Cipreses, liebres, cerdos negros con la tradicional cinta clara (oriundos de la Toscana), ajo rojo, vino Est! Est!! Est!!! de Montefiascone, anguilas del lago de Bolsena, farro de la Garfagnana, salchichón de cinta senese, queso pecorino delle Balze Volterrane y el clásico pan de Altopascio elaborado con la antigua receta de los caballeros del Tau. La postal, mágica, es en blanco y negro.

Y así, bien nutrido se llega a Roma, previo paso por algunas maravillas papales como el palazzo de Caprarola, cerca de Capranica. Una arquitectura renacentista única en el mundo. De hecho, fue Paolo III quien quiso esta residencia fortaleza convertida en metáfora del ascenso al cielo de los Farnese. Roma, originalmente, fue el principio de Sigerico, pero ahora es el fin del peregrino. “Es una ciudad en la que todo es grandioso: la luminosidad, la quietud, la magnificencia y la decadencia”, escribía Goethe allá por 1786.

Interior del Palazzo Farnese, construido entre 1550 y 1559 por el arquitecto Jacopo Vignola en Caprarola (Viterbo).
Interior del Palazzo Farnese, construido entre 1550 y 1559 por el arquitecto Jacopo Vignola en Caprarola (Viterbo).Claudia Beretta (Mondadori Portfolio via Getty Im)

No le faltaba razón. La Roma noble, neoclásica, papal, barroca e imperial como final de la Vía Francígena, que cuenta además con una web útil capaz de aportar viajes alternativos, entre otros uno que celebra el 20º aniversario de la fundación Asociación Europea Vie Francigene: Road to Rome, innaugurado en 2021. Además, con la posibilidad de seguir hasta Jerusalén previo paso por Santa Maria di Leuca, una extensión reconocida oficialmente en 2019. Por supuesto, leyendo la biblia de la buena mesa: Ricettario pellegrino, de Andrea Vismara, ideal para el caminante que apuesta por platos biológicos desde Canterbury hasta Roma y más allá. Desde la tarta rellena de rabo de cordero estofado con patatas y guisantes de Kent pasando por la torta rústica con pasta brisé de Maroilles (Alta Francia) y la sopa de pescado de lago en Bolsena, con lucios, pérsicos y anguilas.

Todo para obtener el Testimonium ―el documento que certifica haber completado la peregrinación― en Roma, una vez realizado como mínimo más de cien kilómetros a pie o el doble en bicicleta. Tras haber saboreado, sí, al menos una pequeña parte del camino que improvisó e inmortalizó para siempre Sigerico dejando sus migas de pan para que nunca cayera en saco roto. Porque en Italia nunca cae en saco roto, sobre todo si huele a naftalina.

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