Qué ver y hacer en Turín: 15 planes imprescindibles
La capital de la región italiana del Piamonte es un destino perfecto para una escapada. Una ciudad elegante, llena de historia, arte y gastronomía, cerca de los lagos alpinos y rodeada de viñedos
Información en la nueva guía Turín de cerca y en www.lonelyplanet.es
Turín es también famosa por su chocolate, por su Museo Egipcio, por sus armoniosas calles y soportales y por sus palacios reales. Con una propina añadida: una gastronomía excelente que cada año incorpora nuevas propuestas, desde los mercados populares con productos de proximidad hasta los más refinados chefs con estrella Michelín.
En Turín todo tiene un ambiente refinado, fruto de sus muchos años como capital del Ducado de Saboya desde el siglo XVI. El Palazzo Reale (Palacio Real) puede ser el primer contacto con la ciudad y una forma de explicarla: los jardines, la armería y la biblioteca reales, el Museo di Antichità, la Galleria Sabauda y el Palazzo Chiablese son permanentes símbolos del poder y la cultura turineses.
Más información en la guía Turín de cerca y en lonelyplanet.es.
Tras siglos de modificaciones y ampliaciones el resultado es un perfecto juego de espacios y luces que contrastan con la sobriedad de la fachada vigilada por las estatuas ecuestres de Cástor y Pólux. En el interior, la luz y la austeridad van dando paso a la pompa de la que fue residencia de la familia Saboya hasta 1865. Las paredes levantadas sobre una planta cuadrangular en torno a un patio interno esconden salas enormes y ricamente ornamentadas. Lo más llamativo es la escalera de honor, el imponente salón de la Guardia Suiza, la sala de los pajes, la sala del trono, el fastuoso comedor, la evocadora sala de baile y el asombroso gabinete chino.
Desde hace bien poco los jardines reales han sido recuperados como rincón verde en pleno centro. Y también ha vuelto a abrir, restaurada tras un incendio en 1997, la Cappella della Sacra Sindone en la catedral, obra del arquitecto Guarino Guarini, donde se custodia la famosa reliquia de la Sábana Santa.
Otra de las joyas guardadas en este palacio, concretamente en su Biblioteca, es el valioso Autorretrato de Leonardo da Vinci (1513), un boceto a sanguina adquirido por el duque de Saboya a mediados del siglo XIX, junto a una inestimable colección de dibujos, incunables, manuscritos iluminados y grabados.
Y para terminar, el Caffè Reale Torino, emplazado en la antigua frutería real, invita a reponer fuerzas entre objetos de plata y porcelana en las salas internas o el espacio exterior del patio de honor.
Cine en la Mole Antonelliana
La Mole Antonelliana es uno de los iconos de la ciudad, con su forma osada e inconfundible y sus 167,5 metros de altura. Este original edificio fue proyectado a finales del siglo XIX, como sinagoga, pero, tras las diferencias entre el arquitecto y la comunidad hebrea de Turín, la acabó comprando el Ayuntamiento. Fuera siempre hay personas con la cabeza levantada admirando el imponente pronaos con columnas de 30 metros de altura y tratando de descifrar el significado de la instalación lumínica Il volo dei numeri, de Mario Merz, inspirada por la famosa sucesión de Fibonacci.
Dentro acoge el Museo Nazionale del Cinema, con un atrevido diseño del escenógrafo Françóis Confino y dividido en diferentes secciones, todas muy originales. El remate final es subir por la Rampa Elicoidale para disfrutar del efecto mágico del conjunto. Al salir, uno no tiene la sensación de haber ido a un museo, sino al cine, y no solo como espectador.
Los misterios de Egipto
El cine, el chocolate o las plazas columnadas son sin duda algunos de los símbolos de la elegante Turín, como lo es también la cultura egipcia. Y es que la ciudad presume de tener el segundo museo más importante del mundo: el Museo Egipcio, el más rico en fondos de aquella civilización después de El Cairo. En 2006, el escenógrafo Dante Ferretti, colaborador de Fellini y Pasolini, recreó la penumbra de una tumba faraónica para transformar su colección de esculturas en un espacio solemne y misterioso donde destaca una figura sedente de Ramsés II, la joya del museo, fundado en 1824 por el rey Carlo Felice de Saboya con las estatuas, papiros, cerámicas, amuletos, muebles, momias, joyas, objetos domésticos y ajuares funerarios reunidos por Bernardino Drovetti (1776-1852) durante su estancia como cónsul francés en Egipto.
Drovetti aprovechó su amistad con el virrey Mohamed Ali para sacar del país más de 5.000 piezas que vendió por una fortuna. Excavaciones posteriores, como las que realizaron Ernesto Schiaparelli y Giulio Farina entre 1903 y 1937, contribuyeron a enriquecer los fondos de la colección, que hoy cuenta con más de 26.500 piezas, de las que sólo unas 6.500 pueden ser expuestas. Una reciente renovación ha ampliado los espacios dedicados a la historia del museo y ha hecho el recorrido más accesible.
Nuevas propuestas gastronómicas
Pilares de la tradición, abanderados de la vanguardia, chefs con estrella Michelin, locales populares… El panorama culinario de Turín es excepcionalmente variado y cambia a un ritmo sorprendente, pero sobran los motivos para reservar mesa. Incluso basta con visitar los restaurantes más clásicos que se atreven a innovar.
Para relajarse en un ambiente informal o disfrutar de la cordialidad piamontesa, lo mejor es ir a una piola (equivalente a una osteria) para degustar un plato casero y una copa de vino dolcetto, o bien a una de las bocciofile (boleras) turinesas, frecuentadas por los apasionados de la petanca, pero que ofrecen actividades, buena comida y entretenimiento a una clientela cada vez más numerosa.
En los últimos años, Turín ha acogido a grandes nombres de la gastronomía nacional e internacional que han abierto restaurantes o colaborado en los menús de establecimientos excelentes en la capital del Piamonte. Son chefs muy premiados, como Antonino Cannavacciuolo, que ha inaugurado un bistró en la zona de Gran Madre y, tras la estrella Michelin recibida, planea abrir otro en una ubicación todavía por revelar; el catalán Ferran Adrià y el modenés Federico Zanasi hacen brillar Condividere, emplazado en el complejo Nuvola Lavazza; e Iginio Massari ha abierto una pastelería en pleno centro. Tampoco hay que perder de vista a dos jóvenes chefs que ya gozan de reconocimiento: Christian Mandura, cuyo restaurante Unforgettable, cercano al Santuario della Consolata, fue galardonado con una estrella Michelin en el 2021; y Stefano Sforza, jefe de cocina del restaurante Opera, situado en las inmediaciones de la estación de Porta Susa.
Entre los referentes más afianzados, Al Gatto Nero, sirve desde 1927 platos intachables y vinos excepcionales. Y Casa Vicina sirve especialidades piamontesas premiadas con una estrella Michelin. En Magorabin encontramos cocina creativa y en Porto di Savona, un restaurante típico en una casa de postas de 1863.
Descubrir el ‘bicerin’ turinés
La bebida original de Turín es el bicerin (café con chocolate y nata). Al parecer, los empleados del Caffè Al Bicerin, el histórico local que prepara la bebida típica original desde 1763, tienen prohibido por contrato revelar la receta. El auténtico bicerin se bebe solamente en este local que solía frecuentar el mismísimo Cavour y que tiene una terraza estupenda en piazza della Consolata. El bicerin, una evolución de la dieciochesca bavareisa (a base de café, chocolate, crema de leche y sirope), se sirve en vasos redondeados de cristal con las capas de chocolate, café y leche bien visibles y se disfruta mejor acompañado de un dulce típico.
Pero hay muchos otros lugares para probar otras versiones, como el Caffè Mulassano un histórico café de piazza Castello donde sirven tres variantes: con nata suave, con clara montada a punto de nieve o con merengue. O Guido Gobino, el reino del chocolate de calidad donde no podía faltar la bebida chocolateada turinesa por excelencia. Se proponen dos versiones: la tradicional, con crema de leche y chocolate negro, y la reinterpretada, con gianduia (pasta de chocolate y avellana) y nata montada.
Y para rodearnos de glamour clásico: el Caffè Torino propone el bicerin d’Cavour tradicional, elaborado con crema de leche, en la elegante piazza San Carlo, entre estuco dorado y mármol.
Porta Palazzo y el mercado del Balôn
Los rostros, colores y sabores de la Turín antigua y contemporánea nos esperan en el histórico mercado al aire libre del Balôn, uno de los mayores de Europa. Allí se puede hacer cada mañana la compra, entre un montón de colores y sabores, para luego curiosear en los puestos de segunda mano y las tiendas de antigüedades del Balôn y el Gran Balôn.
En Porta Palazzo, de lunes a sábado, los furgones llegan al amanecer y, en cuestión de minutos, llenan las cuatro secciones de la enorme piazza della Repubblica, proyectada por Filippo Juvarra, de puestos llamativos a la espera de clientes. Desde 1825, este gran mercado al aire libre es el referente imprescindible de la vida comercial y cultural de la ciudad. A simple vista parece inevitable desorientarse, pero existen unas coordenadas fijas y fáciles de aprender: en la exedra situada al sur de Corso Regina Margherita están los vendedores de flores, fruta, verdura, pescado y queso; en la ubicada al norte, la Tettoia dell’Orologio, un pabellón de estilo Liberty de 1916 que acoge, además de a queseros y carniceros, los puestos de los campesinos que traen del campo sus productos de temporada. Las mejores compras se efectúan a primera hora de la mañana, pero a última de la tarde se encuentran ofertas muy tentadoras.
Detrás de Porta Palazzo, siguiendo por Via Borgo Dora hacia el río, cada sábado es posible perderse entre los incontables puestos habituales e improvisados del Balôn, un importante mercadillo que el segundo domingo del mes se extiende hasta convertirse en el Gran Balôn y ofrece de todo: rarezas, curiosidades, objetos de valor, obras de arte, grabados de lo más infrecuentes, abalorios. Es algo único.
Se recomienda echar una ojeada también al Mercato Centrale, un centro gastronómico inaugurado en el 2019 en el antiguo Centro Palatino, en el lado norte de la plaza, que forma parte de un amplio y controvertido proyecto de remodelación en la zona. El resultado son tres plantas con restaurantes y locales de comida callejera de calidad, aulas didácticas, talleres y un espacio para eventos; mirando hacia abajo se distingue el antiguo nevero.
El elegante Palazzo Madama
Este edificio histórico ubicado en piazza Castello narra la historia de Turín. Fue la puerta de acceso oriental a la romana Augusta Taurinorum, un castillo fortificado en la Edad Media y la residencia de los príncipes de Acaya, pero debe su nombre a la Madame Royale Cristina de Francia, que habitó aquí desde 1637. También fue la sede del primer Senado Subalpino en 1848, y en los últimos tiempos se ha convertido en un centro cultural y artístico.
Aunque el edificio proyectado en un inicio por Filippo Juvara jamás llegó a realizarse, el arquitecto logró completar la espléndida fachada barroca de piedra blanca que hoy preside la plaza y mantiene en secreto la auténtica forma de la estructura. Juvara, escenógrafo teatral, también diseñó la doble rampa de la escalinata de acceso.
El palacio alberga el Museo Civico d’Arte Antica, con cuatro cuatro plantas repletas de obras de arte e historia, y también el Salón del Senado, un enorme salón en la primera planta decorado con historias de la casa de Saboya. Detrás de él está el jardín medieval, una agradable zona verde que ha revitalizado el foso con parterres de plantas y árboles frutales y que se puede visitar de marzo a octubre. Y desde la torre hay vistas fantásticas de piazza Castello y de toda la ciudad.
Bombones, helados y pasteles
La historia de Turín también se ha forjado en las cafeterías, donde intelectuales y políticos toman vermú o bicerin en los sofás de sus salas interiores o en las mesitas al aire libre. Y luego están los bombones: el gianduiotto es la estrella más brillante de una galaxia de delicias: cuneesi al ron, cremini, trufas, etcétera. Por no hablar de refinados productos de pastelería como los baci di dama, los marrons glacés o los bignoles
Una de las confiterías más famosas de Turín es la Pasticceria Ghigo, cuyos merengues con nata son célebres desde 1870, al igual que su nuvola de Navidad (pandoro recubierto con una capa de crema de mantequilla y azúcar glasé). Otra pista para golosos es la heladería Fioro, que desde siempre ha acogido a los apasionados del auténtico helado de gianduia.
El Caffè Mulassano presume de haber importado a Italia los tramezzini (una especie de sándwich) allá por 1926; se recomienda probar uno con mantequilla y anchoas acompañado de prosecco, un vino espumoso. Otro clásico es el café modernista Baratti & Milano, famoso por sus dulces y antiguo proveedor de la Casa Real. O Pepino, una de las heladerías más antiguas de Europa, que en 1938 inventó el Pinguino, el primer helado de palo. Hay que probarlo con sabor a violeta.
Andando de ‘piazza’ en ‘piazza’
El arte del paseo y del deambular entre plazas y soportales es algo muy turinés. En piazza Castello confluyen las principales arterias del centro (Via Po, Via Roma, Via Pietro Micca y Via Garibaldi). Está rodeada de pórticos para que el rey pudiera desplazarse siempre bajo techo, presidida en el centro por el Palazzo Madama y delimitada en la esquina norte por el Palazzo Reale, el Palazzo Chiablese y la iglesia de San Lorenzo. Basta levantar la mirada para contemplar el primer rascacielos de Turín: la torre Littoria (109 metros), un proyecto de Armando Melis de 1934.
Otra plaza imprescindible es San Carlo, antigua piazza Reale. Fue ideada por Cristina de Francia, la joven esposa de Víctor Amadeo I de Saboya, que sentía nostalgia de su París natal. La belleza y majestuosidad de este espacio, en cuyos lados abundan los pórticos y las firmas de alta costura, evocan las de la capital francesa.
De compras por los pasajes turineses
Turín no tiene rival en cuanto a galerías comerciales históricas; las más importantes están en pleno centro. Una de ellas es la ecléctica Galleria San Federico, construida entre 1932 y 1933, que alberga el Cinema Lux, con una llamativa escalera bajo la gran cúpula central, el bistró y concept store de Coop Fiorfood, y varias tiendas elegantes. Más antigua es la Galleria Subalpina, concebida como pasatiempo para la burguesía del siglo XIX: distribuida en dos niveles y rematada por un precioso techo de vidrio y hierro, conecta piazza Carlo Alberto con piazza Castello desde 1874 y acoge, entre otras cosas, un cine de arte y ensayo (el Cinema Romano), una heladería, una librería especializada en volúmenes antiguos, la enoteca y licorería Dispensa, con vinos y licores de todo el mundo, y los grandes escaparates del café Baratti & Milano.
Un paseo por el Quadrilatero Romano
Tras este recorrido por el arte y por la gastronomía, es hora de descubrir el animado barrio del Quadrilatero. Esta cuadrícula de callejuelas atestadas de casas, tiendecillas y restaurantes es un vestigio del campamento militar romano del siglo I antes de Cristo. sobre el que se fundó Julia Augusta Taurinorum. Su disposición regular ha influido en el desarrollo urbanístico. El viajero puede imaginar que cruza las ancestrales puertas del castrum (solo queda una en pie) y descubrir los orígenes de Turín. Para identificar el perímetro del antiguo campamento, basta trazar una línea imaginaria entre las cuatro puertas que daban acceso a través de las murallas: la Porta Praetoria, la Porta Principalis Dextera, la única superviviente; la Porta Principalis Sinistra, y la Porta Decumana. El decumanus maximus, una de las dos vías principales, corresponde hoy a Via Garibaldi y, a la altura de Via San Tommaso y Via Porta Palatina, se cruzaba con la otra arteria, el cardus maximus.
Densamente poblada a lo largo de los siglos y embellecida con edificios magníficos (sobre todo en los siglos XVII y XVIII), esta zona cayó en un proceso de decadencia y llegó a ser casi marginal, con viviendas ruinosas o abandonadas completamente. La situación se mantuvo así hasta la década de 1990, cuando la especulación inmobiliaria y la oleada de renovación general cambiaron la imagen del barrio; a principios del nuevo milenio, este se transformó en el centro de la movida y el lugar preferido para vivir o abrir un negocio (con todos los inconvenientes asociados), destino que después compartirían otros distritos turineses como San Salvario o Vanchiglia.
Parque y ‘Castello’ del Valentino
El pulmón verde de la ciudad es un tesoro que se descubre paseando desde el puente Umberto I, bordeando el río en bicicleta, visitando el castillo y el burgo medievales y tumbándose en la hierba. Con 550.000 metros cuadrados, este jardín palaciego (que pasó a ser público a finales del siglo XIX) es ideal para pasar una agradable jornada. Allí está también el castillo del Valentino, declarado patrimonio mundial, una de las residencias de la Casa Real de Saboya y actual sede de la Facultad de Arquitectura del Politécnico de Turín. Esta fortaleza del siglo XVI fue la espléndida villa fluvial del duque Manuel Filiberto de Saboya. En la zona del Jardín Botánico, que se creó a principios del siglo XVIII, hay un un bosquecillo, un alpineto (espacio que imita el entorno natural montañoso), un jardín y varios invernaderos.
Arte contemporáneo en el GAM
La Galleria Civica d’Arte Moderna e Contemporanea (GAM) es un pilar de la historia museística de Turín (se fundó hace más de 150 años) y un símbolo de innovación en la forma de promover el arte mediante cursos, encuentros y proyectos novedosos. Sus miles de obras (entre pinturas, fotografías, vídeos, esculturas, instalaciones, grabados y dibujos) ilustran los siglos XIX, XX y XXI y se organizan en cuatro secciones temáticas: Infinito, Velocità, Etica y Natura. A ello se suman las muestras temporales, siempre con larguísimas colas.
La refinada Villa della Regina
Villa della Regina es otra de las joyas de la casa de Saboya que ha recobrado recientemente su antiguo esplendor. Esta espectacular casa de recreo se construyó para el príncipe cardenal Mauricio y la princesa Ludovica y fue residencia real hasta el siglo XIX. Tras admirar el interior, del siglo XVIII, uno puede perderse por su jardín entre fuentes y rincones con vistas.
Fue proyectada a comienzos del siglo XVII como casa de veraneo en el campo, pero ha ido evolucionando e incluso fue residencia temporal de Napoleón durante la ocupación francesa. Tras el traslado de la corte en 1869, se convirtió en la sede del Istituto Nazionale delle Figlie dei Militari. A los bombardeos de la Segunda Guerra Mundial siguió un período de abandono al que no se puso remedio hasta 1994, cuando se iniciaron unas obras de restauración finalizadas en el 2016. Es un palacio lleno de encanto que tras su restauración merece la pena visitar: además del salón de fiestas de Juvara, con murales y espejos de efecto teatral, hay estancias, salitas y salas íntimas, luminosas y refinadas con bóvedas de estuco.
El jardín, diseñado siguiendo el modelo de las villas italianas, recibe al visitante con una fuente magnífica en una plaza elíptica. A ambos lados se extienden viñedos que hoy se cultivan de nuevo. Detrás de la villa, el parque excavado en la colina se distribuye en tres niveles dando lugar a uno de los jardines más bellos de Italia, ideal para dar paseos, contemplar panoramas que se extienden hasta los Alpes y explorar un sistema de grutas artificiales y fuentes que van del mirador a la vía principal.
La Reggia: el palacio real de Venaria
Entre las residencias reales más bellas de Europa está la Venaria Reale de Turín. A principios de la década de 1990, el Ayuntamiento pretendía demoler este castillo para construir viviendas, pero los turineses protestaron y lograron parar el proyecto. De este modo, una de las principales joyas históricas y artísticas de Italia ha recuperado su antiguo esplendor gracias a una importante restauración que se ha extendido a toda el área circundante. En su origen fue un pabellón de caza, después se fue convirtiendo en un magnífico palacio que sería saqueado y vandalizado en el periodo napoleónico. Se han tardado más de 50 años de restauraciones para poder abrirlo al público.
Su mayor reclamo es la llamada Galleria Grande, una descomunal y elegante sala de color ocre y blanco, muy luminosa y ornamentada con estucos, lesenas y frisos. Esta obra maestra dieciochesca crea un suntuoso efecto teatral gracias a la luz que se filtra por 44 ventanas y 22 aberturas ovaladas y a su espléndido suelo ajedrezado, y es fruto de la intervención de Juvara sobre el proyecto original de Garove.
Todo el conjunto está rodeado por unos jardines grandiosos, en los que no falta un gran canal, un estanque de peces, fuentes, templetes y parterres.
Los barrios industriales: Crocetta, San Paolo y Cenisia Sud
El paisaje y la atmósfera de estos tres barrios son radicalmente diferentes a los del elegante centro de Turín: Crocetta, el más atemporal de los tres, se caracteriza por la tranquilidad, las villas y los edificios históricos de la alta burguesía; San Paolo, animado y popular, aún da muestras de su pasado obrero con la presencia de Lancia, Ansaldo y Pininfarina; y Cenisia, antigua área industrial, está delimitada al sureste por el Politécnico de Turín.
Es en estas antiguas zonas industriales donde han surgido iniciativas como el museo Sandretto Re Rebaudengo, un auténtico refugio para el arte contemporáneo en la ciudad, no solo porque los amplios espacios blancos, acompañados de librerías y cafeterías de moda, acogen muestras de destacados artistas, sino también porque la fundación, instituida en 1995, siempre ha prestado atención a las novedades y a las personalidades emergentes a través de encuentros con artistas, conferencias, actividades didácticas y eventos especiales. Su sede, emplazada en un área industrial en desuso, se convirtió en museo en el 2002.
Otra iniciativa de arte contemporáneo en zonas industriales es la Fondazione Merz, creada en 2005 en la antigua central térmica de Lancia, una construcción de la década de 1930 ubicada en el corazón de San Paolo. Fue transformada en un museo de arte contemporáneo de 3.200 metros cuadrados por Beatrice Merz con la intención de preservar y exponer las obras de su padre Mario y poner en marcha un proyecto de conexión entre muestras dedicadas al gran protagonista del arte povera y proyectos temporales in situ de artistas italianos y extranjeros.
También es una joya de la arquitectura industrial la antigua fábrica y taller de reparación de trenes OGR-Officine Grandi Riparazioni. Con una superficie de 190.000 metros cuadrados, fue inaugurada en 1895 y desmantelada a comienzos de la década de 1990. En 2017, tras una restauración de casi tres años, OGR volvió a brillar y hoy es un gran centro cultural que defiende la creatividad, la innovación tecnológica y la sostenibilidad.
Suscríbete aquí a la newsletter de El Viajero y encuentra inspiración para tus próximos viajes en nuestras cuentas de Facebook, Twitter e Instagram.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.