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Flechazo italiano desde el coche

De la Toscana y los Dolomitas a la costa amalfitana, cinco rutas inolvidables

Una de los coches 'vintage' que participan en la Mille Miglia, histórica carrera automovilística italiana.
Una de los coches 'vintage' que participan en la Mille Miglia, histórica carrera automovilística italiana.Guido Cozzi

Road trips a la italiana, o cómo disfrutar sin prisas de este país por carreteras secundarias y enrevesados caminos que conducen hasta sorprendentes obras de arte, joyas del Patrimonio Mundial, idílicos lagos entre montañas o bodegas deliciosas. Cinco rutas clásicas para recorrer Italia en coche.

01 El ‘Grand Tour’

Fachada de la Basílica de Santa María de las Flores, en el Duomo de Florencia (Italia).
Fachada de la Basílica de Santa María de las Flores, en el Duomo de Florencia (Italia).Tim Mitchell

La ruta más clásica, la más imprescindible y también la más ambiciosa: la misma que el siglo XVIII seguían los jóvenes aristócratas europeos (sobre todo ingleses) en busca del arte, el conocimiento y la aventura. El Grand Tour era un viaje iniciático, una especie de año sabático para conocer las grandes obras de la Antigüedad clásica y el Renacimiento, que tenía en Italia su gran meta. Se suponía que les preparaba para su futura carrera política y social.

Hoy podemos seguir los pasos de aquellos estudiantes ilustrados de norte a sur de Italia (1.295 kilómetros en unos 12-14 días). El Grand Tour tiene tanto de peregrinaje para eruditos como de rito de iniciación, y sus etapas clásicas sirven ahora para trazar nuestra ruta.

Paso a paso

Turín. Al cruzar los Alpes los viajeros encontraban una elegante ciudad con una vorágine social de estilo parisino. Los actuales bulevares arbolados conservan ese aire francés y muchos cafés de principios de siglo, como el San Carlo (Piazza San Carlo, 156) sirven aún chocolate caliente.

Milán. Desde Turín, hay que hacer un desvío por la A4 para contemplar La última cena (Piazza Santa Maria delle Grazie) de Leonardo da Vinci, y para darnos una vuelta por la capital económica del norte italiano.

Génova. Quien temía cruzar los Alpes, llegaba en barco a Génova, entonces de dudosa reputación: un laberinto de caruggi (callejuelas) oscuras e insalubres llenas de prostitutas y mendigos. Además, sus famosos banqueros tenían fama de traidores y codiciosos. Pese a todo, era (y es) un lugar cosmopolita, como muestran los palacios Rolli, dedicados a alojar a papas y miembros de la realeza, como el Palazzo Spinola (Galleria Nazionale) y el Palazzo Reale (Via Balbi 10).

Padua. En el camino hacia Venecia, pocos turistas del Grand Tour evitaban visitar Padua, aunque los estudiantes ya no acudían en masa al Palazzo del Bò, la radical universidad en la que enseñaron Copérnico y Galileo. Hoy se puede visitar su claustrofóbico teatro de anatomía (el primero del mundo) y los espectaculares frescos de Giotto de la capilla Scrovegni, entonces eran de escaso interés: el arte medieval estaba pasado de moda

Venecia. Entonces, como ahora, La Serenissima atrapaba la imaginación de los viajeros. El recorrido clásico apenas ha variado: la Galleria dell'Accademia, el Palazzo Ducale, el Campanile, la Chiesa di Santa Maria della Salute de Longhena y las cúpulas orientales de la Basilica di San Marco. Venecia era también el "centro del decadente encanto de lo italiano", según un autor de la época. El Caffè Florian (Piazza San Marco 56/59) aún conserva el ambiente del siglo XVIII.

Bolonia. Famosa por la universidad más antigua de Europa (fundada en 1088) y tierra de Dante, Boccaccio y Petrarca. En su Basilica di San Petronio (Piazza Maggiore) el reloj de sol de Giovanni Cassini (1655) demostró los problemas del calendario juliano con el año bisiesto, mientras los estudiantes avanzaban en el conocimiento de obstetricia, ciencias naturales, zoología y antropología.

Florencia. Aquí los jóvenes aristócratas hacían lo mismo que nosotros: dejarse cautivar por el Duomo, las obras maestras de Miguel Ángel y Botticelli en la Galleria dell'Accademia y la Galleria degli Uffizi. Según la Unesco, Florencia alberga "la mayor concentración de obras de arte de fama internacional del mundo".

Viterbo. La carretera que unía Florencia y Roma atravesaba la temida y pestilente Campania (campo). A diferencia de ahora, las posadas eran incómodas y peligrosas, así que los viajeros paraban brevemente en Siena, para aprovisionarse de vino, y la medieval Viterbo, para bañarse en las Terme dei Papi.

Roma. En el XVIII aún se pensaba en Roma como la augusta capital del mundo, pese a que el Coliseo estaba lleno de escombros y el Palatino cubierto de jardines. Los tesoros excavados se acumulaban en el museo nacional más antiguo del mundo, los Museos Capitolinos, y los lugares de reunión de los jóvenes eran la Piazza di Spagna y los jardines de la Villa Borghese.

Nápoles. Solo los más aventureros del Grand Tour proseguían hasta la animada Nápoles. Entonces, el Vesubio resplandecía amenazador –tuvo repetidas erupciones en el XVIII y el XIX-, pero era la cuna de la opera y de la commedia dell'arte y tomar clases de canto y acudir al Teatro San Carlo era obligatorio. El descubrimiento de Pompeya en 1748 atrajo a tropeles de mirones sensibleros: era, como ahora, el atractivo turístico más popular de Italia.

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02 Entre lagos alpinos

Jardines en cascada del Palazzo Boromeo, en la Isola Bella, en Stressa (Italia).
Jardines en cascada del Palazzo Boromeo, en la Isola Bella, en Stressa (Italia).Miemo Penttinen

Muchos escritores, desde Goethe hasta Hemingway, han cantado las alabanzas de los lagos italianos, rodeados de montañas nevadas y villas imponentes, y destino de veraneantes desde tiempos de los romanos. En el lago Maggiore, los palacios de las islas Borromeas parecen dispuestos como una flota de buques reales anclada en el golfo, mientras las discretas colinas boscosas del lago de Como son el refugio preferido por jeques árabes y estrellas de Hollywood.

Esta es una ruta de 205 kilómetros (entre 5 y 7 días de duración), desde Stressa a Bérgamo parando en Canobbio, pequeño pueblo medieval a orillas del Lago Mayor, Como, Lecco y Bergamo.

Paso a paso

Stresa. El Lago Maggiore es el que mejor ha conservado el ambiente Belle Époque de sus días de esplendor, cuando la alta burguesía europea compró y construyó villas grandiosas en sus orillas. Las estrellas de la zona son las islas Borromeas y sus palacios: la Isola Bella y el fastuoso Palazzo Borromeo en forma de barco, con la villa en la proa y los jardines repartidos en 10 terrazas como popa.

Verbania. En 1931, el arquero real y capitán escocés Neil McEacharn compró la Villa Tarento a la familia Saboya y plantó unas 20.000 especies: colinas ondulantes de rododendros y camelias malvas, hectáreas de tulipanes e invernaderos llenos de nenúfares. Es uno de los grandes jardines botánicos europeos.

Cannobio. La plaza central de este pueblo medieval cercano a la frontera de Suiza, flanqueada de casas color pastel, se llena de puestos los domingos en un mercado que atrae a visitantes desde el país vecino. Además del pintoresco Hotel Pironi, un antiguo monasterio del siglo XV, se puede hacer una excursión en velero a las ruinas de los Castelli della Malpaga.

Varese. Al sur de los montes de Campo dei Fiori, en esta próspera capital provincial los nobles milaneses construyeron palacios de recreo desde el siglo XVII. Destaca el Palazzo Estense, terminado en 1771 para Francesco III d'Este, gobernador del ducado de Milán. Está cerrado al público, pero se puede pasear por sus extensos jardines.

Como. El Museo della Seta permite conocer la historia de la capital europea de la seda, en cuyas tiendas se pueden comprar finos pañuelos y corbatas más baratos que en ningún sitio. Un paseo por la Passeggiata Lino Gelpi, conduce hasta la Villa Olmo, el edificio emblemático de Como, levantado en 1728 por los Odescalchi, parientes del papa Inocencio XI, que ahora acoge importantes exposiciones de arte.

Bellagio. A orillas del lago, es un lugar encantador con un laberinto de escalinatas de piedra y jardines. La Villa Serbelloni ocupa gran parte del promontorio en el que se asienta este pueblo, cuyos jardines se pueden conocer en una visita guiada.

Tremezzo. Famoso por la Villa Carlotta, construida en el XVIII, y su jardín botánico, repleto de naranjos y con algunos de los rododendros, azaleas y camelias más impresionantes del continente.

Varenna. Recomendable deambular por la senda alfombrada de flores que va de Piazzale Martiri della Libertà a los jardines de la Villa Cipressi y la Villa Monastero, un antiguo convento convertido en la enorme mansión de la familia Mornico en el siglo XVIII.

Bérgamo. La elegante arquitectura de estilo veneciano de su Piazza Vecchia fue considerada por Le Corbusier como "la plaza más bonita de Europa". En el centro se encuentra la Piazza del Duomo, con su modesta catedral barroca, pero resulta más interesante la contigua Basilica di Santa Maria Maggiore.

03 La gran travesía de los Dolomitas

Vista de Monte Cristallo, en Parque Natural Fanes-Sennes-Braies, en los Dolomitas (Italia).
Vista de Monte Cristallo, en Parque Natural Fanes-Sennes-Braies, en los Dolomitas (Italia).Corbis

Una ruta perfecta para amantes de la montaña y de las tradiciones alpinas, para senderistas, escaladores y amantes de la buena mesa, en una de las cordilleras más bellas del mundo. 195 kilómetros y entre 7 y 10 días de duración.

Desde los Alpes di Siusi, los prados alpinos más altos y bellos de Europa, al Parque Natural Fanes-Sennes-Braies, que inspiró la Tierra Media de El señor de los anillos, y de Bolzano, capital de la provincia y su aire austrohúngaro, a Alta Badía, donde las estrellas Michelín adornan muchos chalés de montaña.

En esta región que combina las influencias austríacas e italianas con la cultura local ladina, hallaremos gente que viste lederhosen, cura jamón en sus chimeneas y usa trineos para ir de pueblo a pueblo. También reciente hoteles ecochics, spas exclusivos y restaurantes con estrellas Michelín.

Paso a paso

Bolzano. Antiguo punto de contacto entre Italia y el Imperio austrohúngaro, cuenta con interesantes museos como el Archeologico dell'Alto Adige, donde se exponen los restos de Ötzi, "el hombre de los hielos" (5.300 años de antigüedad), o el Museion, dedicado al arte contemporáneo y alojado en un enorme cubo de cristal.

Val di Fassa. El verde azulado del Lago di Carezza es conocido como de lec ergobando (el lago del arco iris), pues la leyenda habla de un hechicero que, para ganarse el favor de la ninfa que allí vivía, creó un bonito arco iris sobre sus aguas. La ninfa terminó huyendo y el hechicero, furioso, estrelló el arco iris en el lago, conservando su brillante color para siempre.

Alta Badia. El macizo de la Sella Ronda conforma uno de los principales destinos de esquí de los Dolomitas: 130 kilómetros en pistas integrados en el macro dominio Dolomiti Superski. Además, desde La Villa, en Alta Badía, una tortuosa carretera de 34 kilómetros lleva a Cortina d'Ampezzo, la más moderna y sofisticada de las estaciones de esquí del país.

Parque Natural Fanes-Sennes-Braies. Inspirador de la Tierra Media de J.R.R. Tolkien, el valle y la meseta de Fanes, con sus crestas esculpidas y potentes torres de roca, son los parajes más evocadores de los Dolomitas. Para Le Corbusier sus pináculos de roca eran "la arquitectura más bella del mundo".

Bressanone. En la capital artística y cultural de Val Pusteria conviene detenerse para visitar el palacio episcopal y la reconstruida catedral (original del siglo x), que conserva un fabuloso claustro del siglo XII.

Ortisei. Principal población de Val Gardena y la aislada región del Alpe di Siusi, ha conservado muchas tradiciones, como la lengua ladina, aquí de uso mayoritario. Un teleférico de alta velocidad sube desde Ortisei a las laderas del Alpe di Siusi, la pradera alpina más extensa de Europa. También se puede conducir hasta Siusi (15 kilómetros), recorrido tan sinuoso como bello, salpicados por pintorescas cabañas de pastores, y rodeados por grandes cimas dolomíticas.

04 El vino toscano

Vista del pueblo de Montalcino, en la Toscana (Italia).
Vista del pueblo de Montalcino, en la Toscana (Italia).Jan Greune

La Toscana es tierra de monumentos, y también de buen vino, sólido argumento para recorrerla en coche: arte, paisaje, restaurantes de prestigio y tintos de color rubí. Esta ruta de 4 días y 185 kilómetros, con inicio en Florencia y colofón en Montepulciano, recorre pausadamente las bucólicas zonas vinícolas de la región a través de solitarias carreteras secundarias, con tiempo suficiente para saborearlas, entre montes cubiertos de bosques y viñedos impecables. Todo maridado con la buena cocina de la tierra y algunas bellas ciudades renacentistas.

Paso a paso

Florencia. Inicio recomendable: un curso de un día en la escuela de cocina Food & Wine Academy. Tras quitarse el delantal, el viajero estará listo para visitar la Chiesa e Museo di Orsanmichele, evocadora iglesia del siglo XIV, y comprar vinos y alimentos gourmet en Obsequium, tienda muy bien surtida que ocupa la planta baja de una torre medieval.

Castello di Verrazzano. A 26 kilómetros hacia el sur, esta pequeña fortaleza domina una finca donde se produce Chianti Classico, Vin Santo, grappa, miel, aceite de oliva y vinagre balsámico. Aquí vivió Giovanni di Verrazzano (1485–1528), un aventurero que exploró la costa norteamericana y al que Nueva York rinde homenaje con su puente Verrazano-Narrows, entre Staten Island y Brooklyn.

Greve in Chianti. La capital del Chianti Fiorentino cuenta con el Museo del Vino, gestionado por la familia Bencistà Falorni, propietaria de la Antica Macelleria Falorni , carnicería muy pintoresca que fundaron a principios del XVIII, y de Le Cantine di Greve in Chianti, la mejor bodega de la ciudad.

Badia a Passignano. Finca histórica en torno a una antigua abadía del siglo XI, rodeada de cipreses, olivares y viñedos. Ahora es propiedad de la familia Antinori, una de las de mayor tradición de la Toscana, y ofrece visitas guiadas por la bodega y los viñedos, así como clases de cocina y degustaciones de vinos y aceites.

Panzano in Chianti. Ciudad medieval casi obligada en un recorrido gastronómico. Desde la Antica Macelleria Cecchini, la famosa carnicería de Dario Cecchini, el locuaz gurú y poeta de la carne toscana, hasta una trilogía restauradora: la Officina della Bistecca y su menú sencillo dominado por la bistecca; Solociccia, donde los clientes comparten una mesa para degustar platos de carne y Dario Doc, restaurante más informal para comer a mediodía.

Castello di Ama. Un poco de arte contemporáneo entre cata y cata. Esta finca produce un Chianti Classico excelente y cuenta con un parque de esculturas hechas ex profeso por célebres artistas como Louise Bourgeois, Chen Zhen, Anish Kapoor, Kendell Geers o Daniel Buren.

Montalcino. Ciudad medieval que domina el Val d'Orcia, aquí se produce uno de los grandes vinos italianos: el Brunello di Montalcino. Hay múltiples enoteche para probarlos, como el que se aloja en una fortaleza del siglo XIV, símbolo de Montalcino.

Montepulciano. Este pueblo renacentista, encaramado en una cresta volcánica, es la cuna del prestigioso tinto Vino Nobile. Lo mejor es degustarlo en Le Cantine Contucci, situada en los bajos del palazzo del mismo nombre, o en la Cantina de' Ricci, alojada en unas cuevas bajo el Palazzo Ricci, próximo a la Piazza Grande.

05 Glamour y vértigo en la Costa Amalfitana

Casas de colores en Positano, la ciudad más fotogénica de la Costa de Amalfi.
Casas de colores en Positano, la ciudad más fotogénica de la Costa de Amalfi.Michele Falzone

La Costa Amalfitana, zona de veraneo de lujo desde tiempos de los Césares, en una ruta de cinco días desde Vico Equense a Vietri sul Mare (108 kilómetros) no apta para quienes padezcan de vértigo; pone a prueba la pericia del conductor. Especialmente, en las cerradísimas curvas de la SS163, conocida como la Nastro Azzurro (Cinta azul), encargada por Fernando II de Borbón, rey de las Dos Sicilias, y terminada en 1853. Ángulos cerradísimos, profundas quebradas y túneles excavados en la roca que recompensan al llegar a Sant’Agata sui due Golfi con las mejores vistas más panorámicas de toda la región.

Paso a paso

Vico Equense. Estamos en la Bahía de Nápoles y donde, entre otras cosas, inventó la pizza, con sus dos especialidades locales: el queso mozzarella y los tomates cultivados al sol. Se puede comprar ¡por metros! en el Ristorante & Pizzeria da Gigino (Via Nicotera 15).

Sorrento. También encaramada sobre un acantilado, su encanto resite casi intacto a pesar del intenso trasiego turístico. Debe de ser cosa de las míticas sirenas que, según la épica griega, nadaban en sus aguas de Sorrento.

Sant'Agata sui due Golfi. Adormilada villa con vistas espectaculares a las bahías de Nápoles y Salerno (de ahí su nombre: Santa Agatha en dos golfos). El mejor mirador es el Deserto, un convento carmelita a un kilómetro y medio del centro.

Marina del Cantone. La playita de guijarros de este pueblo se considera uno de los mejores sitios para bañarse en toda la costa. Lo mejor es aparcar en Nerano y bajar por un sendero precioso. Popular entre los submarinistas, su cocina también es apreciada: muchos VIP's acuden en barco desde Capri para sentarse a la mesa.

Positano. La joya de la corona, la ciudad más fotogénica y más cara de la costa amalfitana. Casas en tonos albaricoque, rosa y terracota apiñadas en una inclinación imposible, calles prácticamente verticales repletas de escaparates y elegante elegantes. Hay signos, no obstante, de realidad cotidiana: paredes desconchadas o un leve tufillo que indica problemas de alcantarillado.

El Sendero de los Dioses. El paseo más conocido de la costa Amalfitana, conecta a lo largo de 12 kilómetros de empinados caminos Positano y Praiano. No recomendable para quienes tengan vértigo: crestas de montañas con cuevas y terrazas que caen en picado, verticales acantilados y profundos valles enmarcados por el azul deslumbrante del mar.

Praiano. Pueblo de pescadores convertido en un discreto lugar de veraneo, cuyas casas encaladas salpican las verdes laderas del Monte Sant'Angelo, hacia el Capo Sottile. Fue un importante centro de producción de seda y favorito entre los dogos de Amalfi, que veraneaban aquí.

Marina di Furore. Ubicado bajo el llamado "fiordo de Furore", una grieta descomunal que fisura las montañas de Lattari, es poco turístico y conserva un ambiente rural auténtico a pesar de sus murales de colores y esculturas modernas.

Amalfi. Este pueblo pequeño fue en otros tiempos una superpotencia de 70. 000 habitantes. Conserva poco edificios históricos reseñables, pues la mayor parte de la ciudad antigua (y su población) se hundió en el mar tras el terremoto de 1343. Lo mejor es el paseo que bordea la punta hasta el vecino Atrani, pintoresco laberinto de callejuelas y soportales en torno a una animada piazza y una playa.

Ravello: Ciudad con credenciales bohemias impecables (Richard Wagner, DH Lawrence, Virginia Woolf) y entregada al turismo, famosa por los jardines de Scott Neville Reid y las vistas. Las mejores se contemplan al sur de la catedral, en la torre del siglo XVI que señala la entrada a la Villa Rufolo.

Cetara. Aunque algo destartalado, este pintoresco pueblo de pescadores tiene reputación de maravilla gastronómica. Cada noche, la flota de barquitos con potentes faroles sale en busca de anchoas, especie que copa las cartas de los restaurantes locales, como Al Convento, próximo al puertecito.

Vietri sul Mare. Al final de la carretera costera, dos visitas interesantes: la Ceramica Artistica Solimene, fábrica enorme con venta al público, y el Museo della Ceramica, en Raito, que ocupa una preciosa villa rodeada de un parque.

Estas rutas en coche y otras muchas para recorrer toda Italia, podrán ampliarse en la guía En ruta por Italia que se publicará el próximo mes de junio en español. Toda la información puede completarse con la guía de Italia de Lonely Planet.

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