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Qué hacer en el Valle de Arán en invierno (aparte de esquiar)

Pasear con raquetas de nieve, probar caviar de kilómetro cero, visitar el único museo de España dedicado a nieve... Diez planes para disfrutar del Pirineo más bello y nevado sin pisar las pistas

Valle de Aran
Marek Bičan, de Montgarri Outdoor, con un trineo de perros en el Pla de Beret, en el Valle de Arán (Lleida).Andrés Campos

Baqueira Beret —la mayor estación de esquí de España, con 122 pistas y 171 kilómetros balizados— es como un blanco imán que magnetiza a todos los que se acercan en invierno al Valle de Arán, en la provincia de Lleida. O a casi todos. Siempre hay alguien que más allá de esquiar prefiere explorar las montañas nevadas de otro modo, a otro ritmo, parando aquí y allá para observar un paisaje intacto, asomarse a un taller artesanal o a la cocina de un restaurante familiar, escuchar una bonita historia, sentarse en un banco con las mejores vistas del Pirineo y ver cómo se recortan sobre el blanco telón de fondo las oscuras torres puntiagudas de las iglesias románicas y los afilados tejados de pizarra de Unha, Bagergue o Bausen. Será por pueblos: hay 33. Y será por planes: aquí van 10 propuestas irresistibles sin pisar las pistas de esquí.

1. Degustar un caviar de alta montaña

¿Qué hacen 25.000 esturiones en una piscifactoría de la población aranesa de Les, a orillas del río Garona? La respuesta corta es producir 800 kilos de caviar al año, que se venden a precios de chillido en la web de Caviar Nacarii y en el espacio gourmet homónimo que hay en el casco antiguo de Vielha (Passeg dera Libertat, 13), la capital de valle. La respuesta larga es que la piscifactoría aprovecha el agua caliente de una central eléctrica de ciclo combinado —después de haber sido usada allí como refrigerante y antes de ser devuelta al Garona a temperatura ambiente—, y que alguien tuvo un día la brillante idea de que, en vez de criar truchas y otros pescaduchos autóctonos, se podían producir esturiones de hasta 65 kilos de peso. Es verdad que estos tardan siete años en pasar de alevines a adultos reventones y que hay que estar todo el día sexándolos, explorándolos y haciéndoles ecografías. Pero también lo es que, una vez extraídas las huevas, estas valen el doble o el triple que si fueran de plata: entre 2.000 y 3.200 euros el kilo. La piscifactoría la enseña el técnico acuícola José Montagut, que trata a las esturionas con suma delicadeza para que no se estresen. La experiencia se completa en el espacio gourmet, sirviéndose el caviar sobre el dorso de la mano con una cucharilla de nácar, abriendo boca con un sorbo de cava Bertha y besando el negro copo como se besa la primera y la última vez. Muchas más no va a haber. Cuesta 40 euros por persona.

José Montagut, de Caviar Nacarii, muestra un esturión en la piscifactoria de Les, en el Valle de Arán (Lleida).
José Montagut, de Caviar Nacarii, muestra un esturión en la piscifactoria de Les, en el Valle de Arán (Lleida).Andrés Campos

2. Bañarse en Termas Baronía de Les

Además de los esturiones, en el municipio de Les suelen bañarse Edurne Pasabán, Perico Delgado, el equipo nacional de natación sincronizada y otros deportistas de élite retirados y en activo. Pero no en el agua del Garona, que está helada, sino en la infinitamente más confortable y sanadora de Termas Baronía de Les, que mana a 30 grados con mucha sílice y un toque de gas sulfhídrico y se conoce y aprovecha desde tiempos de los romanos. Dicen que Pompeyo también se bañó en ella y que es buena para combatir el reuma, la artrosis, la artritis y las enfermedades de la piel. El circuito de dos horas cuesta 35 euros. Para los que esquían, tienen masajes específicos de piernas y glúteos. Y para los bañistas que buscan una experiencia indeleble, el primer sábado de cada mes hay conciertos nocturnos con el guitarrista Daviz Debaro y con un rico picoteo: fondue de chocolate, brocheta de frutas, frutos secos, cava y Kir Royal con licor de cassis del Valle de Arán. Salir nadando al jardín mientras nieva es lo mejor.

3. De pinchos por la vieja Vielha

Otros lugares donde no se siente nunca frío son los bares del casco antiguo de Vielha, que están siempre al borde del tumulto y con las terrazas llenas a varios grados bajo cero. El mejor es Basteret (Major, 6), donde van los locales y los forasteros que saben a comerse unos croquetones de 100 gramos, una picaña a la brasa y unos torreznos con tomate rosa que José Antonio Vidal, el dueño, dedica cariñosamente a los clientes que se quieren llevar una ración extra al hotel, firmando con un rotulador indeleble en la tapa del túper. El Refu (Major, 18) es el refugio de los que aman la birra: para ellos hay cervezas artesanas de la casa y hamburguesas y bocadillos en panes elaborados con cereales derivados de la producción de las mismas. Era Gripia (La Torre, 8) ofrece ostras y cava en “el rincón más viejo de Vielha”, al menos eso dice su pizarra y tiene toda la pinta. All i Oli (Major, 9) no es un bar, sino un restaurante chiquitín donde merece la pena reservar (973 64 17 57) para zamparse unos calçots y unos caracoles a la llauna.

El interior de la iglesia de Salardú.
El interior de la iglesia de Salardú.Andrés Campos

4. A Montgarri con raquetas de nieve

Nada como una excursión con raquetas de nieve hasta el despoblado de Montgarri. La agencia de senderismo Green Walkers, especialista en rutas por el Pirineo, pone las raquetas de nieve y los guías —por 35 euros por persona para un grupo mínimo de cuatro participantes y máximo de 15— para hacer esta marcha circular de 12 kilómetros y cuatro horas de duración. Arranca en el aparcamiento del Pla de Beret, a 1.860 metros de altura, y desciende suavemente por el valle del recién nacido Noguera Pallaresa hasta Montgarri, a 1.650.

Un excursionista en la ruta entre Montgarri y Pla de Beret.
Un excursionista en la ruta entre Montgarri y Pla de Beret.Sergi Boixader (Alamy /Cordon Press)

Este pueblo fantasma, con su iglesia de picudo campanario erigida en el siglo XVI sobre una ermita románica 400 años más vieja, es un lugar precioso para venir de excursión un día soleado de invierno, pero horrible para vivir, altísimo y mal comunicado, que por eso mismo fue abandonado en los años sesenta del siglo pasado. Se baja por la solana del valle, se hacen mil fotos de esta bellísima y nevadísima soledad, se pica algo ligero en la terraza del Refugi Montgarri —en la antigua rectoría— y se regresa por la ladera contraria, la de umbría, teniendo cuidado con las motos de nieve y con los trineos de perros que van y vienen a toda pastilla por ella.

5. Calentitos en motos de nieve y en trineos de perros

Los que no quieren esquiar y tampoco matarse a andar por el monte pueden contratar en el aparcamiento del Pla de Beret una ruta con motos de nieve. El destino es el mismo al que se dirige la mayoría de los senderistas con raquetas y de los esquiadores de fondo: Montgarri. La diferencia es que solo pueden circular por la umbría, donde una mañanita serena de febrero hace 12 grados bajo cero. Para compensar, al llegar al refugio de Montgarri tienen reservada una mesa al lado de la chimenea y, después de comer o cenar una olla aranesa y un chuletón de vaca vieja a la brasa, suben de vuelta como cohetes. Todo esto sale por 160 euros.

La misma empresa, Montgarri Outdoor, ofrece paseos en trineos de perros. Tiene 52 canes, ninguno de pura raza —el husky siberiano no regula bien su temperatura y lleva fatal el cambio climático—, pero todos cuidados, alimentados y entrenados como atletas. Y tiene mushers que son unos máquinas: como el eslovaco Marek Bičan, que domina cuatro idiomas —a los perros les da las órdenes en húngaro— y que ha llevado a Bisbal, a Calleja, a Los Morancos, incluso a Nacho Vidal.

6. Ver cómo se hacen unos esquíes a mano en Salardú

Dani Poy, en su taller artesanal de esquíes Husta, en Salardú.
Dani Poy, en su taller artesanal de esquíes Husta, en Salardú.Andrés Campos

Al volver en coche desde el Pla de Beret es obligado parar en Salardú para alucinar con la iglesia de Sant Andrèu, con su imponente campanario octogonal, su Cristo románico clavado sobre dos maderos policromados y sus muros abarrotados de santos de colorines del siglo XVI, que parecen un cómic renacentista. A un paso y medio, en la plaza Saut deth Culot, está Husta Skis, un taller lleno de planchas, recortes y virutas de paulonia, fresno y bambú, maderas con las que Xavi Giner —ingeniero y profesor de esquí, de Sabadell— y Dani Poy —carpintero, de Tortosa— llevan haciendo desde 2017 esquíes artesanales y personalizados a más no poder, diseñados según la forma de esquiar de cada cliente con analítica biométrica e ingeniería de última generación. Todo muy técnico y, a la vez, muy tradicional. La madera la cortan y la preparan en invierno, con luna creciente. Husta es madera en aranés. No es un museo, pero si tenemos los 1.500 euros que cuesta un par de esquís —solo hacen uno al día— y llamamos al 629 42 32 46, nos abren la puerta como si lo fuera.

7. Visitar el Museo de la Nieve de Unha

Panorámica invernal del pueblo de Unha, en el Valle de Arán.
Panorámica invernal del pueblo de Unha, en el Valle de Arán.Gonzalo Azumendi (Getty Images)

A un kilómetro de Salardú, sobre una soleada colina, se alza el pueblecito de Unha, que lo tiene todo bonito. Es una de las 170 Viles Florides que hay en Cataluña, un lugar donde los 133 vecinos se tiran medio año sembrando, fertilizando, regando, trasplantando, podando y fumigando para que sus calles y balcones parezcan un centro de jardinería. Pero eso es en primavera y verano. Ahora, en febrero, lo que toca ver no son flores, sino el Musèu dera Nhèu, el único que hay dedicado al blanco y gélido elemento en España. Aunque ocupa las cuatro plantas de la Casa des Baile, una vivienda del siglo XVIII situada casi al lado de la iglesia románica, es un museo muy moderno y didáctico donde, por ejemplo, se proyectan nada más entrar los cristales de nieve que Wilson Bentley empezó a fotografiar antes que nadie, en 1885. ¡Más de 5.000 estrellas capturó con su cámara de fuelle hasta 1931 y todas distintas! The Snowflake Man (El hombre copo de nieve) murió a los 66 años de una pulmonía. La exposición de la segunda planta, titulada Cuando la nieve se sufría, habla de costumbres y sucesos que hielan la sangre, como el alud de Gessa y Unha, que mató a 15 personas en el año 1600. O como el de Bordius, acaecido en 1855 en un rincón ahora prácticamente despoblado del norte del Valle de Arán, que destruyó 58 casas y 62 vidas. La tercera y cuarta plantas muestran la imagen más turística de la nieve. Allí se exhiben botas y esquíes antediluvianos, que duraban más y servían para lo mismo que los que hoy se venden en las carísimas tiendas de deportes de Baqueira y Vielha.

8. Comprar un queso cuadrado en Bagergue

Toño Tarrau en su quesería de Bagergue.
Toño Tarrau en su quesería de Bagergue.Andrés Campos

Bagergue, a solo un par de kilómetros de Unha, es otra de las Viles Florides de Cataluña y uno de Los Pueblos Más Bonitos de España. Y de los más elevados, porque está a 1.424 metros. Aquí, en la quesería más alta del Pirineo, Hormatges Tarrau (Carrèr dera Hònt, 1), Toño Tarrau hace lo mismo que hacían sus abuelos en casa, con la leche cruda de 60 vacas frisonas y pardas alpinas que tiene en la vecina Francia. La joya es Eth Gran, un queso tradicional curado y afinado con armañac, de forma cuadrada. Se ven pocos quesos moldeados así. Luego hay un azul magnífico, Eth Blue, con Penicillium roqueforti en el interior y Penicillium camembertii en la corteza. Y un queso de textura semidura típico de la montaña del Pirineo occitano, Era Tomme, de color amarillento, con agujeritos y marcado sabor a mantequilla. Otro de sus productos del que se hacen lenguas todos los araneses es Eth Blanquet, un blanquillo tipo brie, de pasta blanda con corteza enmohecida, que, de vez en cuando y para variar, Toño lo hace con trufa, con tomillo de alta montaña, con caviar… Y, por último, hay una pasta untable golosa, dulzona y picante, Eth Lenguat, de queso fermentado con miel de montaña y coñac. Todos ellos se pueden comprar en la quesería o saborearlos en muchos de los platos y postres del restaurante Casa Rosa (973 64 53 87), que fundaron la madre y la abuela de Toño y que está al lado, en el número 8 del Carrèr dera Hònt.

9. Probar una olla aranesa en Casa Turnay

Una olla aranesa, uno de los platos populares de la zona.
Una olla aranesa, uno de los platos populares de la zona.Rafa Elias (Getty Images)

La olla aranesa de Casa Rosa, en Bagergue, tiene bastantes incondicionales, pero la de Casa Turnay, en Escunhau, tiene entregados a 180.000 estómagos, que son (píloro arriba, píloro abajo) los que la han probado durante los 20 años que Montse Solà lleva al pie del fogón. Su restaurante es un monumento a la cocina casera: coles rellenas, estofado de ternera, canelones de carne asada o de boletus con foie, paletilla de cordero deshuesada y rellena de frutos secos y setas… La máxima expresión de “la cocina del chup-chup”, como la llama Solà, es la olla aranesa, que nació como “un plato de subsistencia, donde se echaba lo que hubiera en casa: zanahoria, col, patata, longaniza confitada, careta de cerdo… El valle estaba muchos meses incomunicado y era la despensa la que llenaba la olla”. La suya —porque cada uno la hace a su manera— es de caldo espesito, untuoso, y lleva una pilota de carne picada, ajo, perejil y huevo que se pasa por la sartén y se pone a hervir con el caldo de la olla. Hay que darse prisa —y reservar (973 64 02 92)— porque la olla de Casa Turnay solo alcanza para 25 afortunados cada día. De postre, sus cocas de festa major, sus pescallús –”las crepes que antes se hacían en todas las casas para carnaval, por San Blas y en las fiestas especiales”, explica–, su crema aranesa y, para llevar y comer por el camino, sus coquilhons, una pasta tradicional frita de harina y azúcar que ya nadie elabora en el valle. Salvo ella.

10. Subir al romántico cementerio de Teresa

El cementerio de Teresa, en Bausen.
El cementerio de Teresa, en Bausen.Tolo Balaguer (Alamy / Cordon Pr

En Bausen —el penúltimo pueblo que se descubre antes de llegar a Francia, al final de una carreterilla zigzagueante que gana 300 metros de altura en poco más de tres kilómetros—, hay un camposanto clásico, pegado a la iglesia de Sant Pèir ad Víncula, donde están enterrados casi todos los muertos, y hay un cementerio romántico en las afueras, poco más allá de la capilla de San Roque, donde yace sola Teresa Estampa. “A mi amada Teresa, que falleció el 10 de mayo de 1916 a la edad de 33 años”, reza un epitafio, sin duda dictado entre lágrimas por Francisco Bugat, que había vivido con ella en pecado, pues era su primo y ambos no habían querido o podido pagar la preceptiva dispensa papal para casarse. “A nuestra querida madre”, reza otro epitafio dedicado por los dos hijos que Teresa tuvo con aquél antes de morir de neumonía, de que el cura de Bausen se negara a darle cristiana sepultura y de que todos los vecinos construyesen de la noche a la mañana este cementerio de una sola tumba que hoy asombra una vieja acacia y en el que nunca faltan flores. Dicen que es uno de los cementerios civiles más antiguos de España. Y el más chico. El muro de piedra que lo rodea solo mide 8x6 metros. Pequeñísimo para una historia tan grande de amor: la de los amantes de Bausen.

Muy cerca hay un mirador con un banco para sentarse a contemplar el valle de Torán, el más septentrional y salvaje de esta comarca leridana. En llegar a la tumba de Teresa solo se tarda cinco minutos, siguiendo el camino de tierra que nace detrás la iglesia.


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