_
_
_
_
Pintada en Berlín con Trump y Xi Jinping.
Pintada en Berlín con Trump y Xi Jinping.Florian Gaertner (Getty Images)

Un nuevo orden mundial

Cecilia Ballesteros

El virus ya ha alterado nuestra forma de vida y provocado una nueva recesión económica. ¿Tendrá también consecuencias geopolíticas? ¿Generará un nuevo orden global o solo exacerbará lo existente?

Las guerras, los avances tecnológicos, las catástrofes naturales y las epidemias han acelerado habitualmente el curso de la historia e incluso medidas tomadas en momentos excepcionales, que parecían temporales, acabaron convirtiéndose en permanentes. El impuesto sobre la renta, por ejemplo, fue introducido en Inglaterra para financiar las campañas contra Napoleón. En la I Guerra Mundial, los británicos decidieron el cambio de hora en verano y prohibieron el consumo de cocaína. Sin irse tan atrás en el tiempo, los atentados del 11-S modificaron por completo nuestra forma de viajar en avión. En el mundo globalizado e hiperconectado del siglo XXI las amenazas se circunscribían hasta ahora en términos generales al terrorismo, la guerra nuclear, los ciberataques contra infraestructuras clave, la vulnerabilidad energética o las migraciones masivas. Sin embargo, ha sido un simple microorganismo, el SARS-CoV-2, el que ha desencadenado una crisis global con millones de infectados y cientos de miles de muertos. El virus ya ha alterado nuestra forma de vida y provocado una nueva recesión económica, pero ¿tendrá también consecuencias geopolíticas?, ¿generará un nuevo orden mundial o solo exacerbará las tendencias ya existentes?

Los expertos y analistas consultados coinciden en señalar que, a pesar de que habrá un antes y un después de la pandemia, el virus no será el agente revolucionario que reseteará el antiguo orden. Creen, más bien, que acelerará en una rara espiral de regreso al pasado los movimientos que ya estaban latentes. Que se parecerá más, como afirma el historiador británico Timothy Garton Ash, a la posguerra de 1918 que a la reconstrucción tras la II Guerra Mundial; que potenciará el repliegue nacionalista, el proteccionismo y el ascenso de los populismos, pero sobre todo, en términos geopolíticos, que desencadenará una nueva guerra fría entre Estados Unidos y China, algo que se ha acentuado desde que Donald Trump llegó a la presidencia en 2017 y Xi Jinping ascendió al poder en 2013.

Si hasta ahora la competencia entre estas dos superpotencias se ha limitado al comercio, el desarrollo tecnológico —ahí está el enfrentamiento por el 5G— y al control del Pacífico, la covid-19 y la forma de enfrentarse a él han potenciado su rivalidad y abierto nuevos debates latentes tras esa tensión: democracias frente a regímenes autoritarios, seguridad —en este caso, sanitaria— frente a libertad, nacionalismo frente a globalización.

¿Estamos asistiendo al final del llamado siglo americano? ¿Es inevitable el advenimiento del pregonado ascenso asiático? “Creo que habrá una enorme ruptura entre Estados Unidos y China. Donald Trump seguirá hablando del virus chino. Los impulsos proteccionistas y el sentimiento antichino se incrementarán en EE UU y el comercio se desplomará. A la inversa, crecerá el antiamericanismo en China”, asegura Gideon Rachman, analista de política internacional del diario británico Financial Times, quien no descarta que, disipada toda esperanza de un G2 formado por las dos superpotencias del que se hablaba hace unos años, China y Estados Unidos lleguen a un enfrentamiento armado antes de que termine el siglo. Aunque ambos países anunciaron recientemente que relanzaban su acuerdo comercial, es un hecho que la desconfianza ha ido ganando terreno en los últimos años al espíritu de colaboración entre ambos gigantes.

Las instituciones internacionales surgidas tras la II Guerra Mundial permanecen en cuarentena y con respiración asistida

Las instituciones internacionales surgidas tras la II Guerra Mundial de las que los propios EE UU fueron sus principales impulsores y financiadores, están en cuarentena y con respiración asistida desde hace tiempo —basta citar la irrelevancia de la ONU en la actual crisis—, y su deterioro no ha dejado de agravarse desde que Trump llegó a la Casa Blanca. Su último paso en esta dirección ha sido retirar su contribución a la Organización Mundial de la Salud (OMS) por considerar que está supeditada a los intereses de China, dejando claro que la salida de la crisis pasará también por su política de America First. Definitivamente, los Estados Unidos de Trump parecen haber dimitido de su liderazgo mundial.

China, por su parte, se preparaba, hasta que el estallido del virus acabara con todas las previsiones, para alcanzar su objetivo de xiaokang shebui, un lema que puede traducirse como “la sociedad moderadamente próspera” y que consistía básicamente en duplicar el PIB de 2010 a 2020 y erradicar la pobreza. La culminación de ese proceso sería la celebración por todo lo alto del centenario del Partido Comunista Chino en 2021. Pero con una contracción del 6,8% del PIB en el primer trimestre de este año por culpa del confinamiento y un crecimiento previsto del 1,3%, según el Fondo Monetario Internacional (FMI), esa meta parece hoy inalcanzable, incluso para el presidente vitalicio Xi Jinping, el líder chino que ha acumulado más poder desde Mao.

Sin embargo, Pekín, pese a que el epicentro de la pandemia estuvo en Wuhan y pese a ocultar durante las primeras semanas la magnitud de la catástrofe, ha contraatacado ante las críticas norteamericanas lanzando una ofensiva diplomática que al tiempo que ofrecía su ayuda a los países afectados se vendía como un modelo en la gestión de la crisis. Esta “diplomacia de las mascarillas”, como ha sido llamada, no ha logrado eludir la ambigüedad de que una mascarilla puede ser también una mordaza en un país de partido único y ha sido rechazada de plano por Alemania, Francia y el Reino Unido, que han exigido explicaciones e investigaciones independientes sobre el origen del virus.

Kristine Berzina, experta en seguridad internacional y geopolítica del German Marshall Fund (GMF), sostiene que el deterioro de las relaciones entre Europa y China comenzó el año pasado y la emergencia no ha hecho sino ampliar ese distanciamiento. “El año pasado, Europa calificó a China como un rival sistémico y un competidor estratégico, pero todavía había un marco de cooperación económica en la relación. Ahora la narrativa combativa de la diplomacia china en redes sociales y su esfuerzo por usar la ayuda para promover otros intereses, como promocionar Huawei en las mascarillas, ha forzado a los líderes europeos a repensar esa relación”.

La canciller alemana, Angela Merkel, conectada con el presidente francés, Emmanuel Macron, para una videoconferencia conjunta.
La canciller alemana, Angela Merkel, conectada con el presidente francés, Emmanuel Macron, para una videoconferencia conjunta.Kay Nietfeld (Getty Images)

“El Partido Comunista Chino ha lanzado una furiosa campaña para promover su respuesta al virus, para culpar a otros por la emergencia y para promover su entrega de material médico a países en dificultades”, asegura Paul Fraioli, especialista en geopolítica y estrategia del prestigioso Instituto Internacional de Estudios Estratégicos (IISS) de Londres. “La desvergüenza de este esfuerzo ha suscitado una respuesta negativa en varios países europeos y en Estados Unidos, incitando a los diplomáticos a preguntarse cómo China pretende promocionarse en un momento así. Quizá una mejor explicación, especialmente considerando que el virus parece haberse originado en Wuhan y el éxito de democracias vecinas, como Taiwán, Japón y Corea del Sur, en contener el virus, es que Pekín parte de una situación extremadamente débil y está haciendo lo imposible para no perder su estatus”.

Otra tendencia que se verá reforzada por el virus, según los analistas, será el autoritarismo, y no solo en los regímenes no democráticos en los que ya se calcula que vive el 30% de la población mundial. En Rusia, el coronavirus ha venido a interrumpir los planes del presidente Vladímir Putin, que ha aplazado sine die la votación de la reforma constitucional que le permitiría seguir en el Kremlin hasta 2036. Al tiempo, el desplome del precio de los hidrocarburos ha significado un duro golpe para Moscú. En la India, la lucha contra la pandemia ha intensificado el nacionalismo hindú excluyendo a los musulmanes. E incluso en la Unión Europea, los dirigentes de países como Hungría y Polonia se han sentido fomentados para avanzar en su agenda antiliberal de recorte de derechos fundamentales.

Esta crisis, muy distinta a la Gran Recesión de 2008, también ha puesto en evidencia los puntos débiles de la Unión Europea

“La polarización basada en la identidad racial, religiosa o regional pondrá el foco de la política interna en controversias nacionales y en manos de líderes que no tendrán escrúpulos en usar esas divisiones en su propio beneficio. Las discusiones sobre temas globales como el comercio, la inmigración o el cambio climático llegarán a ser más ideológicas y menos tecnocráticas”, asegura Fraioli. A este respecto merece la pena tener en cuenta un reciente e inquietante estudio de la Universidad de Oxford en el que se asegura que el 53% de los jóvenes europeos está convencido de que los regímenes autoritarios son más eficaces a la hora de luchar contra la degradación ambiental del planeta.

Al autoritarismo y nacionalismo se sumará, según los expertos, una revalorización del papel del Estado-nación y un repliegue de la globalización. “Las cadenas de abastecimiento serán repatriadas sobre la base de asegurar los empleos y la seguridad nacional. No será aceptable ya por más tiempo depender tan completamente de China para cosas como las mascarillas médicas y los antibióticos”, en palabras de Rachman. Para el analista argentino Carlos Pagni, esta “primera crisis de la globalización, en sentido estricto, y la primera que viaja de Oriente a Occidente” hará que “el Estado-nación se expanda más en todas partes por su papel en la regulación sanitaria y en la asistencia económica” y “promoverá un debate a escala universal en torno a la pregunta: ¿En qué medida es posible revertir la integración económica internacional?”. En su opinión, las nuevas costumbres adquiridas en la cuarentena como el teletrabajo impondrán profundos cambios en el mercado inmobiliario, el transporte de pasajeros, los servicios turísticos, la movilidad urbana y la preservación del medio ambiente, sin olvidar “una mayor vinculación entre poder político y saber científico”.

La crisis del coronavirus, muy distinta a la Gran Recesión de 2008, también ha puesto en evidencia los puntos débiles de la Unión Europea, que ha sido hasta el momento incapaz de ponerse de acuerdo tanto en una respuesta solidaria y coordinada en el plano sanitario como en la receta económica ante el hundimiento de las economías de buena parte de sus socios. El éxito de Alemania en frenar la pandemia no ha sido el de la Unión Europea y, al tiempo, la vieja brecha Norte-Sur parece haber adquirido una nueva dimensión.

África (cuya situación puede acabar repercutiendo en Europa) y América Latina, que ya partían de una situación de debilidad, no ofrecen tampoco un panorama muy halagüeño. En Venezuela el patógeno es la guinda de la gravísima crisis que sufre el país desde hace años. En Chile el referéndum constitucional prometido por el Gobierno de Sebastián Piñera tras la ola de protestas ha sido aplazado, y en Bolivia la presidenta interina, Jeanine Áñez, está retrasando las elecciones invocando la epidemia. Pero más importante: la región en su conjunto puede ser una de las más afectadas por la competencia entre Estados Unidos y China y por la caída de los precios del petróleo y la recesión del gigante asiático. A pesar de la reducción de la precariedad en los últimos años, sigue siendo una región muy desigual, y la CEPAL estima que la epidemia podría dejar 220 millones de pobres en una población de 660 millones. “La ayuda del Estado es insuficiente para asistir a esas personas. Hay que recordar que unos 90 millones de familias viven en barrios con pésima infraestructura, hacinadas y sin servicios, y que el empleo informal alcanza una tasa media del 53% en el subcontinente”, recuerda Pagni, quien añade que la región “tiene todas las recetas para una tormenta perfecta: ausencia de una red sanitaria adecuada, carencia de instituciones estatales fuertes e inexistentes sistemas fiscales eficaces”. El analista argentino prevé también un aumento del “predominio del Poder Ejecutivo sobre los demás poderes, agravando el desequilibrio clásico en América Latina, y una revalorización de las Fuerzas Armadas como organizaciones de asistencia social”.

La pandemia ha introducido con toda su fuerza la incertidumbre en nuestro mundo. El prestigioso antropólogo y sociólogo mexicano Roger Bartra apunta otros desarrollos que cambiarán la imagen de nuestra sociedad. “La economía y la convivencia social estarán durante un tiempo en manos de los millones de científicos que se enfrentan a la covid-19 en todo el mundo. Esta situación cambiará para siempre las relaciones entre las esferas empresariales y el mundo de la salud. Los procesos económicos se fragmentarán más y se extenderá la descentralización del trabajo mediante formas renovadas de inteligencia artificial. Aumentarán el aislamiento y la soledad”. Otros expertos, como Laura Basagni, jefa del programa de Relaciones Transatlánticas de GMF, creen que el planeta puede encontrar una salida para la crisis económica provocada por la pandemia en la llamada economía verde. “Esta crisis puede facilitar que los países más pobres y más endeudados puedan participar en la transición a una economía verde, que podría impulsar normas internacionales vinculantes para luchar contra el cambio climático, si las inversiones públicas se orientan bien. Claramente, la crisis por sí sola no va a cambiar nada, el liderazgo mundial y la toma de decisiones colectivas sí”.

El mundo se prepara para adaptarse a lo que los políticos han llamado “nueva normalidad”, un escenario cargado de sombras, de amenazas a la libertad y a la privacidad y de dificultades económicas. Pese a todo, el analista y diplomático español Juan Claudio de Ramón desconfía de los pronósticos espectaculares. “El coronavirus”, afirma, “más que un reactivo que altere la realidad, será un barniz que fije los colores que ya estaban secándose en la tela del mundo. No basta una emergencia global para activar la humanidad solidaria. Las mascarillas nos protegerán de los virus, pero no de los viejos prejuicios, que seguirán alimentando las polémicas de siempre. El futuro será como es el pasado: un lugar al mismo tiempo familiar y extraño”.

Un impulso hacia la desglobalización

El coronavirus acelerará de manera drástica muchas de las tendencias geopolíticas que ya estaban en marcha. A medida que el virus diezma economías y crece la desigualdad, aumentarán los políticos que recurran a la retórica del "nosotros frente a ellos" para reforzar su patrimonio político, dando pábulo al nacionalismo. En este sentido, habrá un impulso más pronunciado hacia la desglobalización, inducido por ese repunte del nacionalismo, pero también en gran medida por las multinacionales que se han visto afectadas por las cadenas de suministro "justo a tiempo", que priorizan la eficiencia económica y que han dejado a muchas empresas en posición de vulnerabilidad frente a shocks inesperados. A medida que las empresas sienten la presión económica y política del coronavirus, crecerá el número de cadenas de suministros a escala local que favorezcan la resiliencia frente a la eficiencia económica. Por otro lado, el ascenso geopolítico de China ya se veía venir desde hacía tiempo. Pero, aunque se trata de una superpotencia económica por derecho propio y está alcanzando el mismo estatus en el ámbito tecnológico, en lo que respecta al "poder suave" ha ido a la zaga. Hasta ahora, puesto que ha aprovechado esta crisis para tender la mano a otros países y ofrecer ayuda humanitaria, mejorando así su imagen como potencia global a la que merece la pena seguir. Pero esto ignora el hecho de que China ha sido el epicentro del brote de coronavirus y que su encubrimiento ha contribuido a la expansión global del virus, algo de lo que está sacando partido Estados Unidos en plena lucha contra la crisis en casa. Aumenta así la probabilidad de que, una vez superada la pandemia, el mundo asista a una guerra fría más intensa entre Estados Unidos y China.

Ian Bremmer es politólogo y presidente de Eurasia Group. Traducción de Marta Caro.

El impacto geopolítico de la covid-19

A estas alturas, solo podemos formular de manera prudente la siguiente hipótesis: en términos sociopolíticos, la pandemia de la covid-19 acelerará la historia. Más que propiciar cambios radicales, el virus corroborará las tendencias más profundas. Estados Unidos, hoy centro de la pandemia, confirmará y acelerará su declive relativo en el mundo. ¿Qué ha pasado con el liderazgo médico y científico —y, más en general, con el poder blando— de Estados Unidos? Confundido, desconcertado, debilitado por las contradicciones y los cambios de opinión de su presidente, Estados Unidos certifica las deficiencias de su sistema. Se distanciará del mundo más que nunca, aunque solo sea para curar sus heridas, en sentido literal y figurado. Por mucho que Pekín se empeñe, es demasiado pronto para afirmar que China ha salido victoriosa, incluso triunfante, de su lucha contra la pandemia. El número de víctimas confirmadas es sorprendentemente bajo. Pero lo que sí es indiscutible es que China y países asiáticos como Corea del Sur y Taiwán han dado lecciones de educación cívica, disciplina y solidaridad a Occidente, por lo que podríamos decir que en este mes de mayo de 2020 hay más Asia que Occidente en el mundo. Frente a este nuevo equilibrio surge la cuestión de Europa. La Unión Europea ha tardado semanas en encontrar la vía de la solidaridad. ¿Es demasiado poco, pese a que la ayuda prometida es considerable? ¿Es demasiado tarde? Sobre todo, la covid-19 ha contribuido a fortalecer y a espolear el egoísmo nacional y a revalidar la división Norte/Sur dentro de la Unión. ¿Por qué Alemania es el equivalente en Europa de lo que Corea del Sur es en Asia, un modelo de seriedad y éxito frente a la pandemia? Pero más Alemania en Europa no significa más Europa en el mundo. Hasta ahora, la covid-19 no ha transformado el equilibrio geopolítico del mundo, pero sí ha precipitado las tendencias más profundas.

Dominique Moïsi es cofundador del Instituto Francés de Relaciones Internacionales de París. Traducción de Marta Caro.

ESPECIAL: Apuntes del futuro

El futuro ya está aquí

Leo Messi, Ferran Adrià, Rafa Nadal, Brigitte Bardot, Norman Foster, Cristina Garmendia, Audrey Azoulay... la cultura, la empresa, la ciencia y el deporte diagnostican el presente y el futuro para El País Semanal

Educación interrumpida

Entramos con el director de educación de la OCDE a las aulas del futuro. Ayudar a los alumnos a pensar por sí mismos y a comprender los límites de la acción individual y colectiva serán algunas claves

Una tormenta vírica perfecta

Todavía hay más incógnitas que certezas en torno a la covid-19. Los médicos en las UCI suman síntomas y complicaciones. Como la temida tormenta de citoquinas, cuya causa sigue siendo un misterio.

Y ahora... ¿cómo viajaremos?

De las primeras escapadas a la distancia de seguridad en bañador. Proximidad, prevención, sostenibilidad, naturaleza y tecnología impregnan el turismo que viene

Privacidad: el riesgo totalitario


Control por geolocalización, vigilancia mediante pulseras electrónicas, reconocimiento facial. Gobiernos y ciudadanos dudan entre seguridad y libertad. Puede que este sea el gran debate tecnológico del siglo XXI.



Mientras saltamos el foso

Pese a la magnitud del drama, siempre cabe aprender lecciones y extraer enseñanzas de lo ocurrido. Margaret Attwood, autora de 'El cuento de la criada' ofrece en este texto algunas pistas para hacerlo. Y para reencontrarse con la vida

¿Dónde está la oficina?

Oficinas asépticas y distantes. Horarios comprimidos y 'apps' rastreando contagios. Regreso al trabajo: visitamos la sede de varias empresas, desde una multinacional alojada en un rascacielos hasta unos estudios de animación

Vestir el día después

Propuestas para mantener la distancia social y que la transición del chándal al traje no sea traumática

La tribu revive con la pandemia

La pandemia ha despertado la solidaridad y el espíritu colectivo de la sociedad. Voluntarios de toda España están movilizándose para que nadie se quede atrás. Seis historias sobre cómo esta crisis nos ha unido

Nueva normalidad; misma familia

El confinamiento nos ha obligado a descubrir la convivencia. ¿Cómo ha sido la experiencia para la variada y diversa modalidad de familias españolas? Un reportero y un fotógrafo lo cuentan en primera persona

Sobre la firma

Cecilia Ballesteros
Redactora de Internacional. Antes, en la delegación de EL PAÍS América en México y miembro fundador de EL PAÍS Brasil en São Paulo. Redactora jefa de FOREIGN POLICY España, he trabajado en AFP en París y en los diarios El Sol y El Mundo. Licenciada en Periodismo por la Universidad Complutense. Autora de “Queremos saber qué pasó con el periodismo”.

Archivado En

_
_