_
_
_
_
Navegar al desvío
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

La pareja del año

Manuel Rivas

El jaleado Imperiofobia y leyenda negra ha generado una réplica que tiene la gracia de desatornillarlo de forma desternillante

QUÉ RECUERDO YO del imperio? El maestro, en la escuela primaria, nos hacía saber de vez en cuando que España, gracias al caudillo, había vuelto a ser un imperio. Y el maestro abría los brazos para abarcar la inmensidad del glorioso pasado: “Un imperio donde nunca se ponía el sol”. ¿Cómo no apuntarse a aquella nostalgia soleada? La escuela tenía adjudicadas dos o tres goteras. Y por los huecos de los paveses rotos entraban terremotos de aire, el que los marineros llaman “viento del hambre”, y las alocadas isobaras del ciclón de las Azores. Otro día el maestro creció de repente unos centímetros y, con porte de patricio, nos soltó lo que parecía un reproche compasivo: “¡Qué sería de ustedes si no llega a ser por los romanos!”. Nos quedamos apesadumbrados, sintiendo el peso de la deuda histórica. Y luego estaba la leche en polvo de la ayuda del imperio yanqui. Se había endurecido tanto que utilizábamos los sacos a modo de barricadas en los juegos de guerra. Aquel hombre se lamentaba también de la leyenda negra que sufría España. Nos odiaban, nos envidiaban. Todos, casi todos. Porque nosotros éramos la “reserva espiritual de Occidente”. Europa estaba en manos de los “protestantes”. Los alemanes, los holandeses, los ingleses… Con qué deleite exclamaba: “¡La pérfida Albión!”. Muchos de nuestros padres y vecinos eran emigrantes en esos países donde se nos odiaba y envidiaba. Pero nuestra gente volvía contenta en Navidad. Traían escondidas revistas eróticas en la maleta. Y discos que nos desentumecían. Nada, ni rastro de leyenda negra.

Con el paso del tiempo, no siento rencor por aquel maestro. De alguna forma, era un vencedor que se intuía derrotado. Como aquel día en que preguntó que queríamos ser de mayores y una voz infantil, alegre y optimista, la del Rubio do Souto, retumbó en la clase: “¡Emigrantes!”. Las isobaras de la realidad movieron el silencio. Aquel hombre, como tantos, confundía la historia con la adhesión incondicional a una fe confundida a la vez con un fanatismo reaccionario. Alguien que pensaba que su verdad era la única, porque emanaba del poder absoluto y de la Iglesia, ruedas de un mismo engranaje providencial. Él nos transmitía su relato histórico, el único tolerado. Y en ese relato, el imperio del pasado rebrotaba en la retórica del presente con el timbre del locutor del No-Do, verdadera voz imperial frente a la atiplada del emperador titular.

Creo que aquel hombre que nos adoctrinaba en la infancia con su mejor voluntad, y una buena vara a mano, encontraría gran consuelo en el libro Imperiofobia y leyenda negra, de María Elvira Roca Barea. Publicado en otoño de 2017, va por la 29ª edición. La editorial Siruela lo presenta como “el ensayo más exitoso de los últimos tiempos”. Ha sido loado y recomendado por políticos como José María Aznar, Felipe González o Alejo Vidal-Quadras, fundador de Vox. “La manera como nuestra ensayista levanta a pulso las toneladas de papel de propaganda cernidas sobre la indolente España es puramente admirable”, dice en el prólogo Arcadi Espada. A mí también me parece admirable semejante empeño, a estas alturas, para combatir una propaganda, la leyenda negra, con un artefacto propagandístico que se presenta como historia irrefutable.

La historia mundial está llena de leyendas negras. No hay guerra sin propaganda bélica. Es más, la propaganda, la producción de odio, anticipa la guerra. La leyenda negra contra el imperio español tuvo su época, con verdades y mentiras, aunque Roca Berea nos presenta un dominio imperial ejemplar y hasta simpático, saboteado no solo por los poderosos enemigos exteriores, sino por renegados como Bartolomé de las Casas y toda la innúmera estirpe de los espíritus críticos. Hay en la obra una especie de activismo masoquista. Así, toda “imperiofobia” es, en el fondo, “hispanofobia”. Hay momentos en que solo le falta presentarse ante el Registro de la Propiedad y proclamar: “No, no. ¡La leyenda negra es nuestra!”. Y lo hace: “Leyenda negra es opinión, es contra España y es infundada”. Es más. La leyenda negra está ahí, operante, como fake news imperecedera: “La desaparición del prejuicio es, como demostraremos, rigurosamente incierta”.

Un factor positivo del jaleado Imperiofobia y leyenda negra es que ha generado una réplica que tiene la gracia de desatornillarlo de forma desternillante. Se titula Imperiofilia y el populismo nacional-católico, de José Luis Villacañas, catedrático de Filosofía en la Complutense, y publicado en Lengua de Trapo. Así que muy agradecido a Imperiofobia e Imperiofilia. La pareja histórica del año. 

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Más información

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_