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IDEAS
Columna
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Bananas

Uno no se imagina a Guaidó lanzando contra Maduro los insultos cursis del monólogo de Pablo Casado

Enric González
Pablo Casado, en la presentación de los candidatos del PP a la alcaldía de Madrid.
Pablo Casado, en la presentación de los candidatos del PP a la alcaldía de Madrid.Jaime Villanueva

Los imagino abandonados al nihilismo, inyectándose absenta y recitando a Leopoldo María Panero (“contra Dios he apostado desde esta esquina insomne”) mientras sueñan con incendiar su despacho. O en un continuo jolgorio hedonista, sexo, champán y drogas finas, carcajeándose de lo que no está escrito. O en la meditación trascendental, vaciándose y sintiendo cómo el cosmos acaricia cada uno de sus átomos. Me los imagino de muchas maneras, pero no trabajando con entusiasmo. Ojo, no digo que no trabajen. Pero deben de hacerlo como aquellos diplomáticos japoneses que acudieron a ­Washington para negociar mientras sus aviones volaban ya, cargados de bombas, hacia Pearl Harbor: hieráticos e intentando pensar en otra cosa.

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Hablo de esa gente que cobra por difundir una buena imagen del país. Son bastantes. Los de la Marca España, los de las embajadas, los representantes comerciales, qué sé yo. En todas partes cuecen habas y bananas. Vivo en Latinoamérica y sé lo que me digo. Pero no creo que ningún miembro de la OCDE, por acotar las cosas, padezca tal disociación entre su realidad y las fantasías (o pesadillas) que proyecta. Entre lo que es y su imagen exterior.

Quitando los éxitos deportivos, la corrupción política ha sido durante años la principal fuente de noticias internacionales sobre España. Mala publicidad. La corrupción y, luego, el proceso catalán: de lejos alcanza a percibirse el delirio xenófobo y la quiebra de la convivencia en Cataluña, pero también las fotos de policías contra urnas. Y se oyen las quejas del independentismo sobre la supuesta opresión del imperialismo castellano (púdicamente llamado “Ñ” en el argot local) y las amargas condiciones de vida en, pongamos, Barcelona, esa ciudad a la que ningún turista quiere ir porque es horrible y, además, hay demasiados turistas. No hablemos ya del Empordà, ese gulag de catalanes sometidos a la oscuridad, la depresión y la desesperanza ¿Qué pensará el observador remoto? ¿Es posible explicar al mundo eso que está pasando, y que alguien lo entienda?

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España participa ahora (veremos si con algún éxito) en las iniciativas internacionales para remediar el desastre venezolano. Dice, como la oposición local y la mayor parte de Europa y América, que el presidente es ilegítimo y propone la rápida convocatoria de elecciones para situar al frente del Gobierno a alguien realmente representativo. Ahora mismo tenemos en Madrid la manifestación contra el relator, sea eso lo que sea. La derecha convocante dice que el presidente es ilegítimo y propone la rápida convocatoria de elecciones para situar al frente del Gobierno a alguien realmente representativo. Vaya, qué coincidencia.

Conviene precisar algo: pese a la brutalidad del régimen chavista, pese a la crisis económica y humanitaria que ha provocado, pese a la desesperación general, uno no se imagina a Juan Guaidó lanzando contra Maduro la retahíla de insultos cursis con que Pablo Casado trufó el inenarrable monólogo por el que será siempre recordado. Señores que promocionan la imagen de España, asúmanlo: el debate político venezolano suena más elegante que el español. ¿Quieren más? Decíamos que Rajoy se agarraba al poder como Bukowski al botellín, pero ahí tienen a Pedro Sánchez. ¿Decíamos que Rajoy no hacía nada? Sánchez despliega una actividad frenética y consigue hacer aún menos. Con un relator en la mesa, además.

Señoras y señores que promocionan la imagen de España, les acompaño en el sentimiento.

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