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IDEAS
Columna
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Cabalgando detrás de Steve Bannon

La oposición se traslada del Parlamento a la calle, utilizando en muchos casos datos falsos

Joaquín Estefanía
Steve Bannon, en la Casa Blanca en marzo de 2017.
Steve Bannon, en la Casa Blanca en marzo de 2017.J. Botsford/ The Washington Post via Getty Images

En marzo de 2008, poco antes de perder las elecciones, un dirigente del Partido Popular (PP) cantó la gallina en las páginas del Financial Times: “Toda nuestra estrategia está centrada en los votantes socialistas indecisos. Sabemos que nunca nos votarán. Pero si podemos sembrar suficientes dudas sobre la economía, sobre la inmigración y sobre las cuestiones nacionalistas, entonces quizá se quedarán en casa”. Una década larga después, aquí estamos de nuevo. La derecha repite la estrategia (de la crispación), como cada vez que ha perdido el poder o no ha logrado mantenerlo. Cada alternativa política, en este caso el conjunto de la derecha, elige los conflictos que sitúan en primera fila del debate político con el fin de acceder al poder.

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Como en el pasado, las derechas parecen haber escogido el territorio de la calle, en una especie de conflicto constante, buscando manifestaciones masivas que aglutinen al núcleo duro de su electorado ideológico y sorteando las instituciones centrales del debate político, como el Parlamento. Y con acusaciones que intentan sacar de la normalidad democrática a sus oponentes en el arco parlamentario: si Rodríguez Zapatero fue un “presidente accidental” (que ganó La Moncloa por las consecuencias de los atentados terroristas de Atocha), Pedro Sánchez es un “presidente ilegítimo” (porque no ha sido votado y porque está haciendo concesiones a los enemigos secesionistas de la patria).

Las derechas utilizan la aspereza de las formas, los insultos, las descalificaciones para señalar al otro (traidor, felón, ilegítimo, chantajeado, mentiroso compulsivo, ridículo, adalid de la ruptura en España, irresponsable, incapaz, desleal, catástrofe, ególatra, chovinista del poder, rehén, escarnio para España, incompetente, mediocre, okupa de La Moncloa…) y la concentración de la agenda política en torno a asuntos sobre los que habitualmente, en las democracias consolidadas de nuestro entorno, existe algún tipo de consenso, tácito o explícito, para dejar al margen del debate cotidiano y de la competición electoral (política antiterrorista, política exterior, política territorial…). Para ello, se traslada la oposición del Parlamento a la calle y a los medios de comunicación “amigos”, se desmesura la crítica al adversario, sin consideración ni respeto a las reglas que exige la cortesía parlamentaria, y se distorsionan los hechos utilizando datos falsos que se repiten continuamente para crear una realidad alternativa.

Las consecuencias de esta estrategia son la fragilización de la democracia a través de la polarización de las opiniones públicas; una —a veces— irrespirable atmósfera política, con la elevación asfixiante de la temperatura en el terreno de lo público; la colocación del adversario (al que se quiere noquear) en situaciones límite y hasta un debilitamiento de la economía. Hace apenas unos días, al dar los últimos datos de la coyuntura, Bruselas admitía que la tensión política y social estaba lastrando el crecimiento de la zona euro y revisaba a la baja las previsiones para el año en curso. La profecía teórica se está autocumpliendo.

Se utiliza todo tipo de armas para desgastar al contrario. Las derechas españolas son epígonos castizos de la derecha alternativa americana (alt-­right) que representó ese personaje, Steve Bannon, que fue el jefe de campaña de Donald Trump, consejero presidencial del mismo para asuntos estratégicos y miembro nato del Consejo de Seguridad (luego Trump lo echó por demasiado extremista y divisivo) y de los neocons a los que representó Karl Rove, uno de los principales asesores de George Bush II, verdadero teórico de la estrategia de la crispación. En España se trata de que muchos ciudadanos que un día estuvieron cerca de la izquierda (PSOE, Podemos, Izquierda Unida, Equo…) dejen de votar, ya sea porque se sientan desmoralizados ante un clima político permanentemente exacerbado o porque en su decisión de voto pesen más asuntos transversales como Cataluña (en sus múltiples manifestaciones) que las políticas sociales, la distribución de la renta y la riqueza o la ampliación de los derechos civiles de los ciudadanos. Asuntos ajenos a la tradicional dialéctica izquierda-derecha que se atizan con la descalificación permanente y las apelaciones a la razón de la calle, no del Parlamento.

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