La fórmula concreta
Apena que un desastre tan complejo como el venezolano se use como instrumento de la política partidista en América o Europa
John Pierpont Morgan era feo, grande e irascible. Tenía una nariz enorme y amoratada por la rosácea, una voz tronante y un talento fenomenal para los negocios. Para lo bueno y para lo malo, nunca hubo un financiero tan brillante e influyente como él. A través de la banca Morgan fue uno de los fundadores de United States Steel Corporation (entonces la mayor empresa del mundo), AT&T y General Electric. Amasó una fabulosa colección de arte. Resolvió casi personalmente la crisis bancaria de 1907; cuando llegó la gran catástrofe de 1929 ya había muerto. Para explicar cómo tomaba decisiones, tenía una frase: “Ningún problema puede resolverse hasta que se reduce a su forma más simple; la transformación de una dificultad vaga en una fórmula concreta es un mecanismo esencial para el pensamiento”.
Supongo que transformar una “dificultad vaga” en una “fórmula concreta” funciona bien para los negocios. Quizá también para la política. Tengo mis dudas. Si hablamos del periodismo de opinión, eso que perpetramos algunos cuando nos subimos al taburete y soltamos alguna idea que nos pasa por la cabeza, el mecanismo de Morgan resulta un poco arriesgado.
Evidentemente, esto va de Venezuela. Y de cómo una dificultad muy poco vaga, la crisis humanitaria que sufre el país desde hace años, se transforma en una “fórmula concreta” que se ajusta a los prejuicios ideológicos de cada uno. Asombra que haya aún quien defienda a Nicolás Maduro y Diosdado Cabello como próceres de la libertad y la soberanía popular: forman un dúo siniestro al frente de un régimen corrupto e ineficiente hasta el delirio. El sectarismo de algunas izquierdas es casi conmovedor. Atribuyen la actual crisis al ansia imperialista por el petróleo, como si solo ellos se movieran por razones ideológicas, y se quedan tan anchos. Asombra también que se defienda sin matices la autoproclamación como presidente de Juan Guaidó, tan constitucional, pasando de la tragedia a la opereta, como la proclamación de independencia de Carles Puigdemont. Guaidó ha removido las aguas de la ciénaga venezolana. Probablemente hacía falta. Y ahora, ¿qué? Ni Maduro es completamente ilegítimo, ni Guaidó, presidente de la Asamblea Nacional, es completamente legítimo. El chavismo está desacreditado. El único prestigio que puede arrogarse la oposición al chavismo es precisamente el de ejercer como oposición al chavismo.
Apena que un desastre tan colosal y complejo como el venezolano se utilice como instrumento de la política partidista en América o Europa. Harían reír, si la cosa no fuera tan triste, las lecciones que el progresismo internacional imparte a la emigración venezolana: ¿por qué habrán huido del paraíso? Personas que en su vida han pisado Caracas, que desconocen los efectos de la hiperinflación y las dificultades cotidianas para conseguir comida o productos básicos pregonan las bondades del régimen. Quienes reclaman desde lejos un vuelco político no parecen demasiado preocupados por la creciente violencia y el riesgo de que los cadáveres se amontonen. Unos y otros ven fáciles las cosas. Unos y otros disponen de la “fórmula concreta”. Unos y otros, por activa o por pasiva, hacen eso tan feo de apelar al Ejército. Las soluciones sencillas para los problemas complejos suelen acabar formando parte del problema. Las elecciones parecen una opción razonable, pero no creo que, de celebrarse, ofrezcan un espectáculo edificante. Cuando las instituciones están tan degradadas, los resultados electorales también lo están.
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