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IDEAS / ENSAYOS DE PERSUASIÓN
Columna
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Populistas de todos los partidos

El populismo nace del encuentro entre el desencanto y la impotencia ciudadana

Joaquín Estefanía
El presidente electo de Brasil, Jair Bolsonaro.
El presidente electo de Brasil, Jair Bolsonaro.ADRIANO MACHADO (REUTERS)

La joven Alexandria Ocasio-Cortez, recién llegada a la Cámara de Representantes de EEUU, ya ha sido calificada como populista; su mentor, Bernie Sanders, proveniente de Occupy Wall Street, por supuesto. No digamos su oponente republicano Donald Trump. ¿Es hoy la confrontación política, ante todo, una competición entre distintos signos de populismo, entre el “populismo blanco” (de extrema derecha, calificación de Pablo Iglesias en su libro con Enric Juliana Nudo España, Arpa editorial) y el populismo de izquierdas? ¿Se podría adaptar ahora la célebre dedicatoria de Von Hayek en su Camino de servidumbre y hablar de “los populistas de todos los partidos”? Y si es así, la cuestión consiste en determinar hasta qué punto el concepto político de populismo sigue sirviendo para analizar lo que sucede alrededor.

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El populismo surge siempre como reacción. Puede ser aprovechado por las fuerzas conservadoras o progresistas. Los populismos han emergido históricamente en momentos de derrota y declive social, en los que las transformaciones provocan el deterioro en los niveles de bienestar y en las posibilidades vitales de buena parte de la ciudadanía. Hoy existe un descontento generalizado respecto del funcionamiento de las instituciones y una notable indignación por las prácticas corruptas de un número significativo de las élites políticas y económicas; y a ello se añade una sensación de impotencia pública, de inseguridad laboral, de reducción de las expectativas y la dificultad de mejorar la posición social. Así que no es extraño que el populismo haya regresado (El tiempo pervertido, Esteban Hernández, Akal).

Además de los norteamericanos citados, Jeremy Corbyn, Berlusconi, Beppe Grillo, Salvini, Néstor y Cristina Kirchner, Sarkozy, Le Pen, Melenchon, Tsipras, Bolsonaro, Pablo Iglesias, López Obrador, Hugo Chávez… todos ellos han sido explicados con desigual fortuna como populistas. El “los españoles nunca más pagarán el impuesto sobre las hipotecas” de Pedro Sánchez, o el exagerado discurso sobre la emigración (decenas de millones aguardan para entrar en Europa) de Pablo Casado han merecido declaraciones de sus oponentes como casos típicos de declaraciones populistas. Cuando el orden neoliberal es criticado, las opciones alternativas resultan populistas. Todos los que han juzgado, desde uno u otro punto de vista, las políticas de austeridad de la troika y los hombres de negro han pertenecido a la internacional populista.

De tal manera que el populismo ha devenido en una cáscara vacía que se llena poco a poco con los contenidos políticos más diversos y heterogéneos. El populismo como arma de combate político y propagandístico, que trata de estigmatizar al adversario; como una categoría ideológica que en muchos casos califica más a quienes la utilizan que a quienes suelen ser señalados como populistas. Los profesores Fernando Vallespín y Mariám Martínez-Bascuñán se han encontrado con el “síndrome de Cenicienta de Isaiah Berlin”: existe un zapato (el concepto “populismo”) para el que en algún lugar del mundo debe haber un pie; hay todo tipo de pies que casi encajan, pero no nos debemos dejar engañar por esos pies semiajustables al molde. El príncipe está siempre deambulando con el zapato y tenemos la seguridad de que en algún lugar le está esperando un pie llamado populismo (Populismos, Alianza Editorial).

Hacer política en la era de la incertidumbre, en la que la confianza en el futuro se pierde por mor de una crisis económica tan asesina como la que se ha vivido y en la que muchos ciudadanos tienen la certeza de que se les ha dejado por el camino, conlleva la resurrección de los populismos. Unos reafirman la victoria de la economía (que no es democrática) sobre la política (democrática) y para ellos el enemigo del pueblo es el neoliberalismo; otros, entienden que la política mata la eficacia de los mercados, y su enemigo es cualquier intervención del Estado (Geografía del populismo: Un viaje por el universo del populismo desde sus orígenes hasta Trump, varios autores, editorial Tecnos). El populismo , recuerda Rosanvallon, nace de una crisis derivada del encuentro entre el desencanto político y la consciencia ciudadana de su impotencia, de la ausencia de alternativas y de la opacidad del mundo resultante.

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