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De la prueba del crimen a los orígenes de los caribeños

El genetista Antonio Salas halla claves para resolver casos policiales y rastrea la historia de la humanidad en genomas ancestrales

El genetista Antonio Salas, en su laboratorio.
El genetista Antonio Salas, en su laboratorio.

Delroy Grant burló durante 17 años a Scotland Yard a pesar de que sus crímenes no eran para nada perfectos, porque era un tipo descuidado que iba dejando rastros de semen y otros restos genéticos. El mayor violador en serie de ancianas y ancianos del Reino Unido terminó cayendo al fin cuando un grupo científico en el que participaba el genetista gallego Antonio Salas Ellacuriaga rastreó en el ADN del agresor un cóctel de genotipos con ingredientes europeos y africanos, pero también heredados de nativos americanos, concretamente caribeños.

De golpe, con este perfil, en 2009 el universo de sospechosos de haber atacado, se dijo entonces, hasta a 108 vecinas y algún vecino de entre 68 y 93 años en la zona sur de Londres se redujo drásticamente y acabó precipitándose la llamada Operación Minstead. El misterioso Night Stalker, el "acosador nocturno" que ninguna víctima había podido describir ni identificar, resultó ser un lugareño más, de 52 años, pero con antepasados al otro lado del charco. No había tantos individuos que cumpliesen con este árbol genealógico en el barrio.

"La información genética sobre los ancestros es cada vez más importante en criminología", defiende Salas, profesor de Medicina en la Universidad de Santiago (USC) y miembro del Instituto de Ciencias Forenses Luis Concheiro de Compostela al lado de eminencias mundiales como Ángel Carracedo. Cuanto mayor sea el banco de datos sobre los genomas humanos más al alcance de la mano estará el trazar el retrato robot fiable de un malhechor.

Por muy lejanos que estén dos episodios en el tiempo, un hilo invisible puede estar uniendo un delito actual y unos restos óseos de muchos siglos atrás rescatados de una cueva. En ese afán por desentrañar el presente y al mismo tiempo leer la historia de la humanidad que no ha quedado escrita en ningún libro pero sí grabada en nuestro ADN, Antonio Salas ha perseguido, por ejemplo, el linaje humano de momias como la del niño inca que apareció en el Aconcagua o la de Ötzi, el hombre de los hielos tirolés. También ha investigado genéticamente el viaje trasatlántico de los esclavos africanos desde hace 300 años, y ahora acaba de participar con la Universidad de Copenhague en la secuenciación del genoma nativo del Caribe más antiguo que se conoce. A partir de unas piezas dentales de más de mil años, han obtenido el perfil completo de una mujer que vivió en una pequeña isla unos 500 años antes de la llegada de Colón.

Cuanto mayor sea el banco de datos sobre los genomas humanos más al alcance de la mano estará el trazar el retrato robot fiable de un malhechor

Esta caribeña que vivió entre los siglos VIII y X en la isla Eleuthera (Bahamas) pertenecía a la etnia de los taínos, tenía un físico semejante al indígena amazónico y su ADN se ha conservado de milagro hasta hoy dentro de la caverna: "Las condiciones del Caribe, con un ambiente húmedo y unos suelos extremadamente ácidos" hacen casi imposible la obtención de información genética, comenta el profesor de medicina. "Extraer ADN de restos óseos tan mal conservados es tremendamente complejo", continúa explicando, "sin las nuevas tecnologías de secuenciación masiva, sin los avances computacionales, habría sido imposible obtener resultados de este tipo de restos arqueológicos".

Para estudiar un genoma recién conseguido es necesario cruzar su imagen con otros muchos miles que se guardan en el banco de datos y que ayudan a enmarcar los resultados en el tiempo y en el territorio. "Hace 15.000 o 16.000 años, los pobladores del norte del continente americano empezaron a desplazarse hacia el sur por ambas costas. Hace unos 2.500, sus descendientes se extendieron por los archipiélagos del mar Caribe", pero "no procedían de Centroamérica", la tierra firme más próxima, sino de un poco más abajo: "de Brasil y Venezuela".

Las conclusiones del equipo que ha secuenciado el primer genoma completo de una nativa caribeña (también integrado por investigadores estadounidenses, británicos y otro español de la USC, Alberto Gómez Carballa) se publicaron ayer en la revista de Estados Unidos Proceedings of the National Academy of Sciences. La mujer de la isla Eleuthera, cuyas piezas dentales fueron sometidas a pruebas de radiocarbono 14, se parecería mucho a las habitantes que se toparon los conquistadores al pisar tierra. Su ADN aún pervive en la población actual de Puerto Rico, con "entre un 10% y un 15% de nativo americano y el resto compuesto por un mosaico de origen europeo y africano", apunta Salas. Hoy el grado de mestizaje es muy alto, y comenzó progresivamente nada más llegar los españoles.

La génesis, la historia y la extinción de los pueblos, engullidos y asimilados cultural y biológicamente tras el desembarco de los colonizadores, se puede ir construyendo con la arqueología, la lingüística y la genética. Salas trata de leer estos capítulos de la humanidad tanto en el ADN de las poblaciones actuales como en el de los ancestros, "un reto que hasta ahora, en restos del Caribe, no se había podido alcanzar". El grupo indígena mayoritario estaba representado por los taínos, que habitaban las islas que hoy forman las Bahamas, Antillas Mayores (Cuba, Jamaica, República Dominicana, Haití, Puerto Rico) y el norte de las Menores. Gracias a la secuenciación del genoma obtenido a partir de los dientes de hace un milenio se puede saber más sobre el modo de vida de estos pueblos.

Por ejemplo, a pesar de que la isla Eleuthera es montañosa y pequeña, de solo 518 kilómetros cuadrados, el genoma no evidencia que existiera una fuerte endogamia o signos de aislamiento poblacional. Al contrario, Salas señala que por la "arquitectura" de los bloques que conforman el ADN se puede calcular que la comunidad estaba formada por "unos 1.600 individuos, solo contando los reproductores".

El resultado ha llamado mucho la atención de los científicos, porque es una cifra superior a la población actual de grupos del continente americano como los surui o los karitiana. La conclusión es la de que existía "una gran movilidad e intercambio entre islas próximas", una suerte de redes regionales que "favorecían la transmisión de conocimientos y también de genes", dice el profesor de medicina. Esto encaja con los estudios arqueológicos que revelan una intensa vida comercial en el Caribe antes de la llegada de Colón.

A todo ello se suma la huella lingüística. No se sabe cómo se expresaban los taínos que habitaban las islas hace mil años, pero según el profesor gallego la mujer identificada presenta un genoma semejante al de poblaciones de la costa del sur de América que "utilizan lenguas arahuacas". Hoy hay casi 700.000 hablantes desde los Andes hasta el Caribe, pasando por la llanura amazónica, Paraguay, Guyana o Venezuela. El español le debe a estas lenguas voces como tiburón, caimán, canoa, boniato, colibrí, hamaca, iguana, carey, maíz, caníbal y, por supuesto, cacique, que ya no es el jefe de la tribu indígena, pero según en dónde sigue estando muy presente.

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