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Estuve un mes sin probar ni una gota de alcohol y me pasó esto

Apenas bebe una copa de vino en la comida y alguna cerveza los fines de semana. Pero quiere llevar una vida más sana. Y adelgazar, claro. Así fue su reto

"A lo largo de un mes se producen situaciones, generalmente de índole social, que invitan a descorchar una botella o tomar una caña. Yo me he propuesto no caer en la tentación". Imagen: archivo de banco de fotografías.
"A lo largo de un mes se producen situaciones, generalmente de índole social, que invitan a descorchar una botella o tomar una caña. Yo me he propuesto no caer en la tentación". Imagen: archivo de banco de fotografías.Istock

No malinterpretes el titular: no es una declaración tipo “alcohólicos anónimos”. Soy lo que la Organización Mundial de la Salud denominaría un bebedor “moderado”, alguien a quien simplemente le gusta tomar una copa de vino en las comidas. No bebo licores ni combinados. Y cuando salgo “de cañas” no paso de dos. Quiero creer, además, que ese consumo responsable es bueno para la salud. Confío en la Clínica Mayo (EE. UU.) cuando sugiere que los polifenoles del vino, cuando se consume con mesura, protegen el corazón. También me creo ese estudio que dice que los bebedores moderados viven más que quienes no beben nunca.

Algún lector podrá pensar que estar un mes sin probar alcohol no tiene mérito: hay gente que nunca bebe. Sin embargo, las cifras demuestran que la mayoría sí lo hacemos. Según el último informe Alcohol, tabaco y drogas ilegales en España, del Ministerio de Sanidad, el 64,4 % de los españoles ha bebido alcohol en los últimos 30 días. Hasta el más estricto se toma un vinito en una cena.

"Lo he hecho por tres razones: adelgazar, sentirme más sano y ágil, y comprobar, sencillamente, si puedo resistir la tentación"

Yo me he privado incluso de eso, durante un mes, por tres motivos. Uno, adelgazar. Soy la clase de persona a la que todo el mundo dice: “Si tú no estás gordo”, pero sabe secretamente que lo está. Si dejo de tomar dos copas de vino estaré cerrando la puerta a 150 calorías. Como no soy de comer con agua, recurriré a la cerveza sin alcohol, que tiene 26 calorías por cada 100 gramos —la mitad que la convencional—, según la Base de Datos Española de Composición de Alimentos (BEDCA).

La segunda razón es averiguar si uno se siente más sano, ágil, enchufado o inspirado. La tercera es comprobar, sencillamente, si resistir la tentación es posible. A lo largo de un mes se producen situaciones, generalmente de índole social, que invitan a descorchar una botella. Así he ido superándolas.

Paso cabizbajo por el pasillo de los vinos

A diferencia de las frutas y verduras, comprar vinos en el supermercado siempre me ha parecido una experiencia muy satisfactoria. El tiempo se detiene mientras selecciono añadas, inspecciono variedades y admiro etiquetas. Tanto, que una vez en pleno proceso recibí un WhatsApp que ponía: “¿Te ha pasado algo? Llevo media hora esperándote en las cajas”. Era de mi pareja, y sospecho que no se interesaba por mi salud.

Ahora, en cambio, evito cabizbajo el pasillo de vinos y licores y recalo en el de las cervezas, donde no hay mucho que seleccionar, inspeccionar o admirar. Eso sí, antes me he informado de la cuando menos curiosa nomenclatura: cuando pone “sin” quiere decir “con”, y cuando dice “0,0” quiere decir “sin”. Sí, amigo, la cerveza sin alcohol tiene alcohol (menos del 1 %, por ley). Como el reto va de no tomar ni una gota, arramplo con dos packs de seis de “0,0” que, espero, me den para toda una semana.

Mis nuevos y sanos brebajes

Llámame práctico, pero una cosa buena que tiene beber directamente de una lata es que luego no hay un vaso que fregar. Ese pensamiento cruza mi despejadísima mente el primer día de abstinencia. A continuación, mientras degusto este brebaje sin una sola traza de alcohol, encuentro que sabe bastante bien.

"Llámame práctico, pero una cosa buena que tiene beber directamente de una lata es que luego no hay un vaso que fregar. Ese pensamiento cruza mi despejadísima mente el primer día de abstinencia"

Otras consideraciones de orden logístico incluyen que la cerveza, obviamente, hay que guardarla en el frigorífico (no así el vino), lo que te obliga a estar pendiente de una cosa más en la cocina (no tener cervezas frías podría llegar a ser un drama, aunque sean de las que no emborrachan). Además, compruebo extasiado cómo el montón de botellas vacías de vino, que de normal crece con pasmosa rapidez, se ha quedado estancado, y eso está muy bien, porque como hay que tirarlas en un contenedor especial, a veces no me acuerdo de bajarlas y terminan así, tristemente amontonadas, lo que da una imagen lamentable.

El camarero nota que me sudan las manos

Aprovechando que tengo que leer varios libros para un artículo, decido apostarme en una terraza, que para eso estamos en primavera. Cuando viene el camarero, me entran dudas: quiero pedir una “0,0”, no una “sin”, pero si especifico tanto, ¿no quedaré como uno de esos tiquismiquis que piden el café con leche templada, semidesnatada, en vaso y con sacarina?

Siempre he pensado que son unos desalmados, y eso que nunca he trabajado en el gremio de la hostelería. Cohibido, pido una “sin”. Por suerte, el camarero, que ha debido de notar cómo me sudaban las manos, me trae una “0,0”, que es lo que yo quería. Pero la acompaña de tres tapas. “Tío —me dan ganas de decirle—, quiero adelgazar, ¿lo pillas?, no hincharme a patatas fritas, aceitunas y ensaladilla”. Paso de las dos primeras, pero me zampo la ensaladilla.

Quedo con los colegas y...

Quedo con tres viejos amigos a los que hacía cuatro años que no veía; excepto uno, todos periodistas que hemos conocido días mejores. Nos citamos en un restaurante de hamburguesas y costillas (de los que frecuentábamos hace 15 años) y la nostalgia parece que habilita el consumo de birra.

"Cuando pido mi '0,0', un amigo me secunda con otra, el tercero se pide un refresco 'zero' y el cuarto se desmarca con agua. ¡Dios, sí que estamos en horas bajas!"

Flipo bastante, porque cuando pido mi “0,0” (ya he aprendido), uno de ellos me secunda con otra, el tercero se pide un refresco zero y el cuarto se desmarca con agua. ¡Dios, sí que estamos en horas bajas! Dado el ambiente de compadreo que se respira, me asalta otra duda. ¿El tercio de cerveza sin alcohol se puede beber también a morro, en plan guay? No hay nada que lo impida, ¿no?, así que ni corto ni perezoso agarro mi botella y me la llevo a la boca. Y luego me paso el dorso de la mano, ¡yeah!

Comida con vino sin alcohol (ay, madre)

Antaño, cuando vivía mi padre, yo solía llevar a las comidas una botella de vino que nos ventilábamos entre los dos. Ahora la sigo llevando, y suelo dejarla más o menos por la mitad (los domingos son un día especial). Como ando metido en este experimento, recurro al vino sin alcohol, del que me han hablado fatal. Igual no es para tanto. Si la cerveza sin alcohol está decente, ¿por qué no va a estarlo el vino?

Mi relación con este producto singular empieza mal: tardo 20 minutos en localizarlo en el súper (y con ayuda de un empleado). Cuando lo llevo a la mesa, mi cuñada suelta: “¿Pero el vino sin alcohol no es mosto?”. Todos a los que hablo de esta bebida en la que tengo puestas grandes esperanzas me dicen lo mismo. Salgo en su defensa enarbolando la etiqueta: han cogido vino normal, y mediante un proceso complicadísimo le han quitado el alcohol. Pero a la hora de catarlo… ¡ay! Está malísimo. No es que no sepa a vino, es que ni siquiera sabe a zumo. Recuerda a esos insípidos y aguados licores sin alcohol. Retiro educadamente la botella de la mesa y le pregunto a mi madre si, por casualidad, no tendrá una cerveza “sin” en la nevera. Y sí, tiene una solitaria lata de “sin”, que doy por buena.

"Como ando metido en este experimento, recurro al vino sin alcohol, del que me han hablado fatal. Igual no es para tanto. Si la cerveza sin alcohol está decente, ¿por qué no va a estarlo el vino?"

De ¿cañas? con los papás del cole

Es de sobra conocido el potencial del alcohol como lubricante social. De hecho, los bebedores “sociales” tienen más amigos, según un estudio de la Universidad de Oxford (Reino Unido) publicado el pasado diciembre. Las quedadas de los viernes por la tarde en el parque parecen confirmarlo: son una mera excusa para que papás y mamás nos demos a la cerveza mientras los niños se descalabran en el tobogán. Ahora que no bebo, ¿me quedaré callado, excluido? Pido una 0,0. Y no, no me quedo callado ni excluido, incluso me noto más alerta que otros viernes cuando a las once ya empiezo a bostezar.

Cena accidentada en pareja

A nadie en su sano juicio le entra en la cabeza regar una buena cena (jamón del bueno y viandas similares) con otra cosa que no sea vino. Pero aquí estoy yo con mis cervezas “0,0”, que ya compro por cajas de 24, puesto que ya me he acostumbrado tanto a ellas que me tomo una tras otra, sin pestañear. ¡Como no engordan…! Sí, me he convertido en un adicto. Cuando en mitad de la cena me levanto a por la segunda, y luego a por la tercera, mi pareja no me mira mal, como cuando me servía más vino. Pero tanta cerveza tiene dos consecuencias, ninguna agradable. Una es que no paras de ir al baño, y después de cuatro veces terminas orinando un líquido completamente incoloro, pero no por ello menos apremiante. La otra, que produce muchísimos gases. Tantos como para que uno busque un momento de soledad a toda costa antes de meterse en la cama.

Conclusión de mi mes sin alcohol: ¿he adelgazado?

- Como decido no pesarme hasta el final, interpreto el hecho de sentirme más ligero como una buena señal. Soy capaz de subir y bajar las escaleras de casa con un alegre trote adolescente (aunque también es verdad que vivo en un primero).

- Psicológicamente me siento reforzado: haber sido capaz de mantener el reto me sube la autoestima.

"Psicológicamente me siento reforzado: haber sido capaz de mantener el reto me sube la autoestima"

- Un efecto inesperado es que mi interés por el vino ha menguado considerablemente, quien sabe si también debido a que el calor invita a tomar bebidas frías.

- Cuando me subo a la báscula me llevo un disgusto tremendo: peso más o menos lo mismo que 30 días atrás. Paso por todas las etapas estudiadas por la psicología para las malas noticias (negación, ira, aceptación, etc.) en el transcurso de cinco minutos, y luego lo comprendo: sí, he desterrado el alcohol, pero mi dieta no ha cambiado en nada más.

Leo que las calorías de la cerveza convencional proceden en su mayoría del alcohol, mientras que las de la “sin” vienen en un 85 % de hidratos de carbono. Le pregunto qué significa esto a Roberto Cabo, nutricionista y autor de La dieta ALEA: “Hay dos tipos de carbohidratos: los complejos (legumbres, arroz, pasta…) y los sencillos, llamados también azúcares (dulces, pasteles…). Al retirar el alcohol, las calorías que vamos a tomar procederán de azúcares, pero serán muy pocas si es un consumo puntual”, responde.

¿Mi consumo ha sido puntual? No. ¿Debería haber sustituido la cerveza por agua? Ups, no demos ideas.

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