El ave fénix de los fogones
En pleno proceso de paz, Colombia muestra con orgullo una gastronomía naciente, basada en sus raíces y que simboliza la diversidad cultural de sus gentes y lugares Hablamos con tres de los protagonistas de este despertar
Una nueva Colombia está despertando y abriéndose al mundo después de años encerrada sobre sí misma, bajo el caparazón oscuro de la guerra y la inseguridad. Es esta Colombia que avanza lentamente hacia la paz la que también ha abierto las puertas de su cocina, orgullosa de su riqueza de sabores, nacidos de sus raíces indígenas y que hoy brotan en forma de gastronomía de vanguardia. Los ingredientes populares se fusionan con las nuevas técnicas para alumbrar ese camino que va de la cultura a los platos. La diversidad del pueblo colombiano, un batido de muchas influencias, se traduce en el mantel, que cambia de un sitio a otro, de Cali a Bogotá, de Medellín a Cartagena, como cambian sus gentes y sus paisajes.
Los miedos que ataban a los propios colombianos hasta para moverse de una ciudad a otra se han esfumado. El proceso de paz ha cambiado la mirada del país sobre sí mismo y del extranjero sobre la nación. Y de la mano de su cocina, menos internacional que la de Perú o México, pero igualmente rica. La revolución la conduce un grupo de cocineros que sin renunciar a las esencias (unos más que otros) las han vestido con las técnicas modernas, la innovación y la investigación para poner a Colombia en el mapa gastronómico mundial. Juan Manuel Barrientos, Leonor Espinosa, Jorge Rausch…
“A través de nuestras raíces queremos proponer una nueva Colombia. Nosotros somos el reflejo de ese nuevo país”, resume Juan Manuel Barrientos (Medellín, 31 años), el chef propietario del restaurante El Cielo, en Medellín, además de otros dos en Bogotá y Miami. Barrientos, cabeza y brazo tatuados, mirada directa, como sus palabras, y mucha seguridad en sí mismo, es el exponente más joven y descarado del nuevo menú. “La cocina colombiana pasa por el hecho de que el país está en un gran momento. Tenemos restaurantes a la altura de los mejores del mundo. Los ojos están puestos en Colombia porque somos el ave fénix. Nos hemos dado cuenta de la fuerza que tenemos como equipo”.
Lo antiguo y lo transgresor se dan la mano en los platos de Barrientos. A través del aprendizaje con indígenas utiliza la gulupa, una fruta roja amazónica parecida al maracuyá, para hacer una vinagreta, y las nueces de choibá. Pero también convierte la comida en una experiencia más allá del sabor. El cliente ha de poner las manos formando un cuenco. El camarero vierte en ellas chocolate blanco líquido y caliente, y pequeños y blandos trozos de fresa. Después de frotarse las manos como si fuera jabón, el plato consiste en chuparse los dedos. Literalmente. En otro momento de la noche, la mesa se cubre del humo del nitrógeno líquido mientras se degusta un sorbete, y el postre estalla en la boca. “Yo cocino mis raíces y cocino para sorprenderme”, explica Barrientos. “Por ejemplo, el quesito y la guayaba son tradicionales para mí, pero servidos jugando con el frío…, sorpresa. Innovamos. La misión es enaltecer la cocina colombiana a través de una reinterpretación, como Arzak, elBulli… Es innovar basándose en la raíz. Hay una cocina colombiana que no se conoce, la de regiones más cerradas”.
“El Cielo es una apuesta moderna y colombiana, una fusión del subsuelo popular con la vanguardia y las influencias de todo el mundo”, añade Barrientos, que abrió el restaurante en 2007 después de dejar los estudios de Ingeniería por la gastronomía. Ese mismo año creó la Fundación El Cielo para “cocinar la paz de Colombia”. Exguerrilleros y exsoldados heridos en combate cambian las armas por los fogones, aprenden a cocinar y se cuentan las verdades a los ojos en sesiones de perdón y reconciliación.
Barrientos es pura dinamita. Aunque la cocina no fue su primer amor. Tampoco el de Jorge Rausch (Bogotá, 44 años). “¿Me puedo hacer una foto con usted?”, le pregunta un joven a la entrada del restaurante Criterion, en la capital del país. Es lunes por la noche, el día más flojo, pero está bastante lleno y Jorge Rausch no para quieto ni un segundo. Atiende a El País Semanal, mira el teléfono, entra y sale de la cocina, otea cada plato y culebrea entre las mesas posando para la cámara. Es uno de los personajes de moda entre los fogones nacionales, por las creaciones en sus locales (cuatro en Bogotá, uno en Medellín, uno en Barranquilla, dos en Cartagena y uno en San José, Costa Rica; cinco suyos y cuatro franquicias) y por su aparición en MasterChef Colombia.
A través de nuestras raíces, queremos proponer una nueva Colombia. Somos el reflejo de este nuevo país
Criterion es el nombre de un teatro inglés, herencia de sus años trabajando en Londres. Rausch (apellido de origen austriaco; los bisabuelos eran panaderos) se aburrió de cursar Economía y copió la afición de su hermano pequeño Mark, pastelero. Hace 12 años ambos regresaron a Colombia (Mark desde Canadá) y fundaron Criterion. Otro hermano, Ilan, es el gerente. “La idea era ser los mejores de Colombia, alta cocina”, expresa Jorge Rausch. Su punto de partida no es tanto una propuesta arraigada en la cultura popular como un menú internacional, innovador, con una estética muy cuidada, programada. “Puede haber una idea de recuperar la tradición en la cocina. Y se puede tener una visión de usar los productos locales o no. Ambas son válidas. La gastronomía no es solo lo que hay hacia atrás, sino lo que se hace hacia delante”, expresa.
Esa marca diferenciadora es por ejemplo el uso del pez león. De una plaga, Rausch ha hecho una marca de identidad. El pez león es vistoso, colorido, atractivo. Es una especie nativa del sureste asiático que ha cruzado el mundo para instalarse en el Caribe.
Allí, en aguas cálidas y sin ningún predador natural a la vista, se ha multiplicado sin control y se ha convertido en un cazador de las especies más frágiles. Hasta el punto de amenazar el equilibrio del ecosistema marino. Pero el chef colombiano ha aprovechado la plaga para servir el pez león en un suculento plato. De carne blanca, de sabor cercano a la langosta y con muchas formas de preparación, Rausch habla de sustituir el mero caribeño, mucho más escaso, por este curioso ejemplar que gustó al expresidente estadounidense Bill Clinton y recogió el favor de su fundación. “De una necesidad social hacemos cocina colombiana”, presume el cocinero.
La estética de Rausch se corona a la hora del postre. Un camarero desnuda la mesa y cubre la madera con una especie de mantel de silicona. Entonces comienza la creación. Bajo la mirada de Rausch, el ayudante dibuja el postre paso a paso, colocando cada ingrediente sobre blanco como si fueran los trazos de una pintura. Frutas, helados, pequeños pasteles, surcos de sirope…, un espectáculo visual que los clientes registran con sus teléfonos. “La cocina tiene que ser como el arte”, dice Rausch; “como es tan nueva, está evolucionando muy rápido. Tratamos de que esto se acerque al arte. Este oficio tiene unas reglas. Y cuando lo vemos desde el ámbito artístico, cambian las normas. Las tendencias hace 10 años eran más marcadas. Ferran Adrià era lo máximo. Hoy hay menos referentes únicos, más posibilidades. Las modas pasan mucho más rápido”, afirma Rausch, que trata de poner a Colombia en el mapa y recuperar el terreno perdido ante algunos vecinos. “La cocina en Perú y en México no diría que están más desarrolladas, pero sí que han sabido comercializarse más y mejor, ser más conocidas en el mundo. Nosotros vamos empezando en este aspecto, que es también una gestión de gobierno”, afirma.
¿Qué vende Colombia para ser diferente? “Lo que nos diferencia es la disponibilidad de los productos para cocinar, y aquí tenemos frutos mejores que en cualquier otra parte, tenemos dos océanos, una cultura negra, una indígena, una española, que hace que lo que aquí se cocina sea diferente a lo del mundo. La mezcla cultural es muy distinta a la de Perú, por ejemplo, que no tiene emigración negra. Somos países de emigrantes, como mi familia, y eso hace que la cocina colombiana tenga una diversidad cultural y además una gran riqueza de ingredientes. Es el país con mayor heterogeneidad del mundo. La variedad se traslada a los fogones. La cocina colombiana es un algo, y ese algo general se refleja en algo individual. Cada cosa que nos hace distintos nos hace especiales”, comenta Rausch.
El chef maduró en Londres, “tan caliente en los noventa como lo es hoy España, allí pasaba todo”, ha aprendido en sus viajes y en la Red, y ha germinado en Bogotá. “Hoy toda la información está al alcance de cualquiera y eso hace que se iguale mucho. Somos muchos los cocineros en América Latina que nos hemos capacitado, aprendimos fuera y con toda la información en Internet hemos estudiado, investigado y nos hemos igualado a lo que pasa en Europa. Con la fortuna de poderlo hacer con nuestra cultura, nuestros productos y nuestra idiosincrasia. Eso hace que tengamos un resultado distinto al que tienen allá. Bogotá es muy cosmopolita. No pasa lo que pasa en Lima o en Roma, donde hay cocina peruana e italiana. Aquí somos mucho más abiertos. Bogotá es como Nueva York”.
Mientras Rausch salta hacia delante, Leonor Espinosa (Cartagena, 52 años) regresa al pasado para tomar impulso hacia ese futuro. Todo está en la cultura popular, en la recuperación de los sabores primitivos. La arepa, el ajiaco, el sancocho…, lo original repensado. Empezando por el local de su restaurante –llamado Leo, Cocina y Cava–, en una calle en Bogotá que “recuerda a épocas coloniales”, junto a la plaza de toros. “Yo soy de Cartagena y añoraba esos espacios que evocan recuerdos. Por eso este sitio”, explica Leonor Espinosa, los rasgos caribeños, el hablar pausado y la mirada viajera. Leo ha desandado sus pasos para repescar de las comunidades indígenas las recetas de tantos años, los ingredientes y sus secretos. Luego una presentación internacional lleva esos platos de antaño a la cocina moderna. Son viajes a plazas, a restaurantes de barrio, a las casas de la gente convertidas en laboratorios culinarios. “Esa es la cocina de Colombia. Rescatamos las raíces de la cultura indígena a través de los platos”, cuenta. La cerveza tradicional, el café afroamericano, el regaliz, las hormigas culonas que crujen en la boca como condimento… “La huella colombiana es popular, no tiene otro significado. Yo quería mostrar que es tradición y que tiene producto. Somos el segundo país con más biodiversidad del mundo, tras Brasil, con 55.000 especies botánicas. Este restaurante se nutre de vivencias, de convivencias e investigaciones con etnias indígenas, campesinas. Mostramos productos de esas comunidades, generamos un comercio justo, les hacemos vivibles”.
Las frutas y verduras mezclan la geografía, la cultura y la cocina. “Hay otros mundos distintos al que vemos, con otras condiciones de vida que están ligadas a la alimentación”, dice Leonor. Por ejemplo, la costumbre de envolver la comida o ahumarla para conservarla durante más tiempo, una necesidad de las comunidades antiguas dado el relieve montañoso del país y los largos viajes que eran necesarios. Esa conservación natural gracias a 200 variedades de hojas del país también está en las recetas de Leonor. “Tenemos potencial para ser culinariamente grandes como país. Es ridículo que con todo lo que tenemos no podamos ser más. Colombia tiene un recetario tradicional muy vasto, por lo que significó el mestizaje. Ahora puede ser una sorpresa para el mundo si somos un gran movimiento de cocineros. Se conoce la cocina popular, nos falta generar la moda, la tendencia de innovar. Siempre hemos sido un país que miramos hacia fuera y lo de fuera nos parece mejor. Necesitamos ese orgullo por la comida como lo tenemos por el fútbol, y si conseguimos eso, nos va a disparar. Aún estamos creciendo con las propuestas de otros países, faltan las nuestras”, remata mientras degusta un heladito en su restaurante, que está a punto de cumplir 10 años.
Son tres personalidades diferentes las de Barrientos, Rausch y Leonor. Tres ciudades (Medellín, Bogotá y Cartagena) y tres generaciones, pero una misma raíz que ha crecido de maneras distintas. Y un mismo orgullo por una cocina que, como el país, quiere mostrar su esplendor al mundo.
elpaissemanal@elpais.es
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