El ‘tour’ de los poetas muertos
Una idea anida cada cierto tiempo en las mientes de los políticos: abrir las tumbas de los poetas fallecidos allende las fronteras para repatriarlos
En el platónico topus uranus revolotea contumaz una idea que cada cierto tiempo anida en las mientes de los políticos o quizá de sus asesores. A saber, abrir las tumbas de los poetas fallecidos allende las fronteras para repatriarlos con honores y así apuntalar la identidad nacional, la marca ciudad o cualquier cosa que se tercie menos la lectura de las obras de tales poetas. El último en proponer algo semejante ha sido el Consejero de Cultura de la Junta de Andalucía, quien ha dejado caer que Antonio Machado no debería estar enterrado en Colliure sino en Sevilla. ¿Sabrá el Consejero que su idea ya la llevó a cabo el régimen franquista cuando repatrió los despojos de Juan Ramón Jiménez sepultados en Puerto Rico?
Hace unos años María Kodama impidió que el gobierno peronista de los Kirchner trasladara los restos de Borges de Ginebra a Buenos Aires, tal como Georgette Vallejo se enfrentó a los militares peruanos que quisieron sacar a César Vallejo de Montparnasse para enterrarlo de nuevo en el Perú, lejos de su amado Baudelaire. ¿Qué ocurriría si los restos de todos los poetas o escritores sepultados lejos de sus terruños fueran requeridos por ministros, alcaldes y consejeros? Joseph Conrad sería exhumado de Canterbury para volver a Polonia, John Keats despoblaría su tumba romana para ocupar una nueva en Londres y Eugene Ionesco terminaría devuelto en Rumanía, igual que tantos compatriotas suyos deportados por el gobierno francés. ¿Quién nos asegura que los nacionalistas irlandeses no reclamen algún día los escombros aterrados de Wilde, Joyce y Beckett? Si Putin se encaprichara en repatriar a su tocayo Nabokov enterrado en Montreux, ¿quién se atrevería a decirle que no? El tour de los poetas muertos sería interminable: de Rimbaud a Salinas y de Kipling a Graves, pasando por Cortázar y Bolaño.
El poeta y librero Abelardo Linares considera que la abundancia de poetas muertos por todo el mundo es consecuencia de la universalidad de sus obras. “Los grandes poetas son como los grandes pintores” –razona Linares- “¿Por qué hay pinturas de Velázquez en los mejores museos del planeta? Porque es un pintor universal. En cambio, si su pintura no hubiera salido de Sevilla apenas sería un correcto pintor local”. Por lo tanto, si la tumba de Machado está en Francia –como la de T. S. Eliot en Londres o la de Thomas Mann en Zurich- no es casual que sus versos formen parte de la memoria sentimental de miles de lectores de todo el mundo.
Sin embargo, puestos a hacernos la idea de que el traslado de Machado sea del todo inevitable, uno se pregunta por qué sus restos tendrían que ser llevados a Sevilla –de donde se marchó con ocho años- y no a Soria, Baeza o Segovia donde su rastro poético y vital es todavía visible. Y puestos a hacernos la idea de que el Consejero de Cultura sólo desea recuperar para Andalucía a uno de sus grandes autores, ¿por qué no Luis Cernuda, que yace en el Panteón Jardín de México?, ¿por qué no Manuel Chaves Nogales, sepultado en una tumba sin nombre en Fulham Cemetery?, ¿y por qué no Blanco White, perfumado de lilas en Roscoe Memorial Gardens? En Liverpool todavía recuerdan con perplejidad a los diecisiete políticos sevillanos que viajaron en 1984 para colocar una placa sobre la tumba de Blanco White.
¿Y si esa fuera la intención del Consejero? ¿Repatriar los restos de Machado para acabar con el rumboso turismo de los políticos? Vale, pero sospecho que la carísima y numerosa comitiva oficial de ignaros, advenedizos y oportunistas abochornaría al austero don Antonio.
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