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Cómase a los feos

El movimiento ‘ugly food’ lucha contra el derroche de alimentos y gana adeptos en Europa

Laura Delle Femmine
'Verano', pintura de Giuseppe Archimboldo.
'Verano', pintura de Giuseppe Archimboldo.

Calabacines gigantes, naranjas abultadas, berenjenas con doble punta. Algo difícil de encontrar en la mayoría de las estanterías de los supermercados, donde abundan productos geométricamente perfectos y de aspecto reluciente. En un mundo en el que una de cada nueve personas sufre hambre a diario y se desperdicia un tercio de los alimentos producidos cada año —1.300 millones de toneladas, de acuerdo con la FAO—, el movimiento bautizado ugly food (comida fea) o ugly veggies (vegetales feos) intenta propiciar el consumo de frutas y hortalizas que, de otra manera, acabarían desperdiciándose por no respetar los “cánones estéticos” exigidos por los establecimientos comerciales. La idea es cambiar la mentalidad del consumidor y ayudarle en la cesta de la compra con alimentos a precio rebajado.

Lucha contra el desperdicio alimentario

La pérdida de alimentos se produce en todas las fases de la cadena alimentaria, desde la producción hasta la manipulación, distribución y consumo. Tanto a nivel nacional como internacional han nacido diferentes iniciativas dirigidas a reducir el desperdicio de comestibles y construir un mundo más sostenible.

En España, existen diferentes proyectos para luchar contra el despilfarro de alimentos. En la fase primaria, es decir la producción, existen iniciativas como Huertos de Soria o Proyecto Sancho Panza, dirigidas a ayudar a colectivos en riesgo de exclusión social. Proyecto Cleanfeed, Cuina Furtiva o el convenio entre Lactalis y la Federación Española de Bancos de Alimentos trabajan para reducir la pérdida de comestibles en la fase de manipulación, gestión y almacenamiento. A nivel de distribución, las principales cadenas de supermercados han adoptado diferentes estrategias dirigidas a reducir el despilfarro, como trabajar en colaboración con los bancos de alimentos, racionalizar los pedidos para evitar excedentes o recoger alimentos que no son aptos para la venta pero sí para el consumo.

“Si las frutas se han chocado en el árbol, tienen un puntito o un roce, ya no valen. La central hortofrutícola o las cooperativas hacen una selección y lo que no sirve suele destinarse a alimentación animal”, explica Lorenzo Ramos, secretario general de la Unión de Pequeños Agricultores y Ganaderos (UPA). Ramos explica que, en épocas de superproducción, los estándares de calidad exigidos para la comercialización se endurecen aún más. El año pasado, cuando una abundante cosecha se juntó con el veto de Rusia a las exportaciones, “fue difícil porque no había suficiente demanda”, recuerda el productor. “Normalmente hay convenios con la industria para convertir los productos en almíbares o conservas. Pero hay casos donde no es suficiente”, explica.

Aunque en España el movimiento de la comida fea no haya despegado todavía, sí que en Europa —en particular en Alemania, Francia y Reino Unido—, han nacido varias iniciativas relacionadas con esta corriente para sensibilizar al consumidor. Desde la cooperativa portuguesa Frutafeia, que opera desde finales de 2013 para salvar toneladas de frutas y hortalizas que no respetan la estética “común”, hasta la campaña Inglorious fruit and vegetables lanzada por los supermercados franceses Intermarché, que ofrecen productos “imperfectos” con un 30% de descuento. En Alemania, Culinary Misfits —cuyo eslogan es Come toda la cosecha— recupera y revende los productos que no serían aprovechados por presentar características “anómalas”, mientras Ugly Fruits persuade a los consumidores para que los vegetales con formas no convencionales entren a formar parte de su dieta. Hasta uno de los cocineros más mediáticos de Reino Unido, Jamie Oliver, se ha sumado a la campaña a favor de los “vegetales torcidos”, iniciativa que ha sido recogida por la segunda cadena de supermercados británicos.

En los países industrializados, una gruesa parte de la pérdida de alimentos —hasta un 40%— se produce en la venta minorista y en el consumo, según detalla la FAO. La agencia de la ONU calcula que el derroche de comida propiciado por los ciudadanos procedentes de estas áreas geográficas llega a rebosar los 220 millones de toneladas por año, casi la misma cantidad de alimentos producida por África subsahariana. La situación es tan alarmante que la Unión Europea decidió declarar 2014 como Año contra el desperdicio de alimentos y programar una hoja de ruta para poner un freno a esta sangría constante de comestibles y reducirla a la mitad para 2025.

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“Es una cuestión de congruencia, ya que hay personas que pasan hambre”, mantiene Inma Cid de la asociación de vecinos Zoes de Salamanca. Junto a 300 niños de un colegio local organizó, el mes pasado, un mercadillo para regalar “frutas y verduras feas” a los consumidores y poner su granito de arena en la lucha contra el desperdicio de alimentos. “Las fruterías del barrio nos reservaron los productos con peor aspecto y los niños se encargaron de explicar que, pese a la apariencia, tenían las mismas características que los demás”, cuenta. “La acogida fue muy buena, tenemos pensado repetir la experiencia. Hay que cambiar la mentalidad”, añade.

“Si una persona no se adecua a los estándares de la moda no significa que no sea rica por dentro”, bromea el dietista-nutricionista Eduard Baladia, miembro del Colegio y de la Fundación Española de Dietistas-Nutricionistas: “Con las frutas y hortalizas es igual: los productos que no son homogéneos se eliminan del mercado sin razón, porque tienen el mismo poder nutricional”. Baladia cree que la única manera para revertir la tendencia es insistir en una educación alimentaria que haga hincapié en el desperdicio de comida desde un punto de vista medio ambiental y de seguridad alimentaria.

Para Lorenzo Ramos, hay que buscar más fórmulas para salir del bucle, ya que el hortofrutícola es “un sector muy perverso”, que perjudica tanto al productor, por los pocos márgenes de beneficio que tiene, como al consumidor, que paga precios elevados cuando la oferta no es abundante. "El movimiento ugly food es una buena iniciativa que habría que desarrollar en nuestro país”, comenta el productor. El objetivo no es solo reducir el derroche de comida, sino a la vez beneficiar a toda la cadena de suministro. Por un lado, el cliente final consigue ahorrar en sus compras gracias a los precios rebajados, por el otro los productores y vendedores aumentan su productividad y beneficios. Y, por último, el medio ambiente agradece el aprovechamiento de los recursos naturales y la reducción de la huella de carbono causada por el desperdicio de alimentos. "Hay que entender que los productos que estéticamente no se adecuan a los estándares son tan buenos como los demás", concluye Ramos.

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Sobre la firma

Laura Delle Femmine
Es redactora en la sección de Economía de EL PAÍS y está especializada en Hacienda. Es licenciada en Ciencias Internacionales y Diplomáticas por la Universidad de Trieste (Italia), Máster de Periodismo de EL PAÍS y Especialista en Información Económica por la Universidad Internacional Menéndez Pelayo.

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