
El chamán yanomami Davi Kopenawa advierte de que los espíritus de la Amazonia están enfadados
El portavoz de los indígenas visita Barcelona invitado por el CCCB con una apretada agenda que incluye recibir una distinción de la UB

El chamán yanomami y portavoz de su pueblo Davi Kopenawa no ha aparecido hoy en Barcelona como lo hizo en 1985 en un campamento de garimpeiros (buscadores ilegales de oro) en el alto Apiaú, en Roraima, con el cuerpo desnudo pintado de negro, armado de arco y flechas y al frente de medio centenar de guerreros enfadados. Pero aunque llevaba una chaqueta acolchada estilo uniqlo —que contrastaba vivamente con su tocado de plumas de loro— y no es muy alto, ha causado una gran impresión de autoridad, dignidad y sabiduría ancestral. Kopenawa, de 67 años, líder espiritual y político de su comunidad y ampliamente reconocido en el panorama internacional como interlocutor esencial sobre los problemas de la Amazonia, ha viajado a la capital catalana invitado por el Centro de Cultura Contemporánea de Barcelona (CCCB), donde ha congregado esta tarde a medio millar de personas en un diálogo con las antropólogas Ana Maria Machado y Gemma Orobigt en el marco de las actividades paralelas a la exposición Amazonias del centro (ciclo Las políticas de la selva). El martes impartirá una charla para estudiantes de secundaria junto al sociólogo Miquel Missé y el miércoles participará en un seminario sobre el diálogo con los pueblos indígenas. El viernes, Kopenawa recibirá en el Aula Magna de la Facultad de Biología la Distinción honorífica de la Universidad de Barcelona (UB) por su trayectoria en defensa de la diversidad biológica y humana, y estará en una mesa redonda sobre la emergencia climática.
En una rueda de prensa en el Mirador del CCCB, Davi Kopenawa Yanomami —su nombre completo, con el Davi tomado de niño de los misioneros, y el Kopenawa de adulto tras una visión (inducida por el polvo psicotrópico yakoana) de los espíritus de las avispas guerreras kopena—, ha hablado del mensaje que trae para los napë, los que no somos indígenas. Los xapiri, los seres-imágenes primordiales, los dueños de la naturaleza, los espíritus de la selva, “están enfadados” por la explotación destructora a que se somete a la Amazonia, y hemos de conjurarnos todos para revertir la situación y salvar la tierra, salvándonos de paso a nosotros mismos. “Hay que proteger el alma de la selva, de la tierra, del agua”, ha subrayado el chamán alternando el yanomami y el portugués. “Haced presión contra los destructores, los explotadores, los agronegociantes. Necesitamos vuestra ayuda”.
Kopenawa, del cual es reciente la publicación en castellano de La caída del cielo (Capitán Swing, 2024), el libro escrito junto al antropólogo francés Bruce Albert, con el que también hicieron El espíritu de la floresta (Eterna Cadencia), ha sido presentado por la directora del CCCB, Judit Carrera como una figura imprescindible en la defensa de la selva y la crítica del extractivismo y el ecocidio. “Es importante escuchar a los pueblos de la selva como el mío, que estamos luchando en defensa de la tierra”, ha dicho el líder yanomami. “La selva necesita ayuda”, ha recalcado en un monólogo con ecos de la legendaria carta del jefe Seattle de los suquamish al presidente de los Estados Unidos (en un pasaje muy hermoso de La caída del cielo, Kopenawa explica cuando en una visita a Nueva York conoció la lucha de los indígenas norteamericanos, tan parecida a la actual suya, y descubrió Enterrad mi corazón en Wounded Knee, el clásico de Dee Brown).
El yanomami ha explicado lo difícil que fue conseguir que el Estado brasileño reconociera legalmente el territorio de su pueblo (en 1992, durante la Cumbre de la Tierra) en Río de Janeiro, y ha criticado a los hombres blancos por solo pensar en la posesión de la tierra y su explotación destructora. Su discurso ha evidenciado que mientras utiliza argumentos y conceptos occidentales (ha tenido una amplia experiencia en la sociedad moderna), Kopenawa mantiene firmemente un pie el pensamiento y la cosmogonía indígenas, con nociones que piden un Claude Lévi-Strauss o un Philippe Descola para descifrarlas del todo. Ha lamentado que los blancos no soñemos como hacen los yanomami y conozcamos nuestro lugar en el mundo gracias a esos sueños. “Vosotros no sabéis soñar, porque no dormís, ¡cómo vais a hacerlo con todas esas luces encendidas!”.
El líder indígena, con seis hijos y cuatro nietos y premios como el Right Livelihood, considerado el Nobel alternativo, ha recordado que la Amazonia es resultado de la acción de sus ancestros y de ellos, una idea que se está abriendo paso en la visión occidental de la selva. “Nosotros la plantamos”, ha subrayado. Ha recordado las epidemias que azotaron a su pueblo por culpa de la irrupción de los blancos, el drama de la construcción de las carreteras en la jungla, y la fiebre del oro. Ha echado pestes de la etapa de Jair Bolsonaro (“malo para todo el mundo”), recordando que en 2020, 70.000 mineros ilegales entraron en territorio yanomami. “Continuamos luchando mientras una nueva generación va creciendo”, ha dicho, y ha animado muy emotivamente: “Cuidad vosotros también de vuestros bosques, de vuestras cascadas, de las plantas que plantáis”.
Ha considerado que lo más peligroso que el hombre blanco despliega en la Amazonia es “las grandes máquinas pesadas de la minería, que muerden la tierra y contaminan el agua de la selva, y llenan el aire de humo”. Deplora también nuestro afán por las “mercaderías”. Considera que la idea fundamental que puede aportar su pueblo a nuestra cultura es el respeto a la tierra, que sufre y se enferma, apunta, cuando se la trata desconsideradamente.
De la situación actual de los yanomamis ha dicho que sigue habiendo muchos mineros ilegales armados en su territorio, que continúa la presencia de crimen organizado, aunque el gobierno de Lula lucha contra ello y que la gente enferma y muere por la contaminación del agua con mercurio y otros residuos. También sigue habiendo desnutrición, y malaria y faltan medicinas.
Kopenawa, que ha considerado al fotógrafo Sebastiao Salgado alguien que ayuda a que se respete a los indígenas y hace una labor positiva, ha instado a no quedarse cruzados de brazos ante los problemas del mundo y a luchar contra el cambio climático “que calienta y seca la selva, y hace que los árboles mueran de sed”. Y ha acabado con esa llamada a arrimar el hombro con los yanomami, otrora temidos guerreros —como gustaban describirlos los exploradores y la antropología clásica—, hoy abanderados en la lucha por la tierra, guerreros del planeta.
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