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La desaparición de un dictador

Chile prosigue su vida cotidiana sin Pinochet

La presidenta Bachelet mantiene su agenda mientras unas 10.000 personas rinden homenaje al general

Jorge Marirrodriga

"Y no fue condenado, y no fue condenado". Bajo un sol abrasador, unas 10.000 personas aguardaban ayer en una larga fila para decir adiós al dictador chileno Augusto Pinochet, canturreando con sorna la principal queja de las víctimas y opositores del régimen militar. Mientras una parte de Chile considera que debe paralizarse la vida del país y mantenerlo de luto, otra -mayoritaria- estima que la muerte del militar no debe alterar la vida cotidiana y así la presidenta, Michelle Bachelet, eligió el día de ayer para recibir, con la televisión en directo, el informe oficial sobre reforma educativa, uno de los puntos básicos de su Gobierno. "Tengo memoria, creo en la verdad y aspiro a la justicia", destacó Bachelet en la única referencia que hizo a los acontecimientos.

"Tengo memoria, creo en la verdad y aspiro a la justicia", declaró Michelle Bachelet
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La vida se detuvo en torno a la Escuela Militar de Santiago, un mastodóntico edificio con numerosas columnas en su frente, donde a última hora del domingo llegó el féretro con los restos del general Pinochet. El ataúd iba envuelto en la bandera nacional, sobre la cual se habían colocado la gorra y la casaca de general, el bastón de mando y una réplica de la espada de uno de los héroes de Chile, Bernardo O'Higgins.

Junto al cuerpo, instalado en el salón de honor, desfilaron destacados militares en la reserva, así como la plana mayor de los dos principales partidos de la derecha: la Unión Democrática Independiente (UDI) y Renovación Nacional (RN). Se entonó en diversas ocasiones el himno nacional por parte de los presentes, incluyendo una estrofa alusiva a los militares eliminada tras la restauración de la democracia en 1990. Afuera, miles de personas hicieron una larga fila -aprovechada por vendedores de agua, sombrillas y banderas nacionales que hicieron su agosto- y tuvieron que pasar por un detector de metales antes de ingresar en el recinto. "Salvó al país del comunismo" o "es un liberador de la patria" eran frases repetidas constantemente por sus seguidores

La bandera del edificio, al igual que las del resto de instalaciones militares, se encontraba a media asta como homenaje a quien fuera comandante en jefe de las Fuerzas Armadas. Todo lo contrario que la enseña del palacio de la Moneda, donde a la misma hora la presidenta del país, Michelle Bachelet, víctima ella misma de las torturas de la dictadura -y que se proclama heredera de Salvador Allende, el presidente derrocado sangrientamente por Pinochet-, optó por dar una señal de normalidad y encabezó una ceremonia en el palacio de Gobierno, donde se le entregó un importante proyecto para reformar el sistema educativo chileno.

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"No se ha puesto la bandera en La Moneda a media asta porque él derribó esa bandera", subrayó en referencia al golpe de Estado perpetrado en 1973 por Pinochet el ministro del Interior Belisario Velasco. La decisión del Gobierno chileno de no otorgar honores de Estado al dictador fallecido provocó ayer una lluvia de críticas desde las filas pinochetistas. "Hay que ver la pequeñez del Gobierno, que no es capaz de tener una actitud noble en un momento como éste de la historia", aseguró Marco Antonio Pinochet, hijo menor del ex mandatario muerto el domingo.

"Tengo memoria, creo en la verdad y aspiro a la justicia. Los Gobiernos cuando toman decisiones están adoptando modelos sobre el tipo de sociedad que queremos. Los líderes tienen que tomar decisiones", destacó Bachelet en la única referencia -y bastante críptica- que hizo ayer a los acontecimientos que se están desarrollando en Chile. En defensa de Bachelet se manifestó también la presidenta de la Democracia Cristiana, Soledad Alvear.

En sus declaraciones, las personalidades favorables al dictador omiten que el Gobierno de Bachelet sí que ha concedido a Pinochet honores póstumos, aunque no como jefe de Estado, sino como comandante en jefe del Ejército. En cualquier caso, se trata de una decisión del Ejecutivo y no de una iniciativa autónoma del Ejército o de una imposición de la familia. Claro que para el gran público la ceremonia que se desarrollará hoy no tendrá mucha diferencia con un funeral de Estado. El ataúd de Pinochet, cubierto con la bandera, será portado a bordo de una cureña y escoltado por una guardia de honor. Tras él marcharán a pie los familiares que lo deseen, y detrás de éstos el actual comandante en jefe de las Fuerzas Armadas, Óscar Izurieta, y en representación del Gobierno la ministra de Defensa, Vivianne Blanlot, aunque familiares de Pinochet anoche se declararon contrarios a la presencia de un miembro del Ejecutivo en el cortejo. "No queremos actitudes hipócritas", dijo uno de los hijos del dictador.

El ataúd pasará revista por última vez a un destacamento en el patio de honor de la Escuela Militar y escoltando al féretro trotará un caballo sin jinete. Un símbolo habitual de los jefes militares muertos. Habrá discursos, salvas de honor y entrega de la bandera nacional a la viuda, Lucía Hiriart. Luego el cuerpo será trasladado hasta uno de los dos crematorios existentes en la capital chilena. Todavía no se sabe qué hará la familia con las cenizas. El Gobierno chileno no es partidario de que se construya ningún de tipo de mausoleo que pueda ser utilizado como referencia por los nostálgicos del régimen. Ayer la familia sopesaba la posibilidad de instalar la urna en la capilla de una finca particular.

En la noche de ayer (hora española), diversas organizaciones de izquierda chilenas solicitaron permiso para celebrar una manifestación a la hora del funeral en la plaza de la Constitución, a los pies de la estatua al presidente derrocado Salvador Allende.

Familiares, miembros de las Fuerzas Armadas y simpatizantes de Pinochet rinden homenaje al dictador en la Escuela Militar de Santiago.
Familiares, miembros de las Fuerzas Armadas y simpatizantes de Pinochet rinden homenaje al dictador en la Escuela Militar de Santiago.REUTERS

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Sobre la firma

Jorge Marirrodriga
Doctor en Comunicación por la Universidad San Pablo CEU y licenciado en Periodismo por la Universidad de Navarra. Tras ejercer en Italia y Bélgica en 1996 se incorporó a EL PAÍS. Ha sido enviado especial a Kosovo, Gaza, Irak y Afganistán. Entre 2004 y 2008 fue corresponsal en Buenos Aires. Desde 2014 es editorialista especializado internacional.

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