Enzensberger alza su ironía contra el lamento
El escritor alemán se sirve del humor para abordar los temas de nuestro tiempo
Pasó como una exhalación, pero su inteligencia dejó una huella profunda. Las maneras de Hans Magnus Enzensberger (Kaufbeuren, Baviera, 1929) tienen mucho que ver con el título del libro que resume su trayectoria poética: Más ligero que el aire. Primero le tocó una rueda de prensa, y luego leyó una breve conferencia y se sometió al montón de preguntas de un auditorio rendido. 'La poesía es la parte central de mi obra', dijo, 'el resto de mis trabajos se sitúa en la periferia'. Pero al escritor alemán le tocó hablar de todo y de todo habló con agudeza y sentido del humor.
Enzensberger trató en su conferencia sobre la imparable mejora del mundo. Se refirió al prestigio del pesimista, que tan fácil lo tiene con sus lamentos, y comentó que decir 'nos va bien' levanta de inmediato todas las sospechas. Reivindicó inventos 'menores' como la anestesia o la aspirina frente a las obras de genios indiscutibles, e insistió: 'En cuanto algo mejora, la nueva conquista se toma como si fuera algo natural'. Así que fue recordando esas pequeñas cosas que han cambiado: la jornada de ocho horas, la paga de vacaciones y el seguro de vida; la autorrealización, 'que les sonaba a chino a nuestros abuelos'; los túneles que se construyen para evitar hacer daño a una sofisticada especie de sapos; el que 'antes sólo se podía ir a París en campaña militar' o el que si hoy algo sale mal en una pareja, 'para algo están los consejeros matrimoniales', añadió.
Cualquier cambio, cualquier mejora, tiene sus costes, vino a decir Enzensberger, después de recorrer con ironía el rosario de lamentos que manejan los agoreros de nuestro tiempo. Y su breve texto caló en un auditorio que lo escuchó con una sonrisa en los labios. Luego vinieron las preguntas, que se sucedieron sobre los temas más variados, como había ocurrido antes en la rueda de prensa.
Habló de su íntima relación con España, de su obsesión por la guerra civil y de su interés por la transición a la democracia, y recordó que visitó nuestro país por primera vez en 1952 ('viajé en autostop con una recomendación de un abad benedictino, así que lo conocí de convento a convento'). Rechazó pronunciarse sobre las elecciones alemanas: 'No entiendo que un escritor, por el hecho de serlo, tenga que poseer un discurso más elaborado que cualquier otro ciudadano'. Comentó que le interesaba más ocuparse de cuestiones como el problema demográfico o la biotecnología, que las preocupaciones inmediatas de los políticos.
Respecto a su obra, fue rotundo: 'No soy un filósofo', dijo, 'porque no procedo de manera sistemática. Lo mío es el ensayo, que camina dando saltos, como hacía Montaigne, y que tiene un fuerte componente subjetivo y una preocupación por la forma literaria'. Antes que nada, Enzensberger se reconoció como poeta. 'Pero de la poesía no se habla. La poesía se lee, se escribe y se disfruta. Es como la hierba salvaje, muy difícil de erradicar'. De la literatura habló como de un 'fenómeno que no tiene pasaporte' y reivindicó a los traductores 'como el oxígeno sin el cual la literatura desaparecería'.
El caso es que al escritor alemán se le pidió su opinión sobre lo divino y lo humano. Habló del futuro inquietante del populismo, de la fuerza metafórica de muchos de los descubrimientos científicos, de las sombras que rodean a algunas ayudas al desarrollo o de las posibilidades que se le abren el hombre para 'seleccionar, recombinar y clonar' la especie. Criticó los fundamentalismos regionales y llamó la atención sobre la complejidad de la emigración. Eso sí, ocurrió algo curioso: nadie le preguntó sobre el 11-S.
Babelia
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