Y dale con Guadalajara (México)
Las polémicas desatadas en torno a la Feria Internacional del Libro de Guadalajara, para mayor precisión a propósito de la participación de escritores y editores españoles en ella, y de la parte que tuvo en el evento el Ministerio de Cultura de España, han ocultado lamentablemente hasta ahora otros fenómenos y problemas de igual o superior fuste, según se mire, atendiendo al alcance cultural de los asuntos (que lo más probable es que no sea lo más importante).Aquello era una feria, y, por tanto, cuestión de comercio y de finanzas: el terreno de las empresas editoriales y su competencia. Las estrategias comerciales y políticas son cosa de ellos y de los Gobiernos. El ambiente se cargó de tensión con la llamativa participación de Felipe González a título de personaje español principal, pues eso no sentó nada bien en nuestros círculos gubernamentales. Aunque ellos sabrán por qué dejaron un hueco tan visible rebajando el rango de su presencia oficial. Vaya usted a saber. La verdad es que no me importa.
Los autores iban, pagara los gastos su editorial o el ministerio del ramo, a promocionar sus libros entre los posibles compradores mexicanos. Para algunos, no se trataba de otra cosa sino de satisfacer ese penoso y agotador trato de comparecer y demostrar sus atractivos intelectuales o festivos como medio de publicidad. Cumplir, y a otra cosa. Aunque, para bastantes otros (estamos en un país libre), la decisión editorial o ministerial de llevarles allá proporcionaba la oportunidad de entablar una relación directa con una porción de sus lectores (efectivos o hipotéticos) a la que sólo por casualidad tienen acceso directo. Escritor había, doy fe, que consideraba esto lo más importante. E incluso de, en el caso de los más inquietos y dispuestos, conversar con otros escritores de aquel lado del mar, probablemente tan interesantes como ellos mismos, y hasta, por qué no, con aquellos de sus compatriotas con los que compartían hotel, mesa redonda o copas nocturnas (antes de que prohibamos también las reuniones de escritores en los bares).
No es, por supuesto, que no me importen ni me sienta implicado en los debates políticos y literarios que la aludida controversia ha venido a destapar (en algún caso, sencillamente a desempolvar) por aquí (pues allí, a este propósito, no se enteraron de nada). Algunos, sobre todo a medida que se ha ido depurando la discusión y quedan arrumbados los elementos más miserables de la representación, nos devuelven a porfías tan seductoras como antiguas.
Pero, como decía, tal polémica casera (tan hogareña) ha desplazado de las páginas de los periódicos españoles otros argumentos de recomendable, a mi juicio, comentario.
Aun en mi condición de novato y, seguramente para algunos, irrelevante partícipe en la convocatoria, prefiero hurtarme a la avalancha de protestas domésticas y, sin que se me tome como gesto de arrogancia -faltaría más-, tratar de aportar al público poseído por el morbo (de murbus: enfermedad; y de ahí también muermo, aunque no sea lo mismo) de la diatriba y la inquina algunos otros detalles de la inefable reunión de Guadalajara...
Para empezar, cualquiera que no se encontrara excesivamente desazonado por su propia participación podía percibir en Guadalajara (México), al menos ése fue mi caso, una diferencia, un lujo casi, poco frecuente en convocatorias parecidas a este lado del mar en los últimos tiempos. Lo decían algunas crónicas antes de que la algarabía de la pelea intestina lo asfixiara: la numerosa, activa y apasionada participación del público lector mexicano, intervenciones incluidas, en los actos, mesas redondas y presentaciones protagonizados por autores españoles. Parecía una excelente, por mucho que excesivamente apretada, oportunidad para escuchar y entablar conocimientos. También para recapacitar acerca de los porqués de la escasa presencia de lectores en citas parecidas en nuestra propia casa (cualquier argumento debería ser digno de atención, sobre todo teniendo el cuenta los desalentadores "hábitos de lectura" de acá).
Por otra parte, a mí (y a otros tres traductores literarios) me llevó el Ministerio de Cultura español (la Dirección General del Libro, para mayor abundamiento), y hasta me propuso, calificándome de especialista en asuntos de traducción literaria, que escribiera un texto para el libro de marras (el de las erratas y la bronca) acerca del estado de tal actividad en España. Me encantó el viaje (por México, claro, no por las estrecheces de mi butaca de avión) y lo pasé bastante bien escribiendo mi ensayo, tomando parte en la mesa redonda correspondiente junto a mis compañeros, a la que asistieron personas vivas y entusiastas de la literatura de allá, y hasta paseando por los mercados y tabernas de Guadalajara en compañía de Vicente Soto, Sordera, y otros amigos.
Aunque sin duda más notable que mi propia participación o la de otros fue el hecho de que, por primera vez en muchos años y después de no poca insistencia y discusiones con los sucesivos responsables del ramo, un grupo de traductores literarios fuera incluido en la expedición de autores españoles enviada a un evento de esa trascendencia. Soy de los que piensan que la Administración, al tomar estas iniciativas, cuando las resuelve bien, no hace sino cumplir con su deber de servicio a los ciudadanos... Pero también me enseñaron que es cosa de bien nacidos agradecer el buen trato.
Los traductores como autores, titulaba al día siguiente su crónica un periódico de allá, y de eso se trataba, al menos para nosotros. Y de los contactos que hicimos con colegas y lectores. Y de sentirnos, infelices de nosotros, por una vez parte de la familia (tan malamente avenida, según se ve) de los escritores. Confío en que la novedad se convierta en costumbre para el futuro.
Por otra parte, tanto de mis propias conversaciones en Guadalajara (y en México DF después, donde pude pasar unos días a invitación de mi editora y amiga Enzia Verduchi, y conocer, por ejemplo, la Casa Refugio para escritores perseguidos donde continúa el poeta kosovar Xhevdet Bajraj) como de los debates en otras mesas redondas, me quedó intensamente grabada la impresión de que, pese a las cifras esgrimidas por los editores respecto a la pujanza de la venta de libros españoles en México, el intercambio literario e intelectual continúa siendo escaso, limitado, demasiado dependiente del rendimiento financiero o de la publicidad.
Y sobre todo que, si el tráfico es intenso de aquí para allá, en sentido inverso es ínfimo y determinado por criterios restrictivos. Que la relación resulta peligrosamente desproporcionada, en perjuicio de ellos, claro. A algunos, cuando se habla del español, se les llena la boca de "comunidad cultural", "idioma común" y todo eso. Pero es preciso dejar miserias aparte para lograr que, antes de "compenetrarnos", podamos conocernos un poco más.
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